Durante siglos el hombre ha estado sumido en el convencimiento de que vivía en un mundo civilizado. Sin embargo, el término “civilización”, tal como es definido por la RAE, tan sólo se refiere a ese “estado de progreso material, social, cultural y político de las sociedades más avanzadas”. Y, en este sentido, hablar de un “mundo civilizado” en nuestro tiempo parece, más que algo bueno cercano a lo ideal, un disparate atroz. Lo demuestra la relatividad de los acontecimientos que vivimos a diario: cuando lo bueno, lo ideal, sería que en el mundo reinase la paz y el entendimiento entre los hombres y los pueblos, nos encontramos con que el odio desenfrenado, las guerras, los asesinatos y toda clase de barbaridades campan por doquier.
Los recientes acontecimientos de Rafah no son sino una muestra más de que algunos países, como Israel, bajo el mando de un “dictador”, Netanyahu, prefieren tomar posesión de algo desoyendo la voz de la Comunidad Internacional. Tal ocurre ahora con los territorios gazetíes, donde Israel ha sentado sus reales sin dar cuentas a nadie; simplemente pertrechándose en una idea fija: el terrorismo de Hamas. Un terrorismo que, según Netanyahu, mantiene poseídos a todos los habitantes de Gaza, mientras la Comunidad, lo único que hizo hasta ahora para ayudar a los habitantes palestinos no ha sido sino callar (lo que equivale a consentir), o proclamar discursos vacuos, sin un contenido claro y directo en contra de la prepotencia del gobierno israelí.
Por otro lado, las manifestaciones pacíficas que están teniendo lugar en diversos países, por parte de estudiantes universitarios en apoyo de la causa palestina y en contra de la política de Israel (que actúa, como ya hemos manifestado, bajo la excusa de controlar y eliminar ese terrorismo de Hamas), son un exponente más que evidente del malestar existente a nivel global entre la ciudadanía, que ve cómo Israel desoye continuamente el control de la comunidad de naciones al tiempo que pretende imponer sus condiciones, no sólo a Gaza sino al resto de los países del mundo, de la manera que sea. Una expresión de disconformidad con las políticas pasivas de los estados frente a la barbarie israelí, y que, además, está siendo reprimida con inaceptable violencia por los respectivos cuerpos de seguridad de esos estados. Algo que supone, como no podía ser de otra manera, una declaración de apoyo a un gobierno que masacra diariamente a cientos de inocentes; niños en su mayor parte, a juzgar por las imágenes que, permanentemente, podemos ver en las redes sociales.
Muchos, aun así, podrán dudar de la veracidad de estas imágenes. Pero la realidad es, sin duda, que cada día se palpa de una forma más clara esa posible existencia de un componente judío que, al amparo de su poderío económico, parece querer mantener ante el mundo esa imagen de víctima que tanto le convino siempre y que ha sabido explotar de forma perfecta hasta hoy, pero que, en estos momentos, sólo apunta en una dirección: la de generar un clima de subyugación manifiesta sobre todos aquellos que, directa o indirectamente, recelan tanto de su aparente bondad como de su martirio. Esa persecución y tortura que, durante tantos años, ha sido presentada al género humano como un hecho turbador, casi sacrificial y plagado de odio injustificable.
Y, mientras todo esto sucede, los países “civilizados”, esos que presumen de defender los derechos de los hombres, de las gentes honradas y trabajadoras, de los pobres y necesitados, de los que carecen de hogar, de trabajo y de medios para sustentarse, continúan enviando armas e inventos de destrucción masiva a lugares donde, quizá haya un gobierno hipócrita, desalmado y ladino, reclamando el auxilio de quienes hacen lo mismo que él, aprovecharse de las circunstancias, para seguir viviendo al amparo de una falsa justicia, porque fue concebida únicamente para favorecer a aquellos que poseían poder y/o dinero.