El milagro del marranico de San Antón, perdido en Tordesillas.

por Jesús López Garañeda

Aunque hay todavía algunos pueblos como la Alberca, Toro y otros más pequeños que siguen con la tradición popular del «marranico» de San Antón, ilustre compañero de fatigas del santo asceta ermitaño al que el diablo tentaba y que tuvo su culto durante la edad media, llevando el bastón en forma de «T», una campanilla y el gorrino inseparable, es considerado el patrón de carniceros, tocineros, canasteros y animales domésticos (por eso en ese día algunos llevan sus perros, gatos, pájaros y otras mascotas a bendecir a la iglesia).

Eso lo he visto yo personalmente en la Iglesia de Santa María de Arbas, iglesia de Toro cercana al monasterio de las Sofías, donde me obsequiaron con «periquillos» de masa dulce y canela.

Pues bien esta tradición de San Antón, llevada por las gentes del campo con auténtica fruición devocional al que se invoca contra la enfermedad del herpes zóster, llamado «fuego de San Antonio», se perdió no hace tantos años en Tordesillas.  Pero perdida para siempre, de tal forma que tan solo los más viejos del lugar recuerdan vagamente aquella fiesta en honor del Santo y de las chichas del marrano. Aquí tan solo nos queda su hermano en la Gloria, San Vicente, al que los gallos le cantan el kiquiriquí mañanero colgados de una cuerda en el porche de su ermita extramuros de la Villa tordesillana, mientras una chica, a la gallinita ciega y armada con una espada, intenta alcanzarle.

Estas tradiciones invernales, llenas de sentido y emotividad, cuando son abandonadas por los pueblos, éstos pierden en cierta manera parte de su identidad, idiosincrasia y forma de vivir.

Por eso ya los tordesillanos no damos «periquillos» pero sí un «mono» de San Vicente. Algo es algo.

Y en cambio el milagro del marrano sigue dándonos vida, alegría, sustento y  sencillez a los cristianos porque los musulmanes lo ven alimento impuro y el Islam lo prohíbe y no  permite usar de él.

Hay gente “pa tó”, decía el Gallo. Y cada loco con su tema. Pero viendo la batería de jamones y costillares colgados del techo, a mí por lo menos, se me alegra la pajarilla.

 (En la fotografía de la Agencia EFE un marrano de San Antón y otra de Laureano, el tío de Bercero)

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