Las manifestaciones pacíficas frente a las sedes del PSOE, tanto en Madrid como en otras muchas provincias españolas, no pueden dejarnos impasibles. La oferta que el Gobierno en funciones hace a los delincuentes catalanes condenados por el golpe de estado que cometieron en su día no son de recibo; por consiguiente, habida cuenta de que los delitos fueron hechos consumados, no deben quedar sin castigo. Pero esta es nuestra opinión, al igual que la de la inmensa mayoría de españoles, que contempla con estupor, cómo la justicia se imparte sesgadamente según de quién se trate. No obstante, también hay quienes opinan lo contrario, que deben ser indultados. Lo cual, aun siendo incomprensible para nosotros, plantea un gran interrogante: ¿por qué?.
Una vez más se patentiza el hecho que demuestra que España no es un estado democrático. Y no desde hace una semana ni dos, sino desde que se fraguó la maquinación constitucional del 78. Una trama de color rosa que sin embargo abría las puertas al regreso de las viejas e infames intrigas republicanas (malsanas donde las haya) de convertir España en un “huerto” donde los derechos fuesen atributo único de unos pocos. Recordemos de nuevo a este respecto (por si la memoria de algunos lo ha olvidado) cómo alguno de los barones del partido que más desgracias ha acarreado a España tanto antes como durante el presente período constitucional, manifestara en cierta ocasión: “Tenemos que corromper este país”. Y, ¡vive Dios! que tal está sucediendo. Pero a nadie le agrada que le recuerden los errores cometidos. De modo que, para evitar ser tachados todos de conspiradores, se muestran a veces “críticos” con sus propios correligionarios, mas sólo para disimular ante la opinión pública. Lo hemos podido comprobar en innumerables ocasiones, pero sobre todo durante el gobiernos de ZP y ahora con Pedro Sánchez. Si bien este comportamiento se patentiza igualmente en la casi totalidad de los medios de comunicación, donde a menudo es fácil escuchar comentarios garrafales de “profesionales” justificando desvergonzadamente hechos insólitos de aquellos políticos con quienes comparten ideología, e incluso cuando se trata de cubrir acontecimientos que tienen que ver con sucesos sociales, como las manifestaciones espontáneas de los últimos días en contra de la política del gobierno liderado por Sánchez.
Este tipo de corrupción, que muchos niegan pero que está más que generalizado, se pone de manifiesto de modo más que evidente en las distintas cadenas televisivas. Emisoras que todos los españoles vemos en algún momento del día y en las que nunca falta ese comentarista o presentador que, dado su particular modo de pensar o de ver las cosas y los acontecimientos, le impide utilizar términos veraces. En su lugar utiliza expresiones o calificativos malintencionados, tal y como le dicta su subconsciente, impregnado claramente de ese rencor incomprensible que ya debiera haber superado si fuese verdaderamente tolerante. Tachar de fascista, violento, extremista, etc. el comportamiento de una masa social que pacíficamente acude frente a las distintas sedes del PSOE nos parece irracional y, por supuesto, nada serio ni acorde a las dotes vocacionales que ha de mostrar toda persona que se dedique a la información periodística. Un hecho, por lo general, bastante deleznable, que suele abundar, como ya he manifestado, en todo el sector, pero de modo especialmente dañino entre los medios televisivos, que debieran cuidar más este tipo de detalles para no causar más estragos en el ya bastante deteriorado nivel cultural de los españoles más jóvenes.
Se olvidan estos medios de que nadie con menos razón que ellos para criticar o catalogar comportamientos sociales o personales. Pues, desde que se implantase esta falsa democracia en España, ellos fueron los primeros beneficiados por las políticas gubernamentales, en orden a configurar en el común de las gentes un tipo de pensamiento globalizado lo más uniforme posible. Algo que ya venía rumiándose entre aquellos hombres poderosos del planeta y el judío invisible, el que nunca aparece por ningún lado y que sin embargo se halla detrás de demasiadas desgracias. Sin su connivencia jamás hubieran podido llevar a cabo tales barbaridades, y menos hasta el extremo que hoy es posible comprobar. Pero hete aquí que el mal siempre encuentra recursos para interferir en el curso divino de los acontecimientos, convencido de que podrá ganar la guerra abierta desde el principio de los tiempos. Y así continúa dando la matraca entre bastidores, comprando voluntades y haciendo de las suyas a la chita callando.
Quienes intentamos luchar contra ese enemigo atroz y sin conciencia lo hacemos en pos de la verdad suprema, intentamos que la mentira (madre de todos los males que aquejan a la humanidad) no nos alcance ni nos posea. Y, aunque estamos seguros de que la batalla será dura y extremadamente cruel, nos entregamos cada día en cuerpo y alma a ella, sabedores de que podremos perder la vida, pero no nuestra alma; eso que la inmensa mayoría de aquellos que nos miran con indiferencia, desdén y odio por ser lo que somos, seres llenos de esperanza, no creen poseer, debido a que el materialismo les impide contemplar lo maravillosa que es la vida y la concordia entre los hombres.
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Excelente J. Antonio.