Querido lector: siento tener que insistir, pero alguien tiene que atreverse a denunciarlo. O, al menos poner el tema sobre la mesa y proporcionar al ciudadano una base mínima de opinión. Como todos ustedes saben, mis artículos poseen, por lo regular, un contenido crítico, “delator”, de veredicto, que en ningún caso debe confundirse con la murmuración, el afán de protagonismo, o el caprichoso intento de poner en boca de otros criterios, sentencias o convicciones sin ningún tipo de referente e incluso sin fundamento.
Hace algunas jornadas, a la interpelación hecha por un periodista a la ministra de política territorial y portavoz del Gobierno, en relación con el aumento exagerado del IPC (Índice de Precios al Consumo) y al motivo de los mismos, doña Isabel –que así se llama la señora– respondió alegremente “…puede que se deba a la climatología…”, como si la pregunta del profesional de la información fuese una cuestión hueca, vacía de contenido, y huyendo seguramente de cualquier explicación seria, razonable, o verosímil. Sin embargo, en la humilde opinión de quien suscribe estos renglones, todo se debió a un “fallo” en el subconsciente de la señora ministra. Un fallo provocado por la presión de su inquisidor que, en lugar de motivar en ella la abstracción mental le llevó a responder, justo, lo que no debía. Es decir, una mentira lógica, pero incierta, para evitar dar a conocer lo que se escondía en el cofre “blindado” de su memoria política.
Todo esto, amigo lector tiene relación con lo que ya he comentado en otras ocasiones: la contaminación a la que someten diariamente a nuestra atmósfera, provocando con ello unas condiciones artificiales determinadas de temperatura sobre la superficie terrestre. Algo que los entendidos denominan “efecto Faraday”, y que no es otra cosa que el conocido “EFECTO INVERNADERO”.
Para quienes aún no están familiarizados con este concepto, diremos que es el resultado de concentrar en la Atmósfera terrestre una cantidad suficiente de gases (entre otros, dióxido de carbono), que contribuyen a que el calor no escape de la superficie y, en consecuencia, la temperatura media de la Tierra ascienda por encima de los regímenes normales en cada estación del año. Una concentración de gases que es provocada, fundamentalmente, por esos chorros que intentan hacernos creer que son cristales de hielo que se forman al paso de los aviones y como consecuencia de la combustión de sus turbinas, pero que no es sino una gran mentira. De esta manera, es como los gobiernos del mundo intentan hacernos creer que el “cambio climático” es una realidad de la que todos somos culpables; cuando lo cierto es que sólo ellos, los que desean mantenernos engañados, son los responsables, Dios sabe por qué.
Según los científicos, esta concentración de gases hará que la temperatura de la Tierra haya ascendido entre 1,3º en 2020 y 3º en 2070. Y muchos, entre incautos e irresponsables pensarán: “¡Buahhh…! De aquí a entonces…”, sin importarles nada el mundo, ni su familia, ni nada de nada. Pero la realidad es que el “efecto invernadero” (ya sea artificial o natural), tiene unos efectos devastadores para todos, siendo estos los que a continuación se citan: deshielo de las masas glaciares, inundaciones de islas y ciudades costeras, huracanes más devastadores, migración de especies a otras zonas del planeta, desertización de zonas fértiles, impacto en la agricultura y la ganadería. Y todo ello como consecuencia de la puñetera “agenda 2030”, en la que los políticos inconsecuentes y ladinos de todo el mundo están involucrados. Sus mentiras compulsivas son ya tan evidentes que mantener los ojos cerrados ante ellas es pura necedad. No es extraño por ello que en algunos países ya ardan las calles desde hace semanas. Algo que, más pronto que tarde sería deseable que ocurriera en Europa y al otro lado de los océanos. Porque la RAZÓN, amigos míos, como siempre se dijo, sólo tiene un camino. Despertemos. Y que nuestro despertar sirva no sólo para que esas mentiras compulsivas sean desterradas de nuestras vidas y de nuestro futuro, sino para que nuestros cielos vuelvan a ser de color azul, en lugar de sucios y blanquecinos, por culpa de quienes sólo tienen una meta: convertir el paraíso en un lodazal donde los cerdos sean los amos de la granja.