Luis Rodríguez Vicent, fundador del Círculo Católico de Tordesillas.

por Jesús López Garañeda

Luis Rodríguez Vicent es uno de los importantes hijos de la Villa. Un hombre católico, impregnada su vida de sentido solidario hacia los demás y de profundas raíces cristianas, pero que quizás por eso cayó en el olvido entre sus paisanos. Sin embargo bueno es rescatar su obra, para que la memoria no se pierda.

Este hombre, hijo de Juana Petra y de Francisco, natural de Tordesillas, nacido en el corro de San Juan el cinco de agosto de 1835 y bautizado en la Iglesia del mismo nombre fue uno de los personajes más distinguidos en su tiempo, pero que, sin embargo, su memoria prácticamente por hechos y actividades quedó perdida, salvo para la dirección del Círculo católico de obreros que aún guarda con respeto su retrato, presidiendo el salón de la entidad.

Luis Rodríguez dedicó su vida al derecho llegando a obtener el doctorado tanto en civil como en criminal.

Tras sus estudios de licenciatura en Valladolid obtuvo el cargo público de Juez de primera instancia en Bilbao y más adelante Fiscal de la Audiencia de Burgos y Oviedo, entre otros. Pasando luego a ocupar la Presidencia de la Audiencia de Burgos, La Coruña y Madrid.

Pese a que sus cargos en el servicio de la Ley le ocuparon más tiempo que el que podía dedicar a su pueblo y a sus gentes, Luis Rodríguez no olvidó la Villa y siempre que podía se trasladaba a ésta para pasar algún tiempo con su mujer Juana Herguez, con la que contrajo matrimonio en Oviedo. Ella también era de dispuesto espíritu católico y atenta siempre a las necesidades que veía a su alrededor y donde estuviera.

Tuvo gran amistad con Don Eleuterio Fernández Torres, el cura historiador de Tordesillas, al que remitió diversos papeles explicativos de sus andanzas para su fantástica obra «Historia de Tordesillas», cuando se los solicitó, y no duda, el cura Don Eleuterio en reproducir entrecomillado alguna de ellas «para verle retratado de cuerpo entero».

Le cuenta por ejemplo, el bombardeo de Bilbao del año 1874 cuando día y noche los proyectiles caían, ocasionando muchas víctimas, destrozos en los edificios y penalidades y privaciones a todos. Llegó al extremo la situación que sus habitantes sólo tenían para comer pan negro, hecho de habas, y aguantaron el asedio desde febrero a mayo. Después vendrían los Consejos de Guerra en los que él participó sin imponer ni una sola pena de muerte, fallando con rectitud y clarividencia en aquellos asuntos sometidos a su criterio. Aquí obtendría las cruces de primera y segunda clases del mérito militar por los servicios contraídos «durante el sitio y bombardeo de la Invicta Villa de Bilbao».

Hombre acendradamente católico no desdeñó un momento para poner en funcionamiento el Círculo Católico de Obreros de Tordesillas y escribir contra una mala costumbre tenida entre algunas personas como es la de la blasfemia. Él luchó contra ella y consiguió el reconocimiento nada menos que de Roma por el papa León XIII.

Era, como dejó escrito un periódico de Burgos, titulado El Castellano, cuando allá por 1901 habla de él y lo califica como «de convicciones de católico rancio, cualidades de magistrado intachable y prendas de caballero excelente».

Él creyó atribuido a un milagro un suceso que le ocurrió en La Coruña, como Presidente de un juicio con Jurados.

El Católico homenajea a los socios mas antiguos. Foto: Tordesillas al día.

El suceso fue el siguiente:

Dos muchachos entraron en la iglesia de un pueblo cuando se celebraba la Misa solemne en honor de su Patrona el día 8 de septiembre. La Iglesia abarrotada y, tras dirigirse al altar, al presbiterio, delante de todo el mundo comenzaron a vocear y a ultrajar a la Virgen con «frases de monstruosa obscenidad».

La Misa se interrumpe, con gran escándalo por parte de la gente. El tumulto da lugar a un desorden dentro del templo y los muchachos son detenidos y procesados.

Cuando se constituye el Jurado popular que en unión de los Jueces de derecho debían componer el tribunal para juzgar a los muchachos, de doce componentes que los formaban, tan sólo cinco eran católicos mientras que los otros siete eran de los denominados librepensadores.

En el acto del Juicio, mientras el Fiscal informaba, algunos de estos jurados murmuraban y se burlaban de la imagen de la Virgen diciendo que «era una pesadez tenerlos tanto tiempo en la Sala y sin haber comido por un madero vestido de trapos».

Luis Rodríguez capta inmediatamente el hecho y se da cuenta que el veredicto iba a ser de no culpabilidad, a tenor de lo que se estaba cociendo en el acto. Él comprendió que en su resumen final, no debía mentar a la Virgen si quería aspirar a un veredicto culpable. Sin embargo, hizo pensar a los miembros del Jurado, planteándoles el hecho como si éste hubiera ocurrido en un paseo público y a cualquier señora que pasara por allí, y les preguntó: ¿les juzgarían inocente o culpables y merecedores de severo castigo a los que hubieran ejecutado un hecho tan procaz y escandaloso?. Y ¿si hubiera sido la madre o la esposa de alguno de ellos, hubieran usado cualquier arma que llevaran consigo para defenderla?.

Cuando el Jurado volvió, tras haberse retirado a deliberar, lo hizo con el veredicto de culpabilidad por unanimidad de todos sus integrantes.

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