No, no es un wésterm. Quizá más de un lector considere que en esta ocasión vamos a contarles alguna historia cinematográfica. Sin embargo, aunque la vida de hoy posee en sí misma rasgos bastantes de teatro o de cine, como quiera verlo cada cuál, nada hay más lejos de nuestra intención.
El desolador WhatsApp que nuestros amigos del Patronato del Toro de la Vega me hicieron llegar ayer (como siempre que surgen este tema y otros similares) me puso en ascuas. Porque, si hay algo en la vida que los hombres con corazón y sentido común han de defender es, entre otras cosas, su identidad; ese conjunto de rasgos propios del individuo o de la colectividad que nos caracteriza frente a los demás.
Hoy rezan los titulares de los periódicos: La Justicia suspende (cautelarmente) la celebración del Toro Júbilo de Medinaceli y antepone el “bienestar del animal”. Habría sido mejor que hubiéramos visto en sus páginas: “La INJUSTICIA…”. Sin embargo, la falta de ética profesional y de principios morales lleva a los hombres a juzgar y encarcelar antes a quienes aman LA VERDAD que a los mentirosos y a los que delinquen de todas las formas posibles. Hechos estos que nos preocupan. Y más que preocuparnos nos asustan. Pues nos hacen dudar muy claramente de la honestidad del terreno político en el que habitamos. Y, sobre todo, de la integridad de quienes debieran ser modelos de ejemplaridad y servicio a la ciudadanía en todos los ámbitos de la vida. En su lugar: minan los valores más tradicionales; socaban mezquinamente nuestros derechos más elementales; se venden al mejor postor; pisotean nuestras creencias religiosas; hacen burla de nuestra Constitución; insultan nuestra inteligencia y, más que ninguna otra cosa, convierten nuestro proceder cultural y tradicional en deshechos de nuestra gloriosa historia, esa que también se entretienen en malvender a costa de sillones y hábitos que, para nada, hacen al monje.
Todo esto, no es sino una evidencia tristísima de la putrefacta institucionalidad que domina la totalidad del escenario político y geográfico de nuestra vieja y muy amada España. Al mismo tiempo que una muestra de la nula confianza que la inmensa mayoría de españoles puede depositar en ella. Bien decía Churchill cuando se refería a esa casta, hoy indecente por los cuatro costados, que puede incluso dominar nuestras mentes y arruinar nuestras vidas: “…gente que es capaz de predecir lo que va a pasar mañana (…) y de explicar después por qué no ha ocurrido”. O, como ha sucedido en Valencia: “… hacer un diagnóstico falso y después aplicar los remedios equivocados” – (Groucho Marx).
Todo es una muestra más de cómo –en palabras del fundador de la revista La Pléiade, Louis Dumur– “los que gobiernan nos hacen creer que están a nuestro servicio mientras sucede todo lo contrario”. Y no sólo eso, sino cómo en el juego permanente entre la honestidad y la lujuria, es en los tiempos actuales cuando más triunfos está obteniendo esta última; y tanto en sentido literal como de desprecio hacia todo lo bueno, lo puro, lo agradable a los ojos de Dios.
Es comprensible, por tanto, la indignación del pueblo de Medinaceli, así como la de su alcalde, don Gregorio, a quienes desde estas líneas animamos a continuar en su lucha contra esos especímenes antinatura, que vienen subvirtiendo desde hace años tanto el orden natural de las cosas como el lenguaje social y político, para conseguir sus propósitos.
Por otro lado, sospechamos que esta situación “cautelarísima” sólo constituirá una medida transitoria. Pues, a pesar de que la celebración de este festejo había sido autorizada por la Junta de Castilla y León, mucho nos tememos que, como ocurrió con el Toro de la Vega, de Tordesillas, acabará por desdecirse de ello y claudicando ante la “agresividad” antitaurina, que sólo contempla sus derechos por encima de cualesquiera otros. Léase sino esa absurda comparación de derechos de los animales frente a los de las personas. Algo que no cabe en cabeza humana y que, no obstante, está siendo asumida sin preámbulos por quienes administran “justicia” en nuestro país y en tantos otros de nuestro entorno.
Asistimos, por consiguiente, a una imaginaria y surrealista proyección de un film cásico. Un wéstern, en el más amplio sentido de la palabra, en el que, tras la comisión de un asalto al banco de un pueblo, son asesinados el sheriff y su ayudante, ante la mirada pasiva de los habitantes de la localidad. Tan sólo Cahill, su hijo, y un amigo comanche rastrearán en busca de los asaltantes. Así es la vida de esta gran nación, en la que todas las fuerzas perversas parecen haberse puesto de acuerdo para arruinarla y desbaratarla para siempre. Y todo por comparar en derechos al hombre y al mosquito.
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Ese nido de golfos en que se han convertido militantes de partidos de izquierda en los que ayer confió la gente sencilla es la causa de tanta desgracia como está pasando: Aldama, Tito Berni, Begoña, Ábalos, Sánchez…Sobre ellos y sobre quienes les apoyan y defienden debería caer el fuego y azufre del desprecio.