Hemos empezado el mes de mayo, que se solía llamar el mes de las flores con referencia a la Virgen. Pienso que quien más quien menos tiene en su memoria el recuerdo de la niñez llevándole flores a la Virgen en este mes de mayo.
En mis coloquios con la Virgen, le digo a veces que cuando se ha querido aparecer en esta tierra, ha escogido a personas sencillas y niños como en el caso de los tres pastorcitos de Fátima, y Lourdes, también era una niña de 14 años.
Otro vidente de la misma sencillez que los anteriores, y en que me voy a detener más es al que se le apareció la Virgen de Guadalupe de Méjico. Era un indito, un pobre hombre de pueblo que se llamaba Juan Diego. Cuenta en un documento de aquella época como fue el primer encuentro con la Virgen. Se le apareció en el cerro llamado Tepeyac . Lo que enamora es ver con la confianza y cariño que este indito trataba a la Virgen. Un sábado se levantó muy temprano para ir a Méjico y recibir la instrucción en la doctrina cristiana. Y al pasar por el cerro oyó como un canto como de muchos pájaros preciosos. Pero cuando se hizo el silencio oyó que le llamaban y le decían “Juanito, Juan Dieguito” Se acercó a donde venía la voz. Y vio una noble Señora que allí estaba de pie, se maravilló de su sobrehumana grandeza. Su vestidura era radiante como el sol. Juan Diego se postró y escuchó su palabra, sumamente agradable como quien lo atraía y estimaba mucho.
Enseguida la Virgen le comunicó a Juan Diego lo que quería de él. “Sabe y ten bien entendido, tú el más, pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Deseo vivamente que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa; porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos vosotros que vivís unidos en esta tierra, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores que me invoquen, me busquen y en mí confíen; allí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar y curar todas sus penas, miserias y dolores.
La Virgen le ordenó que se presentara al obispo fray Juan de Zumárraga, para hacerle saber su deseo.
Pero no fue creído, y desalentado y compungido volvió al cerro para pedirle a la Virgen que enviara a alguien más digno, una persona principal y respetada a quien darían más crédito.
Pero escucho esta respuesta: ”Oye hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quien puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y con tú mediación se cumpla mi voluntad.”
Confortado con estas palabras de la Virgen se volvió a presentar al Obispo, y este le pidió una señal inequívoca de que era la Reina del Cielo quien le enviaba. Fue a contárselo a la Virgen que le prometió entregarle una señal irrefutable al día siguiente.
Es bien conocido el desenlace de la historia: El prodigio de las rosas florecidas en la cubre del cerro, que fueron depositadas en la tilma de Juan Diego por la Virgen, y llevadas a fray Juan de Zumárraga, como prueba de las apariciones; y como al desplegar Juan Diego su tosca prenda, apareció la maravillosa imagen, no pintada por mano de hombre, que todavía hoy se conserva y se venera en su Basílica de Méjico.
De nosotros también espera la Virgen respuestas a sus peticiones que nunca serán tan difíciles de cumplir como los ejemplos que hemos considerado. Pero es importante que hagamos nuestra parte. Podemos pedirle en este mes de mayo que acaben las guerras, y por todos los temas que hay en la sociedad que no están de acuerdo con la ley de Dios aunque estén permitidas por las leyes políticas. Cada uno debe aportar, aparte de rezar, hacer lo que esté de su parte, escribir, hablar. En la conversación con alguna persona, respetando sus ideas, pero si decimos que somos católicos, tenemos que dar testimonio de nuestra Fe.
A los pies de la Virgen, que es la Omnipotencia Suplicante como la invoca la Iglesia, dejamos todas nuestras peticiones para que las presente ante el Señor.
Humor: Un niño le dice a la profesora. Señorita no tengo goma… pues píntala, ¡ya! y si me sale mal, ¿cómo la borro?
Un señor muy listillo sube al tren y, al verlo tan lleno, pregunta: ¡Que!¿ falta alguien en el Arca de Noé? Otro señor le responde… adelante, faltaba un burro.