En los textos sagrados de nuestra religión cristiana se nos habla, entre otras cosas, de los grandes misterios. Hoy queremos referirnos a dos de ellos, opuestos entre sí: el Misterio de Piedad y el Misterio de iniquidad. Ambos, sumamente reveladores, dan cuenta respectivamente de las verdades que encierra nuestra fe, así como de las falsedades, mentiras y peligros que entraña el segundo para la humanidad, cuando ésta insiste en elegir el camino equivocado.
Son verdades del Misterio de Piedad (1 Timoteo 3:16):
– Dios fue manifestado en carne. Justificado en el Espíritu. Visto de los Ángeles. Predicado a los gentiles. Creído en el mundo. Recibido arriba, en la Gloria.
El Misterio de iniquidad, totalmente opuesto al anterior, queda revelado en Tesalonicenses 2:7-12, y reza así:
– 7)“Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad…; – 8) …sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que Él sea quitado de en medio. 9) Entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. 10) Inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que perecen, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. 11) A estos, Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira… 12) …a fin de que sean condenados todos los que no creyeron en la verdad y se complacieron en la injusticia.”
Resulta, pues, meridiano que el Misterio de iniquidad es la manifestación, plenitud y destrucción del “hombre de pecado”; o sea, del Anticristo.
Del mismo modo, estas dos verdades de fe, siempre constatadas por el hombre a lo largo de los tiempos, pese a que muchos no quisieran reconocerlo y continúen haciéndolo, no es sino la lucha permanente desatada entre el bien y el mal, además de la patentización de su existencia. Un enfrentamiento que, aunque tiene su origen en el principio de los tiempos, es en las décadas más recientes y sobre todo en nuestros días, cuando se manifiesta abiertamente en todos los campos, llevándonos a contemplar claramente la obra proyectada por el príncipe de las tinieblas, con todo su séquito. Una horrenda obra que, si durante siglos permaneció semioculta en la penumbra de la creación, amenazó obviamente con su sombra en cualquier ambiente y lugar, consciente de que su perturbadora semilla, sembrada paulatinamente entre el género humano, florecería en algún momento, con todo brío y energía, gracias a los invisibles y denodados esfuerzos del maligno enemigo por tergiversar las verdades eternas; aquellas que en tantas ocasiones convirtieron al hombre racional y moral en un ser difícilmente conquistable.
Tal maleficio comienza a dar auténticos signos de su existencia allá por el año 1957, cuando el Tratado de Roma establece la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE), cuyo período de desarrollo tiene lugar, curiosa y paralelamente, con la aparición de la Guerra Fría en Europa, hecho que la mantendrá dividida durante cuarenta años.
Más tarde, este contubernio económico será presentado al mundo, si cabe, y de un modo más abierto en 1974, momento en el que los planes del inicuo dan prueba de su fructificación tras su infiltración activa y pasiva en todos los ambientes de la vida del hombre (social, económico, político religioso y familiar). Se genera así un escenario nuevo de aparente libertad, que supone en realidad la instauración sutil de un nuevo periodo de intransigencia en la historia del hombre europeo y del mundo. Un ambiente en el que la atmósfera de los derechos y libertades se torna cada vez más irrespirable y putrefacta, por causa de toda una serie de medidas restrictivas que, paulatinamente, acabarán condicionando el auténtico mercado libre, favoreciendo así el enriquecimiento de las clases más privilegiadas y del poder dominante, tanto política como social, religiosa y económicamente. Lo cual, como no podía ser de otro modo, supone la evidencia más clara de aquel advenimiento anunciado por los textos sagrados: el de ese ser perverso y despreciable que causará terribles e inimaginables miserias al hombre y al mundo.
Para mayor desgracia de nuestra especie, durante aquel año de 1974 se desencadenaría una crisis económica ficticia. Su origen tiene lugar en los intereses dominadores de estados como Israel, a los que se oponen los países productores árabes. Para lograr su objetivo, éstos decretan el embargo de crudo a occidente, presionando al mismo tiempo a EE.UU. para que retire su apoyo al estado judío, que había ocupado previamente en 1967 territorios de Siria y Egipto durante la guerra de Yom Kipur. Ante semejante impostura por parte del estado judío, personas como el Dr. Hanrick Eldeman, supuestamente descendiente de familia judía y principal analista de la Confederación del Mercado Común Europeo, no dudó en anunciar desde Bruselas que, “como resultado del caos mundial se está preparando un plan de restauración computado electrónicamente…” (textual). Un plan en cuya inauguración y con apoyo de científicos, consejeros y líderes de la Confederación del Mercado Común, sería el mismo Dr. Eldeman quien quitaría el “velo” de “la Bestia” (nombre con el que, curiosamente, se “bautizaría” a una gigantesca computadora que ocupaba tres plantas del edificio de administración de las oficinas centrales del M. Común. Dicha máquina, capaz de autoprogramar más de cien fuentes sensorias de entrada, estaba diseñada para elaborar un plan maestro que serviría para controlar bajo un sistema numeral a todos los habitantes del planeta. También refirió que, dentro de ese plan, cada ciudadano del mundo estaría identificado mediante un número o clave que le permitiría hacer uso de sus derechos de compra y venta, etc., y que dicha identificación sería tatuada mediante láser sobre una parte más o menos visible de su cuerpo, de modo que pudiera ser detectado fácilmente mediante infrarrojos. Toda una inicua maniobra sin parangón, producto sólo de mentes psicópatas, con el fin de tratarnos peor que si fuésemos ganado y ejerciendo la fuerza si fuese preciso.
Semejante calaverada no deja dudas acerca de cuál era y es el propósito que aquellos individuos ya estaban tramando: el proyecto globalizador al que hoy nos enfrentamos. Una intriga cargada de egomanía e ingratitud de la que una gran mayoría no son aún conscientes, pensando que tan sólo se trata de fantasías conspiranoicas. Lo que contribuye a que no sean capaces de ver esa manifestación inicua del momento en el que viven. La realidad es, amigos míos, que el Anticristo se ha hecho presente ya entre nosotros; y, aunque no lo veamos físicamente, ello sucederá en el momento oportuno.
Existen más datos que corroboran la existencia de este plan. Datos como las declaraciones que el Dr. Eldeman realizó en aquella época, y que agregan una nota más al valor que deberíamos dar a cuanto está sucediendo en nuestro derredor: “No queremos otro comité (dijo ante los representantes de la Cámara en Bruselas), ya tenemos demasiados. Lo que necesitamos es un hombre de suficiente “estatura”, que cuente con la lealtad de todos, para levantarnos del fango económico en que estamos hundiéndonos. Si ese hombre lo envía Dios o el diablo, lo recibiremos.” Palabras tan llenas de oscurantismo y perversión no caben sino en mentes dispuestas a llevar a cabo cualquier atrocidad con tal de salir triunfantes del proyecto que se han marcado. Lo cual nos lleva a algo evidente: el hombre actual, en general, se ha apartado voluntariamente de Dios y del ejercicio de la virtud, buscando únicamente deleitarse en su miserable existencia apoyándose si es preciso en falsas promesas, en los más abyectos vicios, en la aceptación de la injusticia y de la maldad, y tomando como referencia a ese ángel expulsado del cielo llamado Luzbel.
El gran problema, por consiguiente, al que nos enfrentamos en la actualidad es seguir a pies juntillas ese ruin concepto democrático que nos han “vendido”. Una imagen vana de lo que debe ser la convivencia al amparo de una ley natural a la medida de cada cual, en la que los únicos derechos y obligaciones son aquellos que nos convengan en cada momento. Con este endemoniado proyecto se nos ha tratado de ilusionar durante años. Y ahora, cuando todo apunta hacia el final de los tiempos, su mentira agusanada disfrazada de “verdad”, pervierte bastardamente cuanto encuentra a su paso (hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes de uno y otro sexo, clérigos, hombres de justicia, representantes del pueblo llano,…), mostrándonos de manera descarada, sin ambages y sin ningún tipo de pudor, envueltas bajo la máscara de la “pulcritud”, de la “honestidad”, de la “felicidad”, de la comprensión y la tolerancia, y en general de todo lo que en la realidad es cosa bien distinta. Y así, huimos de cuanto suponga compromiso, esfuerzo, entrega, lucha y altruismo, perseverancia, respeto…, para mostrar nuestro afecto más meritorio hacia cualquier vanidad capital. Despreciamos lo natural, abrazamos la falsía (mimetizada con el embuste, la volandera, el fraude, la paparrucha y la trápala), y cualquier comportamiento ladino nos resulta encantador y altisonante, cayendo prendados fácilmente ante la procacidad, la sagaz desvergüenza, lo romanche y lo taimado, como si se tratase del elemento salvador de nuestras vidas.
Sí, de aquellos barros vienen estos lodos. Nuestros sentidos niegan lo intangible, y sin embargo adoran ver y tocar, la charlatanería, los magos de cuatro cuartos… Y, cómo no, todo lo despreciable, lodazándose en la inútil pretensión de vivir eternamente en medio de la materialidad. Se nos nubla el cerebro cuando nos hablan de AMOR, asociándolo instantáneamente y con pobreza a esa fruición y desenfreno que nos provocan los placeres del instinto y de la carne. Tratamos a los animales como a iguales, rebajando así nuestra propia dignidad humana y al mismísimo Creador a la calidad del mecánico de al lado que repara nuestro viejo coche. Ignoramos cuanto sea espiritual, porque para eso ya estamos nosotros mismos. Y así caemos indefinidamente en esa gran contradicción que supone buscar la felicidad de lo natural en todo lo que jamás podrá dárnosla.
En este sentido, el surgimiento de la C.E.E. fue en su momento el mayor acto de encantamiento llevado a cabo en la edad contemporánea. Inventado por quienes no creían en Dios, sino en ellos mismos. Porque, cuando surge un problema que afecta gravemente a los estados o naciones, a la sociedad y a los hombres en general, son aquellos quienes conocen dónde está verdaderamente el origen del mal. Un gran latrocinio sin paliativos, que hizo creer a la sociedad del momento y a las generaciones posteriores que la solución de las crisis económicas estaba en manos del hombre. Y de hecho así era, al menos teóricamente, ya que era él y sólo él quien creaba situaciones tan escabrosas y complicadas para después obtener pingues beneficios de ellas. Una prueba más de ello es que, desde la gran crisis de 1929 en EE.UU., todas las que le sucedieron posteriormente tienen un planteamiento fácilmente desmontable, si echamos mano de las hemerotecas y analizamos minuciosamente los hechos.
Apostar por consiguiente por el nexo entre el Misterio de iniquidad y la Comunidad Económica Europea supone desentrañar un laberinto compuesto tan sólo por una serie de claves que están bastante a la vista, si prestamos atención a cuanto acontece a nuestro alrededor. Algo parecido a lo que le sucedía a Donoso Cortés, quien afirmaba con rotundidad sus sentimientos negativos hacia cuanto suponía la idea democrática. De hecho, si la nuestra y la del resto de los países europeos y del mundo presentan dudas acerca de la veracidad de cuanto defienden sus constituciones, la de su época no dejaba resquicio alguno de duda acerca de su iniquidad. Y del mismo modo dejaba caer su juicio acerca de la casta política, en especial de la socialista, a la que consideraba una “especie” única y sutil, al tacharla de “consumidores compulsivos del presente… a cargo del mañana.” O, seres que “…afirman la solidaridad humana y niegan la familiar.” Lo mismo que sucede en la actualidad.
Con este socorrido compost, el hombre político, el poderoso, el amigo de la intriga, unidos todos, se crea hoy ese enemigo de todo lo valorable y, al mismo tiempo, el amigo de toda bajeza. Amigo y enemigo difícilmente superables, que siempre deambulan entre los entresijos de esa fanfarria llamada “democracia”, capaz de tildar de loco al hombre más sabio y de justo al más vil y traicionero.
De ahí, precisamente el desastre. La C.E. lejos de no solucionar ninguno de los problemas graves, gravísimos de las sociedades y países del continente, ha sido la fachada con la que han sido encubiertos los abusos más escandalosos y obscenos de estas últimas décadas. No sólo en lo político, sino en cualquier orden social al que nos refiramos. En su nombre, han sido destruidos los valores que dieron fama y honor a las generaciones que elevaron Europa a la calidad de “faro” del mundo, dejando que sus ideas y valores fuesen expandidas por los cuatro los vientos; fueron creadas, e incluso improvisadas, nuevas crisis económicas, millones de personas perdieron su trabajo y fueron enviadas a las colas del paro o condenadas a vivir subvencionadas, la inmigración irrumpió en nuestras naciones bajo un efecto llamada premeditado, las multinacionales y entidades financieras se enriquecieron más que nunca a costa de hacer desaparece otras menores que le hacían la competencia, la moral y la religión fueron denostadas para, en su lugar, implantar una idea nueva llamada “pensamiento único”; se inventaron plagas inexistentes de animales, para hacer creer a la población que sus vidas estaban en peligro y así empobrecerles de por vida; e incluso surgieron espontáneamente virus desconocidos para aterrorizar a la humanidad y comprobar cuál era su reacción de cara a implantar un “nuevo orden global”. Sin embargo, la maldad y la envidia, presentes por siempre en el corazón del ser humano, lograron convertirlas en paranoias de las sociedades modernas, que las desechó sin más, debido a ese embrutecimiento que le hizo ver el “progreso” como la referencia primera y última de su existencia. Entonces fue cuando se abandonó al capricho y a la concupiscencia, envaneciéndose tanto como el hada mala del cuento de Los Siete Enanitos al mirarse al espejo.
No deberíamos, por tanto, mirarnos demasiado en el espejo mágico de la C.E.E. La respuesta que recibiremos de él podría resultarnos desagradable; para muestra ya tenemos más de un botón. Sería más sensato tomarse en serio el hecho que nos recuerda la existencia del mal y del bien, aunque no parece que convivan en esta Comunidad Europea que todos conocemos. Porque los tiempos que corren son inicuos, y ya apenas quedan hombres sobre la faz de la tierra con principios; cuanto menos en Bruselas, donde todo se cuece a la temperatura que al globalismo le conviene. Y tampoco con principios universales y transcendentes. Sin embargo, nos queda no obstante la esperanza de saber que el mal, por sí mismo, jamás podrá triunfar, pues en su semilla nada bueno cabe. Al contrario que el bien, cuya cabida siempre encuentra lugar en el hombre cabal y abnegado, discípulo de aquél que todo lo puede, incluso exterminar toda maldad.