España fue, desde antiguo, un país eminentemente agrícola. También la ganadería adquirió importancia en las décadas posteriores a la guerra civil. Sin embargo, la industrialización llegó más tarde y de modo más lento. Durante los años de la “dictadura” el panorama económico y social fue cambiando paulatinamente, hasta alcanzar niveles de bienestar no superados hasta entonces; y el concepto de “economía sostenible” hizo posible que la población española fuese prosperando lentamente, respetando el medio ambiente y mecanizándose dentro de las posibilidades del desarrollo nacional.
Posteriormente, tras la instauración de la democracia en España, fue en 1987 cuando el concepto de economía sostenible apareció en una publicación elaborada para la ONU por una comisión destinada al efecto, encabezada por la primera ministra noruega Gro Harlem Brundrland. Pero para entonces España ya hacía tiempo que había puesto en marcha esta idea sin tan siquiera llamarla de esta manera.
Ahora, tras el incierto invento de la CEE, todos parecen apuntarse el “gol”, apresurándose a elaborar informes para intentar instaurar en el continente un plan que supere todas las expectativas negativas de crecimiento de cara al aumento poblacional previsto para las décadas que se avecinan.
Por otra parte, tanto el llamado PROYECTO EUROPA 2030 como el denominado PLAN DE ACCIÓN PARA LA IMPLEMENTACIÓN DE LA AGENDA 2030, contemplan un crecimiento poblacional de cara a estas fechas de unos MIL millones de habitantes, según los expertos. Y ahí es donde nace, precisamente, la “preocupación” de los que dirigen el cotarro europeo. Una “inquietud” que les ha llevado a elaborar medidas para atajar el “mal” que se nos/se les avecina.
Para ello, uno de los objetivos es “la innovación (…)” del sector agrícola. Si bien también se hace referencia hasta un total de 17 puntos, en los que se proponen actuaciones encaminadas a atajar/subsanar los “defectos” de las políticas anteriores. Algo que, en principio y dadas las trochas por las que discurre este gobierno, llenas de baches y con demasiados trompicones, se nos hace imposible comprender cómo van a resolver el problema que se les presenta, si cada vez que se topan con uno surgen más a su alrededor.
Sea como fuere, y por si alguien tiene interés en consultar las fuentes que hemos tomado como referencia para la elaboración de este artículo, puede acudirse a los títulos de los planes arriba reseñados. Documentos que, además de extensos y farragosos no nos aclaran ni con la claridad suficiente ni con la precisión que el ciudadano de a pie necesita, en qué van a consistir las acciones a seguir dentro de cada uno de los puntos. Eso sí, algunos intuimos que, según el programa europeo todo “pinta” muy bien; pero la realidad es que nuestro país se hunde en la miseria cada día más y los problemas se tornan cada día más acuciantes. Ahí están las recientes manifestaciones de agricultores y ganaderos; las interminables incursiones de cayucos repletos de inmigrantes procedentes de todas partes, indocumentados y de dudosa reputación, que son literalmente recogidos por Cruz Roja y atendidos con más mimo que a los necesitados españoles; la descomposición, cada vez mayor y más rápida, de nuestro tejido industrial; y (por no añadir más datos) el incesante aumento de nuestra deuda externa, el encarecimiento diario de la cesta de la compra, el aumento de la carga fiscal sobre el contribuyente, etc, etc, etc.
Dadas las circunstancias, es difícil permanecer impasible ante la situación, lamentable por donde se mire. El sector primario está que arde. Y con razón. Y los socorros y ayudas que necesitan y con los que se le llena la boca a la cámara de diputados europeos, nunca llegan; antes al contrario, se posibilita el comercio de importación de terceros países no comunitarios en detrimento de los nacionales. Lo cual no ha de ser interpretado precisamente como una ayuda, sino como un conjunto de medidas tendentes a convertir nuestro país en un erial, donde la población acabe sucumbiendo al subvencionismo estatal, cuando no a una dictadura soterrada pero demasiado evidente a estas alturas.
En Europa, puede que los diputados de la Cámara (más bien camarilla) estén muy decididos a promover su imagen como filántropos, a tenor de la teoría expuesta en sus planes de mejora de la agenda 2020-2030. Pero la única verdad es que el fruto, el resultado en cualquier caso es claramente nefasto, negativo, pernicioso y dañino. Y yo diría más, criminal e irracional.
Así las cosas, querido lector, querido agricultor, comerciante, ganadero, pequeño o mediano empresario, ama de casa, padre de familia… Así las cosas, digo, resulta muy difícil comprender; y mucho menos apoyar a un conjunto de individuos que, bajo el nombre de políticos, pretenden generar confianza en nosotros cuando lo que mejor hacen es procurarse una vida tan dilatada y pingüe como puedan a costa de nuestro trabajo, sin importarles nada lo que vaya a ser de nosotros y de nuestros descendientes.
Por tanto, nada cuadra. Ni tan siquiera la sensación de que sus intenciones puedan ser buenas. Y la única calificación más elegante que se merecen estos hombres y mujeres –que deberían ser conspicuos, nobles, honestos y reputados– está servida: su misantropía es evidente y manifiesta. Y nada hay más miserable en este mundo que la ruindad humana, el cinismo y la hipocresía. Desde nuestro punto de vista, en eso, sólo en eso despuntan.