Esclavismo, mitos y verdades

por J.A. "GARAÑEDA"

La historia de la humanidad está repleta de ejemplos deplorables. Su máxima expresión podría reflejarse en el pensamiento de Plauto, comediógrafo de la antigüedad clásica, nacido en Roma, en el 184 a.C.; quien, en una frase memorable, llegó a decir: “el hombre es un lobo para el hombre”.

Popularizada siglos más tarde por Thomas Hobbes, supone una realidad desde el principio de los tiempos, y tiene su representación más despiadada en el esclavismo; comportamiento que hace despreciable a quien lo practica y víctima inocente al que lo padece. Un hecho que se manifiesta en el hombre a través de ese estigma de perversidad impreso en su inevitable materialidad y que sólo puede ser erradicado mediante la propia e intrínseca asunción de esa espiritualidad, tantas veces negada en tanto que condición invisible pero real, heredada graciosamente de un Ser superior origen del todo. Por ello, la evidencia más clara y determinante de semejante pecado, así como de cuanto dio lugar a la aparición del mal en el mundo es y será siempre la soberbia. Jamás ha existido cultura sobre la faz de la tierra que no haya practicado, directa o indirectamente, esta trasgresión de un derecho tan elemental del ser humano cual es la libertad. Tanto es así que, si la bondad es la expresión más clara de ausencia de odio, envidias y soberbia, ninguna de ellas, hasta el momento, podría ser considerada acreedora a tal tendencia de practicar el bien.

Muchos de los pueblos antiguos la practicaron, casi siempre con fines lucrativos o simplemente económicos (mano de obra barata, servidumbre, placer, etc.). Y lo que comenzó siendo un uso exclusivo de las clases poderosas acabaría por convertirse más tarde en costumbre y moda de las clases acomodadas, hasta acabar en negocio de todo aquel que quisiera o pudiera aprovecharse de ello.

Así pues, aprovechando las fuentes que hemos manejado, podemos afirmar que la gran mayoría de los países y naciones del mundo civilizado han dado cobijo a esta ignominia. Unas veces, bajo la excusa de la supuesta superioridad racial; otras, aprovechando el predominio cultural o tecnológico alcanzado sobre otros pueblos; e incluso haciendo valer un imaginario derecho a explotar un comercio ilegítimo que consideraba al propio ser humano como una mercancía más.

De hecho, este ejemplo anodino de las culturas más antiguas conocidas no sirvió al hombre para apartarse de tales mañas. Más bien al contrario, avivaron las ansias de enriquecimiento y poder de unos hombres sobre otros, valiéndose de un supuesto empoderamiento que él mismo se arrogó sobre los demás, simplemente porque se hallaban en disposición de someterlos fácilmente.

Así, ávidos de enriquecimiento fraudulento, impío y de permisiva injusticia para sus iniquidades, se lanzaron a la “conquista” del mundo, utilizando al hombre negro, sin distinción de edad o de sexo, para negociar con sus vidas como si de ganado se tratase. Aunque lo cierto es que, para quienes ejercían esta práctica diabólica, su valor (acaso mayor que el de los diamantes) estribaba en que tan  sólo tenían que ir a secuestrarlos allí donde se encontraran viviendo miserablemente.

Esta infame condición humana, convertía en tragedia la supervivencia de sus infelices víctimas, apoderándose, sobre todo, de toda Europa y de América; lo que haría que el mundo de aquellos siglos acabase convertido en un lodazal, donde la moralidad, la falta de amor al prójimo, y la negación del valor de la vida humana (con exclusión de la del hombre blanco) eran el marchamo de las marcas de poder y de las sociedades que las mantenían en pie. Y así permaneció desde su inicio, tanto en los primeros pasos de las culturas primigenias, como hasta el último tercio del siglo XIX.

Desde otro punto de vista, sin embargo, aún persiste en una gran mayoría el convencimiento de que el fenómeno esclavista sólo fue perpetrado y mantenido por esa parte de la raza blanca asociada al poder político y económico. Hecho cierto, pero únicamente en parte; pues, en cada caso, siempre hubo un sector que, curiosamente, permaneció siempre a la sombra. Pero no por ello poseía menos poder.

El judío rico, el adinerado comerciante poseedor de ingresos no siempre lícitos, el cambista banquero, el que normalmente prestaba cantidades de dinero a intereses usurarios fue, desde antiguo, hábil “servidor” de los poderosos. Buen conocedor de las ventajas que dicho árbol le dispensaría, procuró acercarse lo más posible a su sombra, tratando al mismo tiempo de pasar inadvertido. Tanto es así que, curioseando en las fuentes documentales, algunos descubrieron lo que la Historia falazmente nos ocultó durante tanto tiempo. Una realidad que, aunque escondida, no faltó quien albergara la fundada sospecha de quién se hallaba tras ella.

Así, hurgando entre los viejos papeles (los documentos siempre hablan por sí mismos, aunque a veces cuenten verdades a medias), sale a relucir que el pueblo hebreo llevaba siglos traficando con esclavos: “El tráfico de esclavos constituía el mayor medio de vida para los judíos de Roma…” (1). (Enciclopedia judía de Funk y Wagnalls, vol. 10).  Porque el judaísmo aprueba la esclavitud siempre que sea ejercida sobre los gentiles.

En otro apartado, descubrimos que: “… tanto en Charleston como en Newport, era tal la trata de negros que había que, en un mismo año, de 128 naves fletadas en ambas ciudades para transportar esclavos, 120 eran propiedad de judíos o de familias judías.”

Asimismo, hay que destacar que, aunque este tipo de tráfico era conocido desde mucho tiempo antes, fueron los árabes quienes dominaron el tráfico de esclavos durante el siglo XV. Aun así: “… se sabe que fueron los judíos conversos los que participaron de forma directa en el negocio de la trata, participando como médicos, astrónomos, prestamistas, etc.” (2) (Judíos portugueses en la trata africana en el S. XVI. Ramírez Vidal L.A. – Universidad Autónoma Metropolitana, Itzapalala – México)

Por cuanto se refiere al revisionismo histórico de esta cuestión en documentos ilustrativos de la trata de esclavos en América, podemos ampliar esta información enumerando algunos de los nombres de buques negreros que se dedicaban a este negocio, todos ellos propiedad de judíos:

Abigail – Aarón López, Moises Levy, Jacob Frank; Corona – Isaac Levy y Nathan Simpson; Nassau – Moisés Levy; Cuatro Hermanas – IDM; Ana Eliza – Justus Bosch y John Abrams; Hester – Mardoqueo y David Gómez; Isabel – IDM; Antigua – Nathan Marston y Abram Levy; Betsy – Wm. De Woolf; Polly – James de Woolf; White Horse – Jan de Sweets; Expedition – Juan y Roosvelt Jacob; Charflot – Moises y samuel Levy; Caracoa – IDM. (3) (EL NEGOCIO JUDÍO DE LA ESCLAVITUD EN AMÉRICA – documentos ilustrativos de la Historia de la trata de esclavos en América – Elizabeth Donnan, 4 vol.- Wasshington D.C. 1930, INSTITUDO DE TEGNLOGÍA CARNEGIE, 1935, PITTSBURGH-PENSYLVANIA).

Otro aspecto que refleja fielmente la participación de familias judías en la trata de esclavos son los siguientes:

El 40% de los judíos propietarios de viviendas tenían una media de 4,5 esclavos por familia.

Menos del 5% de la población blanca poseía esclavos.

400 de cada 1000 judíos eran propietarios de esclavos.

El 78% de los dueños de esclavos durante la época álgida de la esclavitud americana, eran judíos (4). (Ibdm. 3)

Continuando con el problema de la trata en América, añadiremos que: “… cuando se introdujeron en América los esclavos negros, encontramos entre los traficantes y dueños a judíos. La capacidad comercial judía convirtió en monopolio la trata de esclavos”. Además, 12 millones de esclavos fueron comprados en África y enviados a América. Había puertos en los que el 80% de los barcos negreros eran propiedad de judíos. Se estima que, en el puerto de Newport, el mayor puerto de tráfico esclavista, había más de 300 barcos, propiedad de judíos, dedicados a la trata de esclavos (5). (Enciclopedia Judaica Castellana).

En cuanto al número de personas que fueron capturadas para el comercio de esclavos a América y otros lugares, se sabe que, entre 1.501 y 1.785, ascendió a 12.521.335, entre los que se señala el lugar de partida y de destino. Después de 1.820, Cádiz y Barcelona, con la colaboración de franceses y norteamericanos, controlaron la mayor parte de la trata (6). (Javier Moreno Rico – HOMBRES Y BARCOS DEL COMERCIO NEGRERO EN ESPAÑA, 1789, 1870.)

En lo que a España se refiere, entre las personas que se dedicaron a este negocio podemos citar:

Francisco de Lemonauria, armador y propietario de la fragata Nuestra Señora de la Piedad y el bergantín Nuevo Pájaro; Julián Zulueta Amondo, político de origen alavés; Pedro Blanco Fernández de Trava, apodado “el Mongo de Gallinas” (Málaga), probablemente el mayor negrero esclavista de la historia de España; José Iznardi y José Freire, ambos de Cádiz; José J. Ferrer, natural de Pasajes; Domingo Castaños, natural de Baracaldo; Francesc Canal, capitán de la goleta Nuestra Sra. Del Carmen; Pelegrí Romagosa, capitán del buque Fortuna; Josep Fábregas, capitán del bergantín Cristina; Joan Botet, capitán del bergantín Telus (7) (Ibdm. 6); y algunas de las grandes sagas burguesas catalanas, como los Vidal-Quadras, los Goytisolo, los Samá, o los Xifré (8) (El Diario.es, 06/01/2018)

Por último, debemos añadir que, la mayor parte del comercio negrero en España se repartió entre los puertos de Barcelona y Cádiz. Así como que el hecho de navegar con bandera falsa era una práctica corriente y no tenía más objeto que engañar a las flotas anti-trata.

Otro dato bastante significativo es el que hace referencia al período ilegal, entre 1.821 y 1.845, en el que se condujeron 233 embarcaciones españolas, de las cuales 56 (23,9 %) eran catalanas.

FIN DE LA ESCLAVITUD

No podemos finalizar este artículo sin recordar las condiciones de transporte de los esclavos, a quienes se aplicaba un régimen disciplinario violento. Tanto, que muchos morían durante la travesía. Unas circunstancias que, desgraciadamente no forman parte únicamente de los siglos pasados, sino que continúan formando parte en nuestros días de unas condiciones laborales que algunos han dado en denominar “esclavismo moderno”. Una práctica quizá más sutil de esclavismo pero que no por ello deja de ser igualmente violenta, pues obliga a las personas a trabajar en condiciones infrahumanas, ya sean adultas o niños. En algunos países de Europa, como Alemania, este tipo de trato es frecuente en determinados sectores laborales, donde la mujer es utilizada con objeto de placer y sometida a vejaciones constantes (subyugación, servidumbre, matrimonios forzados, etc.) por parte de sus explotadores. Tal vez por ello se ha atribuido a este país el calificativo de “el burdel de Europa”. Un problema que no sólo afecta a países de nuestro entorno, sino también a otros fuera de él, como Qatar, Congo, o Libia. Pero también un problema que afecta a hombres. De hecho, el llamado “esclavismo moderno” no sólo es una cuestión a erradicar por necesidades de salud pública, sino por cuestiones de moralidad y dignidad de las propias personas, muchas de ellas abocadas a conceder sus favores por miedo a sufrir castigos físicos o psicológicos de cualquier tipo. Sin embargo, el gran caballo de batalla es cómo se va a conseguir alcanzar semejante meta mientras la corrupción política sea la “garante” del mal llamado “bienestar social”. Un fraude que continuamente padecemos por causa de la amoralidad de aquellos que, lejos de velar por la salud espiritual de nuestros semejantes lo hace en pro del culto al cuerpo.

Un amigo me dice: “Todos los hombres tienen conciencia; pero, unos la utilizan para hacer el bien; otros, simplemente, no lo hacen, por miedo a que se les gaste. Y muchos, ni siquiera saben para qué sirve.

Y es que pensar que hoy somos más libres y que poseemos más derechos es tan sólo una realidad ilusoria. En el fondo ocurre todo lo contrario, pero nos constriñe la idea de creerlo así para conformarnos soñando que somos más felices que ayer. Algo que suele suceder al cerrar lo ojos, oídos y entendimiento ante una realidad amoral y perversa. Lo cual es un sacrilegio; pues supone odiar a Dios y abrazar sin ambages al señor de las tinieblas.

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