ENTRENAMIENTO, CONOCIMIENTO Y CONFIANZA

por J.A. "GARAÑEDA"

Hay un momento en la vida de los pueblos que hace temer por su futuro, llevando a muchos a pensar que todo cuanto llegó a lograrse con esfuerzo y tesón podría desmoronarse y quedar reducido a arena y polvo. De hecho, la Historia está repleta de ejemplos en los que se da cuenta de cómo desaparecieron imperios, naciones, culturas de los que nadie hubiera podido imaginar tan triste final. Sin embargo, sucedió y la vida continuó. Por lo que, el gran interrogante para nosotros en la actualidad es: ¿Cabe la posibilidad de que a nuestro país, España, le suceda lo mismo?

Imperios como el romano, que llegó a ocupar una extensión aproximada de 5 millones de kilómetros cuadrados; el imperio británico (aún mayor); o el propio imperio español, en tiempos de Felipe II, en cuyos territorios, se decía, no se ponía el sol, vieron extinguir paulatinamente su resplandor debido a las circunstancias, pero también a las catástrofes procuradas por los desaciertos políticos. Y todo ello, sin olvidar la intervención de esa mano poderosa que rige los avatares universales, permitiendo igualmente que los desastres se produzcan, tal vez para combatir la obstinación y la soberbia humanas.

La grandeza de todo imperio se fundamenta, más que ninguna otra cosa, en la capacidad del hombre para llevar a cabo sacrificios indecibles, hazañas memorables, obras geniales, conquistas grandiosas de la mano de las virtudes del alma. Sin Prudencia, sin Justicia, sin Fortaleza y sin Templanza, no cabe en el ser humano la honra de servir ni al espíritu creador de todas las cosas, sin el cual nada podemos, ni a sus semejantes, ni a sí mismo. Por lo que, para gobernar rectamente cualquier nación o estado, se hacen imprescindibles en la especie humana todas y cada una de estas cuatro capacidades.

En nuestro tiempo –tiempo de yerro y desatino permanentes–, el gobierno de las naciones da la impresión de haber caído en manos desoladoras, arrasadoras, viles e impías. Y así, no hay decisión o medida que proceda de ellas que no suponga un obstáculo nuevo en el entendimiento de las diversas gentes que conforman sus sociedades. Es más, tantas leyes, normas, preceptos, o edictos que salen a la luz tienden, inequívocamente, a aumentar la confusión, el desacuerdo, la discordia, el malquistamiento, la escisión y el cisma, favoreciendo así la desintegración paulatina de las fuerzas naturales que siempre dieron sentido a toda sociedad civilizada. De hecho, lo que esta situación procura no es sino la desaparición de esa preparación o entrenamiento que el hombre siempre necesitó para afrontar las cuestiones difíciles y resolverlas con éxito. Además, la facultad intelectiva del ciudadano, en general, va reduciéndose; de modo que a medida que transcurre el tiempo va asumiendo determinadas formas de gobernar y sus medidas, no como restrictivas o sesgadas, sino como normales. También y por esta misma causa, la desconfianza entre unos sectores y otros de ciudadanos, e incluso de grupos de individuos aumenta, llegando a alcanzar límites insospechados. Y por último, el sentimiento de lucha para alcanzar cualquier tipo de meta desaparece por completo, llegando a anular totalmente su voluntad.

Algo muy parecido, semejante o igual bullía en la mente de Julio César, el gran emperador romano, para quien “sin entrenamiento, no existe el conocimiento; sin conocimiento, no existe la confianza; y sin confianza, no existe la victoria”. Una victoria que, no nos equivoquemos, siempre estará en manos de la ciudadanía, pero no de una ciudadanía ciega y muda, falta de entrenamiento, sin conocimiento y sin confianza en sí misma para alcanzar la meta más alta que puede pretender todo hombre o mujer que se precie de serlo.

A menudo fijo la mirada en la bandera que hondea en lo alto del mástil de mi casa. Un hermoso “trapo” –como dirían un francés– adornando la invisible danza del viento y las tangibles lágrimas de la lluvia. Sólo la fuerza de los elementos la arrebatan y van deshilachándola poco a poco. Y da la impresión de que nadie la cuida ni se preocupa de ella. Cuando esto sucede, quiero pensar que no sucede lo mismo con nuestra amada España, hoy gobernada por mentes vergonzantes, manoseada por quienes la escupen, y expuesta a toda clase de vilezas, ya sean mezquinas o reales. Sin duda me engaño a mi mismo. Por lo que, miro más detenidamente la bandera de mi mástil y me propongo renovarla y poner en su lugar una nueva. Cuando lo hago, me siento orgulloso de haberlo hecho. Pero pienso en toda esa masa humana que pasa por delante de ella con desprecio. Entonces me imagino en medio de mis “compatriotas”, entre los que distingo a unos pocos que reaccionan como yo. Sólo unos pocos. Y muchos que callan, que tragan, que se conforman o les parece bien. Otros que ríen complaciéndose en la desgracia ajena, sin darse cuenta de que es la de ellos mismos. Y se me hace inevitable no recordar aquella frase de Chesterton: “Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente; sólo algo vivo puede ir contracorriente”. Entonces vuelvo a interrogarme en silencio: ¿Dónde están mis hermanos? Y miro en el espejo del tiempo intentando encontrar aquella conciencia del hombre del pasado, también de mi generación, orgullosos de ser españoles, de haber combatido por Dios, por la patria y el rey, de haber luchado y trabajado por ella, de haberla liberado del oprobio y de la esclavitud, e intento compararla con la del hombre de hoy. Sin duda, no veo a Julio César en ninguno de ellos. Tampoco a Chesterton. Únicamente veo necedad, oscuridad, miedo. En fin, si Dostoievsky estuviera entre nosotros, volvería a decir aquello de: “…casi todas las personas capaces (y no capaces) de hoy tienen miedo de ser ridículas; por eso son miserables”.

2 comentarios

Carlos De Oyague Lamas 21/10/2023 - 21:12

Estamos viviendo una situación política preocupante con el tema de Catalunya por los siete votos gue necesitan

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JESÚS BLANCO BRAGADO 24/10/2023 - 10:07

Enhorabuena J.Antonio por tu intención. Tu artículo me parece profundo, y, a pesar de lo que puedan pensar algunos, estimulante, valiente y lleno de buenos propósitos No cejes en la idea que transmites. En esto, y en otros muchas cosas, aunque parezca que la siembra cae en tierra estéril, estimo que no es así, y para que dé sus frutos, no hay otra solución que la perseverancia.
Por la parte que me toca, muchas gracias.

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