Entre oráculos y columnas: Atenas en tres actos

by Ivan Morales

La forma de organización de los pueblos griegos se basó desde la Antigüedad en un grupo de ciudades–estado que dominaban el panorama heleno, núcleos independientes que establecían alianzas según sus intereses. Ese fue el caso de Atenas. Desde la ventanilla del avión, se vislumbra esta bella metrópolis que despliega su blanco manto salpicado de reflejos arropando con esmero su omnipresente Acrópolis, que se alza sobre su roca sagrada como un eterno centinela de piedra. Basta una mirada para imaginar la vida en su época gloriosa, y lo que el paso del tiempo ha transformado. Su nombre —Ἀθῆναι (Athēnai) en griego antiguo— procede de la diosa Atenea, patrona de la sabiduría y la estrategia, cuya figura sigue impregnando cada rincón de esta ciudad viva y vibrante. Dentro de su perímetro —y con algunas visitas ineludibles más allá en sus alrededores—, Atenas resguarda un legado cultural y artístico tan vasto como fascinante. Es un lugar donde cada piedra y cada calle cuentan la historia del nacimiento del pensamiento occidental, un testimonio vivo del origen de nuestra manera de mirar el mundo.

“El búho, asociado a la diosa Atenea, se convirtió en símbolo de la ciudad y de Grecia. En las antiguas monedas atenienses —como las dracmas— y en los ´euros griegos´ de la actualidad se representa junto a una rama de olivo y las letras ΑΘΕ, abreviatura de Atenas en griego.”

ACTO I – Descubriendo el corazón de Atenas

Nuestra aventura comenzó en la Plaza Sintagma, epicentro político y cultural de la ciudad. Nos alojamos en el Hotel Amalia, ubicado frente al imponente Parlamento griego y la emblemática Guardia Real, con sus uniformes tradicionales y su ritualizado cambio de guardia que atrapa todas las miradas. Justo enfrente se alza el majestuoso Grande Bretagne, uno de los hoteles más emblemáticos y lujosos de Grecia. Inaugurado en 1874, ha sido testigo de importantes acontecimientos históricos -sirvió de cuartel para las tropas nazis en la II Guerra Mundial- y ha acogido -entre otras figuras- a Winston Churchill , a María Callas o a Elizabeth Taylor. Desde su terraza con vistas a la Acrópolis hasta su elegante spa, es una joya de hospitalidad clásica en pleno corazón ateniense. Con esta primera caminata ya nos sumergimos en la atmósfera única de la capital helena, donde la historia y la modernidad conviven en perfecta armonía.

ACTO II – Delfos: entre dioses y montañas   

      El teatro como tal fue inventado en Grecia. Consistía en una combinación de danza, declamación, canto y poesía. Poco a poco fue abandonando esta mezcla de disciplinas para centrarse en una representación dialogada en un escenario: la tragedia y la comedia.”

En una luminosa mañana de verano, dejamos atrás el bullicio de Atenas rumbo a Delfos, a unas dos horas al norte. El camino nos fue llevando desde el asfalto urbano hasta el verde silencioso de las montañas. Según la mitología, Apolo adoptó la forma de un delfín para guiar a los primeros sacerdotes al lugar donde se erigiría su templo, de ahí el nombre Delphoi. Otros sugieren que proviene de delphus (vientre), aludiendo al omphalos, el ombligo del mundo, que los griegos situaban precisamente aquí. Delfos fue uno de los centros espirituales más importantes del mundo antiguo. Aquí se encontraba el célebre Oráculo de Apolo, donde la pitonisa pronunciaba enigmáticos mensajes que marcaban el destino de pueblos y reyes. Caminar por las ruinas del santuario —el templo, el teatro, el estadio—, rodeados de cipreses y olivos, fue como entrar en otra dimensión temporal. Delfos no solo fue un centro espiritual y político del mundo griego, sino también un símbolo del poder del destino y del misterio de la verdad, temas que siguen resonando siglos después.

Fue precisamente en este lugar donde se selló el destino de uno de los personajes más trágicos de la mitología griega, Edipo -tragedia que dio origen a la expresión ´complejo de Edipo´-.

“En el santuario de Apolo, los reyes de Tebas, Layo y Yocasta, reciben una profecía funesta: su hijo matará a su padre y se casará con su madre. Para evitarlo, abandonan al niño, pero el destino no se deja engañar. Edipo, criado sin conocer su origen, también consulta al oráculo y, al oír la misma predicción, huye de Corinto para escapar de lo que cree su sino. En el camino, mata a un hombre en una disputa —su verdadero padre— y llega a Tebas, oprimida por la Esfinge, quien lanza su enigma: “¿Qué ser tiene una sola voz, y camina por la mañana en cuatro patas, al mediodía en dos, y por la tarde en tres?” Edipo responde: “El ser humano.” La Esfinge se destruye y el pueblo lo aclama rey. Como premio, Edipo se casa con la reina viuda, sin saber que es su madre, cumpliendo así la terrible profecía del Oráculo”.

De regreso en Atenas, la tarde nos condujo hasta el Estadio Panathenaico, el único estadio del mundo construido íntegramente en mármol blanco. Allí, bañados por la luz dorada del atardecer, sentimos una paz solemne tras un día colmado de historia y belleza.

“En la Grecia clásica se celebraba cada 4 años una competición atlética en la que participaban todas las ciudades helenas. Por su carácter deportivo y competitivo se denominaron ´juegos´, y por tener lugar en la ciudad de Olimpia, ´olímpicos´. La primera edición se produjo en el año 776 a.C.”

ACTO III – La joya del viaje: la Acrópolis

“Más que mármol, el Partenón está hecho de luz.” – Le Corbusier

El camino en pendiente a la Acrópolis fue como un ascenso simbólico hacia el corazón de la cultura occidental. En la novela Corazón de Ulises, Javier Reverte comenta: “subir la empinada cuesta que lleva a la Acrópolis de Atenas, donde se asienta el Partenón, es como trepar los peldaños que llevan al corazón del mundo griego, una especie de ascenso místico para quienes sentimos caliente en nuestras almas la voz todavía viva de aquella civilización”. Paso a paso, cruzamos vestigios que hablaban de sabiduría, arte y poder. En el camino, nos encontramos con el Odeón de Herodes Ático, aún activo hoy en día para conciertos y representaciones. Al llegar a la cima, las majestuosas columnas del Partenón nos dieron la bienvenida. Diseñado para honrar a la diosa Atenea, fue mandado construir con mármol por Pericles bajo el mando de Fidias para mostrar al resto del mundo la grandeza de la ciudad. Su perfección arquitectónica -es la base de una pirámide invisible donde nada está al azar: cada bloque, cada tambor de columna, son insustituibles porque fueron tallados a medida- sigue asombrando. A un lado, el Erecteion y su Pórtico de las Cariátides nos recordaron la elegancia inmortal de las esculturas clásicas. La vista desde allí, con Atenas extendiéndose hasta el mar, es sencillamente sobrecogedora.

Más tarde, descendimos por el encantador barrio de Anafiótica, una joya oculta que parece una isla cicládica en pleno centro: casas blancas, flores en las ventanas, calles estrechas y silenciosas. Un rincón de calma mágica bajo la sombra de la colina sagrada. Desde allí, atravesamos la ciudad hasta llegar al Museo Arqueológico Nacional, una de las colecciones más importantes de arte y objetos de la Grecia antigua. Cada pieza —ya sea una estatua, un fresco o una máscara funeraria— parecía hablarnos desde el fondo del tiempo. Fue una lección viva de belleza y humanidad. Para cerrar el día, ascendimos al Monte Licabeto, el punto más alto de Atenas. Desde la cima, la ciudad se desplegaba como un mosaico dorado al atardecer, y entre todas las construcciones, una brillaba con especial fuerza: el Partenón. Majestuoso, eterno, como si velara el alma de la ciudad.

Despedida entre mercadillos y recuerdos

La última mañana nos llevó a Monastiraki, un barrio lleno de vida, colores y sabores, ideal para pasear entre mercadillos, cafés y tiendas. Al mediodía, emprendimos el regreso a casa con la certeza de haber tocado, aunque solo por unos días, el pulso profundo de la historia y la belleza de Grecia en su capital, Atenas, cuna de la civilización y del saber.

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