El final del verano

por J.A. "GARAÑEDA"

Cuando éramos adolescentes, tarareábamos una canción con este título. La interpretaba el Duo Dinámico, y hacía furor en guateques y discotecas. En una de sus estrofas decía, refiriéndose precisamente al final del estío: “… llegó, y tú partirás.” Sin duda era una alusión a un amor veraniego perdido. Y, de un modo parecido, nosotros ahora, hombres y mujeres metidos en años, recordamos aquella historia y la comparamos un poco con lo que vivimos actualmente. Cargados de idéntica ilusión, nos levantamos cada mañana esperando encontrarnos con en ese “gran amor” que, independientemente del carnal de cada uno, hoy es el cielo despejado y azul que siempre conocimos. Mas, en su lugar nos topamos con una atmósfera guarreada, repleta de innumerables estelas blancas que, poco a poco y en todas direcciones la van empañando hasta difuminar los propios rayos del sol. Sí, ya sé que hemos hablado de esto en otras ocasiones; pero insisto porque creo que siempre es bueno recordar a esa olvidadiza mente del distraído españolito actual cómo es él en realidad: insensible, ombliguero, pasivo hasta la saciedad, negligente, ignorante, necio y, sobre todo, egoísta. Un defecto este último que no sólo es perjudicial para sí mismo, sino para aquellos a quienes más ama en primer lugar y después para el resto.

Hablo de todo esto porque cada día contemplo una estampa desoladora: miro en mi derredor y veo los campos, hermosos y salpicados de árboles que (me pregunto) ¿cómo se las arreglarán para sobrevivir en la estación que se avecina? Los pozos de las parcelas colindantes están sedientos de agua. Los pequeños huertos, asfixiados por el ardiente calor del sol. Y la tierra, en general, muerta y cada vez más agrietada. Sin embargo, nadie parece darse cuenta de lo que está sucediendo verdaderamente, a pesar de sufrir sus efectos. Todos continúan como bobalicones, adorando a ese dios llamado televisor y creyéndose a pies juntillas cuanto sale de su boca a través de unos cuantos ladinos vendidos al mejor postor.

Miro también a la sierra, a la cadena de montañas que separan la vieja de la nueva Castilla. Y me ilusiono vagamente, pensando que la espesa nubosidad que se extiende sobre ellas tal vez se convierta al atardecer en agua bendita y poderosa que riegue nuestros campos. Pero, entre eso que suele conocerse por los científicos meteorólogos como Efecto Foëhn, y la cada vez más densa cortina de aerosoles que separa el suelo que pisamos de la capa de aire que respiramos, cada día más podrida y contaminada, no parece que sea posible que mi sueño se cumpla. Porque el aparentemente inofensivo pero sucio aerosol, sembrado y esparcido por cientos y cientos de aviones comerciales durante la noche y el día, hace que la nubosidad, por espesa que sea, se difumine y disperse paulatinamente, quedándose a final del día en nada. Sólo pequeños e insignificantes cúmulos son la muestra de lo que pudo ser y no fue. Y, al día siguiente, lo mismo.

Ante semejante panorama, la esperanza de que en otoño pueda revertir esta fatídica y perversa situación climática, parece poco o nada probable. Es más, desde el más realista punto de vista, todo es pesadumbre, y nada cabe esperar sino que nuestros campos, nuestros humedales, nuestros embalses y ríos, todo, absolutamente todo vaya secándose poco a poco, gracias al incontrolable e intolerable mundo globalizado, hasta convertir nuestro hermoso país en un gran desierto con el que poder rellenar las onduladas extensiones de otros. Un proyecto esperpéntico que, idealizado y manejado por mentes criminales e impías, busca denodadamente controlarlo todo, a costa, si es preciso, de nuestras propias vidas. Algo que, aunque pueda parecer irreal y exagerado, ya viene sucediendo desde hace años sin que siquiera lo percibamos y sin que nadie se comprometa seriamente a remediarlo.

Puede, queridos amigos, que para muchos estos planteamientos suenen a pura fantasía. Puede incluso que para algunos sólo sea el discurso repetitivo, tedioso y contumaz de un obseso conspiranoico. Pero cuidado, no olvidemos que puede también ser una llamada de atención basada en la contemplación y estudio de ciertos hechos, cuyos efectos y causas vienen provocados por el insano deseo de quienes, intentando postularse como los futuros salvadores del mundo, esos que hablan de la falta de capacidad del planeta para sostener a la masa humana que lo habita (otra gran mentira) intenten convertirnos a todos en marionetas a su servicio, cambiar nuestras mentes y hacer que todo cuanto pensemos y hagamos camine únicamente en la dirección que ellos desean. Lo cual significaría que el hombre, en tanto que especie superior, ya no tendría futuro, pues sus actos u omisiones le convertirían, a partir de ese instante, en un mero despojo de sí mismo; ya que, al haber permitido expresamente ser saboteado, aun conociendo los planes que sus saboteadores le tenían destinados, los aplaudió, besó sus pies y los adoró.

Nadie, absolutamente nadie excepto el hombre, ante esta calaña infecta que corrompe el orbe entero, nuestras vidas, y nuestra condición humana, semejante a la del propio Creador, puede caer tan bajo. Y sin embargo, sucede continuamente. Ante el ataque que cada día sufrimos, no sólo contra nosotros sino contra la propia Naturaleza que nos vio nacer, no existe reacción. Eso que se conoce como HOMBRE ya sólo es un ser inanimado, carente de alma y en el que únicamente cabe materia terrena, polvo. Lo que es realmente incomprensible de no ser, tal como parece, que todos hubiésemos perdido el juicio, el sentido común, y con ellos la capacidad de razonar y analizar cuanto sucede en nuestro derredor. Y es que, si los EFECTOS son negativos, malos, contrarios a la lógica y a la razón, al mismo tiempo que a la Naturaleza, algo está sucediendo que no es conforme a la obra creadora del Sumo Hacedor. De ahí la falta de buenos frutos.

Consideremos, pues, si es que aún no estamos totalmente envanecidos, como ellos, estos planteamientos. Puede que todavía no sea tarde para lograr desbaratar los planes de unos pocos y hacer que el agua de las nubes, del cielo, inunde los campos de todos. Y que “el final del verano” no se convierta en el resonar opaco de los acordes de una vieja canción cargada de melancolía, en la que lo más destacado sea el triste recuerdo de no haber sabido jugar las cartas que llevábamos en la mano.

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