Es una realidad irrefutable la curiosidad que el ser humano ha mostrado siempre por intentar descubrir los secretos del sexo opuesto. Lo demuestra el hecho, científicamente demostrado, de que, tanto hombre como mujer, al ser en sí mismos seres sexuados, contienen en su genética además de en sus propias fisiologías la información natural y los rasgos distintivos que, desde el principio de los tiempos, fueron impresos en ambos para que la aventura de la procreación pudiera tener lugar inexorablemente.
Muchos, quizá en su pretensión de relativizar la cuestión, sostienen que la mera atracción del uno hacia el otro supone meramente una respuesta biológica proporcionada, al entrar en contacto unas sustancias con otras dentro de nuestro organismo. No obstante, sin entrar a desentrañar este tipo de reacciones del ser humano –también el hecho de pensar podríamos considerarlo producto de una reacción química, por ejemplo–, la realidad muestra que, aun dando por sentado este tipo de aderezos, existen razones previas a ellos, como son la simple atracción física o de los sentidos hacia la otra persona, sin los cuales, esa reacción química nunca se produciría.
En todo caso, y suponiendo que alguien como yo no disponga de la información correcta y precisa para opinar al respecto, lo cierto es que si existe algo verdaderamente importante en las relaciones humanas no es precisamente el sexo –que lo es–, pasando a ocupar en demasiadas ocasiones un segundo plano en nuestras vidas. Tanto es así que, como todos sabemos, las capacidades superiores que hombre y mujer poseen en sí mismos, tanto intelectiva como espiritualmente son incomparables, siendo esta última y con demasiada frecuencia ignorada voluntariamente por el individuo, en general, que a menudo busca satisfacción en lo estrictamente físico, por considerarlo lo más deseable y apetecible para su existencia.
Llegados este punto las capacidades humanas tienden a nublarse. Y la química, a la que hemos hecho referencia al principio de este artículo, se pone dislocada, sin que aparentemente haya fuerza alguna capaz de contener su reacción final. Y lo peor de todo: cuando esto sucede, algunos, muchos incluso, hasta los que gobiernan el mundo con el vil metal o a través de ese discurso político vacío y lleno de ambigüedades y contradicciones, encuentran una manera más de aumentar su sucia riqueza y poder, para convertirse en ídolos de los idiotas, los necios, los pervertidos, los proxenetas… O lo que es aún más grave, en tósigo de almas inocentes y pobres desgraciados. Ahora bien, ¿dónde se halla el límite que determina cuándo podemos acceder a las diferentes ramas y formas del placer y la sexualidad? A esa inmundicia conocida como pornografía que algunos han llegado a definir “arte” erótico, en un claro desprecio hacia el concepto más hermoso jamás creado, el AMOR, para convertirlo en algo desordenado y ponzoñoso, cuyo origen únicamente puede hallarse en ese inframundo donde sólo pueden habitar todas las formas de bestialidad posibles.
Sin entrar a analizar los orígenes históricos de esa expresión artística que algunos pueblos antiguos llegaron a hacer a partir del cuerpo humano, hoy podemos decir que existen organizaciones e instituciones públicas que, al amparo de toda impunidad, se permiten apechugar con semejante ignominia. Entre estas organizaciones está la Comisión Europea, que el pasado 20 de Diciembre reconoció haber incluido varias páginas Web pornográficas dentro del Reglamento de Servicios Digitales, por su peligro en la difusión de contenidos ilícitos. Y ello gracias a la eurodiputada de un partido político español demonizado por la práctica totalidad de otros grupos políticos representados en la Cámara baja española. Lo primero que se nos ocurre es, naturalmente, preguntarnos si antes de esta interpelación el Parlamento Europeo no tenía conocimiento de tal circunstancia. O en caso contrario, si lo tenía, por qué no se había hecho nada al respecto. Por supuesto, no es el momento de debatir acerca de en qué pensaba o dejaba de pensar dicha comisión en cuanto a este tema se refiere. Sin embargo, todo indica que, aunque fuese sin intención dolosa, alguien había dejado de cumplir con sus obligaciones. Y ahí es donde radica el meollo de este feo asunto. Por supuesto, tanto VOX como otros partidos conservadores y reformistas europeos mostraron su extrañeza al conocer que (y citamos textualmente) “…en la Ley de Servicios Digitales de 2022 (…) se excluía del listado a los sitios web pornográficos”. Máxime, cuando la ley europea de Servicios Digitales hace referencia a la protección infantil, la salud pública, la lucha contra la violencia hacia las mujeres, o las consecuencias negativas graves para el bienestar físico y mental de las personas.
Ahora, tras el desaguisado ocasionado por este descomunal y sospechosísimo “patinazo” legislativo, parece ser que nuestro gobierno ha decidido aprobar una ley de protección de menores, para impedir el acceso al porno y la violencia en internet. Lo que quiere decir que, hasta el momento, tampoco parece que nadie se hubiese dado por enterado de la mierda que se estaba permitiendo sembrar tanto entre los menores como entre el resto de la sociedad adulta, que cada vez está más desorientada y pervertida por causa de las monstruosidades y dejaciones de nuestros dirigentes.
Se nos ocurre que, hasta este momento, amparándose en la licitud o en la legalidad de las cosas, los que debieran dar ejemplo en todos los sentidos para procurar que nuestra sociedad fuese cada día más sana tanto de cuerpo como de alma, han estado tocándose la vaina y dejando hacer, por aquello de los “derechos y libertades”. Lo cual no deja de ser un cocido barato, hecho sólo a base de garbanzos y caldo de medias suelas, y con la intención tenebrosa, digo yo, de descacharrarlo todo. Porque, al fin y al cabo, “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Pero hay que tener cuidado con algunos pescadores; pues, en lugar de utilizar caña y anzuelo, lo hacen con caramelos. Eso sí, “envenenados”. Otra cuestión es la que se refiere a la licitud o no. También lo de la legalidad o no. La licitud es un concepto que tiene validez jurídica en tanto en cuanto que lo que se hace está contenido en los términos de la ley. Pero la ley, a veces, únicamente es ese conjunto de preceptos (que pueden ser caprichosos o perversamente torticeros o equívocos) dictados por la autoridad, y mediante la cual se prohíben o permiten determinados actos o comportamientos. Y, sobre todo esto habría mucho que hablar.
Por el momento, tan sólo cabe añadir que, si verdaderamente estamos representados por personas dignas y honorables, nada parece que deba preocuparnos. Por el contrario, todo indica que sucede al revés, y que, si las cosas van mal o no discurren por la senda recta, es porque debe haber alguna trampa en el camino. O más de una trampa. De modo que, vayamos con cuidado. Y pongamos atención en los frutos, como dijo Jesucristo; sólo por ellos los conoceremos.
Hacer desaparecer, por tanto, de nuestras vidas la pornografía es algo necesario, por lo ignominioso y denigrante que supone para cada uno de nosotros. Hacer desaparecer la pornografía de las aulas de los colegios a los que van nuestros hijos es urgente y prudente. Hacer ver a la sociedad, en general, que la pornografía es sucia, procaz, indecente, hedionda y amoral es, sencillamente, imprescindible para nuestra salud social y nacional. Así como erradicar de nuestros parlamentos a políticos innobles, indeseables, corruptos, guarros y complacientes con este tipo de leyes que transigen y dejan hacer cuanto nos corrompe y degrada, para que la auténtica regeneración de nuestra nación, España, sea una realidad y no una ficción. Quienes no lo vean así están con el mal, y merecen que ese salivazo que escupen hacia lo alto, para infestar el aire que respiramos, les caiga en la cara.
2 comentarios
Yo creo gue la tecnología es muy buena para la sociedad y cómo todo mal utilizada causa daño,aunque creó gue es una minoría gue hace mucho ruido
Gracias por salir al paso siempre que se vulnera la dignidad de la persona como es el caso de este artículo sobre la pornografía.
Es una pena que no sé valore el «gran don» como es el que un hombre y una mujer por medios lícitos puedan dar vida a otro ser humano. Hemos trivializado y empozoñado el tema del sexo..Y lo peor como dices tú qué las personas que deberían esto no lo hacen.
Una de las palabras más duras que Jesús pronuncia en el Evangelio se refieren a la condena de los qué escandalizan a los pequeños. Confiemos este tema a la Madre de Dios para que Ella interceda por esta juventud