Doña Coyunda y Don Criterio

por J.A. "GARAÑEDA"

Han pasado las elecciones. Algo para nosotros casi cotidiano, pero impensable para muchos de los que nacieron antes del último tercio del siglo pasado y en los anteriores. En un país benditamente “aislado” geográficamente de Europa, y del resto del mundo por su mentalidad cristiana y humanista. Aunque esta idea pueda ser para algunos discutible e incluso criticada, por cuanto de homófoba tiene, según ellos.

Sí. Porque, de los Pirineos para bajo, hubo un tiempo en que fuimos considerados, por gran parte de los países vecinos de nuestro entorno, «primos hermanos” del sarraceno.  Y, en cierto modo, así era, pero sólo en cierto modo; más de ocho siglos de dominación y de contacto directo e indirecto son más que suficientes para dejar una honda huella cultural en cualquier Pueblo. Tal vez por ello continúen tachando de “diferente” al nuestro y a sus habitantes. De aquí, precisamente, que los dos tipos de personajes que intentamos retratar hoy en este artículo sean eso, tan distintos y tan opuestos al mismo tiempo. Pero también tan repelentes, antipáticos, o pedantes como agradables, atractivos, e incitantes.

De nuestro querido poeta romántico, don Ramón de Campoamor es aquella frase que tantas veces repetimos: “…todo es según el color/del cristal con que se mira.” Y en nada erraba el compatriota. Sin duda sabía de lo que hablaba. Salir elegido diputado diez veces durante el período de la Restauración, ya tenía miga. Y más conociendo el mundo en el que se movía. Un mundo en el que, gracias a Cánovas, se impondría el llamado “Turno”, o alternativa entre dos partidos, basado en un sistema fraudulento que hacía que fuese el partido convocante a las elecciones quien las ganaba siempre.​ Un mundo en el que, tristemente, se perdieron las últimas posesiones españolas en América (Cuba) y Asia (Filipinas). Un mundo, a la postre, que ya era traidor desde Caín, y en el que doña Coyunda andaba a la que saltaba. El otro personaje era don Criterio¸ uno que iba más bien “a lo suyo”, y que nada tenía que ver, por ventura, con lo que era de, o pertenecía a los demás.

La existencia de ambos tipos, por tanto, siempre compartió espacios similares, parecidos… Y, actualmente, así sigue siendo, pero de un modo que no tiene nada que ver el uno con el otro. En ocasiones, eran espacios incluso iguales, como es el caso de la política. Mas, sin hacerse carantoñas. Que eso es algo que quedaba para los iguales y para los diferentes, no para los que son radicalmente distintos. O, por aclarar más, es exclusivo de ciertos grupos de dudosa honestidad, cuya finalidad es coexistir en este noble pero hoy más que nunca controvertido en impúdico terreno la mayor cantidad de tiempo posible; e invariablemente a base de bellas promesas que, nunca o casi nunca se cumplen.

Enfermedad esta, vicio, negligencia… No se sabe muy bien, pero impermisible y casi delictiva, y que, en España desgraciadamente, queda totalmente al margen de cuanto ha de sustentarse por sí mismo, por la razón y, cómo no, por el sentido lógico y siempre coherente de don Criterio. Un personaje ausente, llevado hoy, por decreto, al borde de la extinción en todos los ambientes de nuestra geografía, por causa de las viejas modas masónicas de “Liberté”,  “Egalité” y “Fraternité, y a quien el propio don Jaime (Balmes, por más datos), Galdós, y otros pensadores, estarían encantados de echarse a la cara como tertuliano, para poder conversar como Dios manda acerca de las verdades nacionales y de las eternas.

Mas, en esta patria nuestra, en la Iberia de los conejos, en España (aunque a algunos les cueste trabajo pronunciar esta hermosa palabra) la política, el buen gobierno, el futuro de las buenas gentes y, sobre todo, la opinión mesurada y medida, la actuación decidida y noble, el conocimiento científico contrastado, y toda esa serie de bondades propias de la especie humana están, desde hace décadas, “de capa caída”. Expresión ésta, por cierto, de origen taurino, que tiene que ver con faenas desganadas e indecisas del lidiador, y que acabaría en su momento haciéndose extensiva a quienes atravesaban una mala racha, ya fuese por desánimo, falta de ilusión, u otras causas. O sea, en manos de doña Coyunda, como no podía ser de otra manera. Una señora esta indolente que, como ese órgano llamado lengua que todos poseemos (unos para bien, otros para mal), se enseñorea en sí misma, está acostumbrada a presumir y difamar, y a que la lleven en coche oficial a todas partes, importándole un carajo la filosofía, el progreso auténtico dentro de la humildad, la generosidad, y todos aquellos comportamientos que hacen al hombre digno de serlo.

De esta guisa, Don Criterio, no encaja en el círculo de doña Coyunda. Tan sólo le dan palmaditas en la espalda que a él le sientan como puñaladas. Pero calla, consciente de que nunca compartió ni compartirá con ella, siquiera accidentalmente, nada de nada. Y menos en esta geografía tan varia como desordenada y mojigata, donde tan poco se juega con las ideas. Sabe que a doña Coyunda sólo le interesan los ideales, de los que él huye por precaución, pues conoce de su subjetivismo y, por consiguiente, de su relativismo en todas sus versiones). Motivo este que viene a justificar su rehazo a creer en ninguna ideología; ya que, más que subjetivas suelen ser zafias y mezquinas. Él, en cambio, prefiere pasar las horas solitario, contemplando el mundo en general y al hombre en particular. Le da igual hacerlo sentado sobre una piedra que sobre un sillón palaciego. Porque el pensamiento, afortunadamente, no necesita para reposar asiento alguno, como el culo. Más bien al contrario, requiere estar continuamente activo, sin reposo, para que así las flores crezcan sin parar y se desarrollen como han de hacerlo, naturalmente.

Ahora, un día después de que los resultados electorales se hayan hecho públicos, aunque todos presumamos de haber ganado, despierto en medio de aquella misma pesadilla. La que nunca deseé vivir y la que, además, siempre atormentó a esta amada nación nuestra. Sólo por ello me siento inclinado a renegar de ser español; pero sólo inclinado. Y, por unos momentos hago repaso de tantos personajes inventados y representados a lo largo de la Historia de esta tierra, tanto por hombres y mujeres ilustrados, doctos y sabios, de hábito o de oficio, como por gentes sencillas del pueblo. Todos ellos supieron desgranar las pillerías de personajes, ficticios o reales, entre los que actualmente resultaría imposible encontrar modelos nuevos que superaran la “profesionalidad” de los que se incluyen en nuestra contemporaneidad. Los de hoy son más sutiles, aunque más necios y desalmados. Carecen de alma, pues aquellos al menos necesitaban serlo para sobrevivir. Y, aunque pueda resultar extraño, ya no son novedosos. Su frecuencia asusta, y uno no es capaz de imaginar un mundo sin ellos, pues sus propios maestros poseen carrera universitaria, o proceden de grandes y nobles familias. De modo que, cada vez me resulta más difícil presumir de mi nacionalidad. Compruebo una vez más que la realidad de hoy es la misma que la de ayer, o peor; y que todo, absolutamente todo, sigue estando en manos de doña Coyunda; ese personaje abstracto, feo, y desastrado, camaleónico, que no entiende ni quiere entender de verdades absolutas. Sólo de réditos. En su mente únicamente está ella y siempre ella. No importan las flores, ni el color, ni la bondad, ni la belleza,… Sólo el cristal con que se mira. Un cristal que convierte a quienes se hallan detrás de él en idiotas pues, cuando miran contemplar la realidad según les convenga. Una realidad con la que se conforman, aun sabiendo que nunca dejará de ser una realidad ficticia, falsa, hecha de retales y cosida con rafia en lugar de con hilo de seda. Y, más que ninguna otra cosa, alejada de don Criterio.

Penoso, ¿no, amigos? Pero cierto. ¡Tristemente cierto!

1 comentario

Jesús Blanco 26/07/2023 - 10:39

J.A. Mi enhorabuena por adelantado. Que, si Dios quiere refrendaremos en Tordesillas.

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