Desde el corto e inevitable retiro

by J.A. "GARAÑEDA"

Ver la foto de un cínico presidente consolando a un policía postrado en su cama del hospital, resignado a ser de por vida un inválido, al tiempo que humillado por un órgano  de poder me ha crispado los nervios. Y mi conciencia me invita a no guardar silencio.

Este país  está corrompido, hasta los tuétanos. Todo indica que  una vuelta a la razón  es imposible, dado el estado de adormecimiento  social que  hemos  alcanzado.  Y, a pesar de que haya una parte de él disconforme con cuanto sucede en ella, el poder fáctico del gobierno, apoyado de las fuerzas  políticas minoritarias y mayoritarias le sigue dando  cancha. De modo que, en mi modesta opinión, esperar una reacción  en su contra capaz de derribarlo o anularlo es del todo inconcebible, al menos  por el momento.  Cada día son más  los adictos a este régimen  de descomposición,  en todos los aspectos, tanto en lo personal e individual como en lo colectivo; y las instituciones capaces de remediar este caos se han vendido, salvo casos contadísimos, al malo de la película.  Así  que sólo  el desastre es contemplado  desde la lógica  más  aplastante. Contemplar el triste espectáculo  que  nos deparan casos  como este son, desgraciadamente, una prueba del error y el hedor en el  que  hemos caído  como pueblo. Del mismo modo que  el hecho de ver cómo  la desesperanza se instala por momentos en  nuestros corazones, incapaces de rebelarse contra tanta malignidad. Una disposición  del alma que  parece inducir a los hombres y mujeres a asumir como una realidad consoladora y protectora al mismo mal que los destruye y convierte en semilla destructiva de sus semejantes.

Por consiguiente, ¿Qué se puede esperar de la idolatría? Únicamente  vacíos y degeneración, susceptibles, por tanto, de ser vencidos por la Mano Creadora del bien, cuya capacidad para exterminar y corregir nuestros perniciosos desvíos  es infinitamente  poderosa y ejemplarizante. Sin embargo, creo que aún  estamos muy lejos de asumir esta idea, dado el estado de embriaguez  mental del hombre actual. Un ser egocéntrico y acartonado, incapaz  de pensar en nada que no sea  él  mismo, y menos todavía  en ese Dios que  salva y condena. Esa será  la solución  final de esta laberíntica historia. Un «cuento» que, irremediablemente  tendrá  un final feliz para algunos, pero trágico  para muchos. Éste  es «el silencio de los corderos». Ese que vivimos cada día al contemplar cómo  nuestros políticos  premian al delincuente y condenan al hombre honesto y trabajador al ostracismo, a la indignidad y el oprobio por ser únicamente  eso: buenos.

Demasiado doloroso y trascendente este artículo, salido del corazón del autor, Que nos disculpen nuestros patrocinadores, por no mostrar su publicidad en esta ocasión. ¡Gracias!

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