Del Mundo y del Infierno (Parte II)

por J.A. "GARAÑEDA"

Continuando con la primera parte de nuestro artículo del mismo título y sin dejar de la mano el tema de la “contaminación” ambiental y la “bioingeniería”, hoy nos referiremos a un número indeterminado de cuestiones, todas ellas interrelacionadas entre sí. Y nos centraremos en dos: los aerosoles y la electricidad.

¿Qué son los aerosoles? Son partículas en suspensión que afectan a la calidad del aire, causando daños a la salud humana y al medio ambiente. Datos epidemiológicos demuestran que un aumento del nivel de partículas en la atmósfera terrestre puede causar un aumento de la morbilidad y, por tanto, de la mortalidad humana. Un hecho que se demuestra fácilmente tomando como referencia los experimentos llevados a cabo por los diferentes países involucrados en la investigación de armas biológicas para defensa. E igualmente, en estos momentos, por todos aquellos que forman parte de la agenda 2030-2050 y que, a la sazón, pretenden llevar a cabo esa aberrante y sórdida rebaja poblacional en el mundo entero, sólo por satisfacer su deseo de afrentar a Dios.

Los efectos directos de estos aerosoles (esparcidos continuamente en la atmósfera por medio de la aviación comercial y militar), según el informe CONAMA 2014 – Universidad de Murcia – autores Palacios Peña, Laura y otros), son: daños para la salud humana y el ecosistema, a la visibilidad, corrosión de materiales, y sobre todo al clima. Algo que se está demostrado, en este año 2023, a través de la sequía generalizada que estamos sufriendo en España y otros países europeos. Este informe –que resulta fácilmente localizable en Internet y al que cualquiera puede acceder– confirma que estos efectos son una consecuencia de la radiactividad directa y semidirecta que estos aerosoles pueden provocar sobre el medio ambiente. Unos efectos comprobados en “simulaciones modelo WRF-CHEM, realizadas bajo el paraguas y la iniciativa internacional AQMEII-PHASE 2”, según consta en el mismo informe.

Por otro lado, este documento advierte de que la inyección de aerosoles con dióxido de azufre en la atmósfera causaría sequías en grandes extensiones del globo terráqueo, lo que podría poner en peligro las fuentes de alimentos y agua de dos mil millones de personas.

Algo también significativo de este informe es la “vela” que pone a Dios y al diablo al mismo tiempo, ya que, pese a conocer los efectos adversos de este genocida proyecto de geoingeniería, no se condena, como sería deseable, esta actividad tan irregular como criminal por parte de todos los implicados. Más aún, en sus párrafos se patentiza una tremenda irresponsabilidad e insensibilidad, tanto con el medio ambiente, como contra la propia humanidad; y más aún con la obra del Creador.  Hasta tal punto hay una falta de compromiso ético y moral en este proyecto que, en opinión de  algunos observadores, Si el proceso de geoingeniería se detuviera de golpe, se produciría un rápido aumento de la temperatura y de las precipitaciones a un ritmo entre 5 y 10 veces superior al del calentamiento global gradual”, “podría ser más peligroso que la situación inicial” (estudio científico NATURE 2018), e “incluso podría agotarse la capa de ozono”.

Finalmente, apuntaremos que, la mayoría de implicados en este plan atentatorio contra la propia Naturaleza, son grandes magnates de la economía mundial, fortunas procedentes del mundo tecnológico y electrónico, multinacionales de la explotación de recursos fósiles, etc.  Aunque también hay otros, como la Universidad de Harvard, a la que B. Gates aportó en 2007 un fondo millonario para geoingeniería, y varias fundaciones de carácter privado. Y no porque el carácter de estos actores sea precisamente filantrópico, sino todo lo contrario, pues todo esto no es más que un gran negocio que, en opinión de muchos profesionales del medio ambiente, podría convertir la inyección atmosférica de aerosoles en un arma de considerables dimensiones, difíciles de calcular y aterradoramente mortífera.

En cuanto a la “supuesta” contaminación eléctrica, existen diversidad de opiniones al respecto. Sobre todo, desde que el ecologismo y el globalismo aparecieron en esta penosa y denigrante escenografía. Ellas han sido las responsables, primero de una carga de sospecha puntual sobre este teje-maneje; y más tarde, de otra permanente, al hacer que de repente, a algunos les diera por protagonizar una hipótesis promovida por intereses oscuros y absolutamente sin contrastar. De hecho, gente como yo, que siempre fui un tipo bastante confiado, ahora me muestro bastante escéptico en todo lo que se refiere a informaciones mediáticas, carentes de fundamento ni prueba científica suficiente para demostrar nada, pero que consiguen influir muy negativamente en la idea real y verdadera que el ciudadano debería formarse de las cosas y de los acontecimientos.

Partiendo, pues, de ese concepto denominado “contaminación”, no resulta difícil demostrar (aun siendo conscientes de que el problema existe), que la mayor parte de los “argumentos” utilizados para convencernos de ello son únicamente falaces, planes premeditados para cambiar nuestra mentalidad, hacernos cada vez más sensibles a determinadas cuestiones que no siempre tienen que ver con el bienestar general, y convertirnos en seres más sumisos mediante el miedo, la presión informativa, o la coacción subliminal, que el sistema maneja a la perfección.

Todos somos conscientes de lo difícil que puede hacerse respirar aire puro en las grandes ciudades, sometidas permanentemente a un índice excesivo de gasificación por causa del uso generalizado de combustibles fósiles o no. Lo cual no implica que la “contaminación” sea sólo el resultado de una mala o desmedida utilización de los medios de comunicación o transporte que tenemos a nuestro alcance. Tampoco que esto fuese la causa de ese supuesto cambio climático que pretenden endosarnos a toda costa porque poseemos un utilitario de los años 60. Pero había que inventarse algo para que el incauto ciudadano tomase conciencia de que el “cambio climático” era una consecuencia de los “malos usos” adoptados por todos.

Fue entonces cuando comenzamos a escuchar aquello de que la electricidad era una de las energías más contaminantes. Todos los días martilleaban nuestros oídos en los medios televisivos y radiofónicos con aquella matraca. Sin embargo, por otro lado, nos animaban a cambiar nuestro vehículo por uno eléctrico. Luego vinieron las “teorías” de desmantelamiento de hidroeléctricas para sustituirlas por energías renovables a partir de nuevos sistemas de producción con gases y combustibles diferentes de los que habíamos estado utilizando hasta entonces. Quizá no eran tan contaminantes. Nos encarecieron el precio de la luz, y siguieron animándonos a comprar un cochecito eléctrico a un precio desorbitado. Nadie nos avisó de que, cuando la batería de movimiento cascara tendríamos que gastarnos un pastizal para instalar una nueva. Y así sucesivamente.

La conclusión es que, mentira sobre mentira, fueron elaborando un embuste mayor y abrumadoramente negligente y pertinaz. Nadie, entre el mundo de los potentados o la política utiliza coche eléctrico. En cambio, continuamente se nos amenaza veladamente para que cambiemos nuestro auto de gasoil. Además (lo hemos dicho en otras ocasiones), a qué tanto empeño por invitarnos a adquirir un eléctrico si es tan contaminante. Las calles del planeta están llenas de farolas que funcionan con energía eléctrica. Las cocinas de nuestras viviendas lo mismo. Nuestras maquinillas de afeitar, el aire acondicionado,… ¿Acaso no son mucho más contaminantes los aerosoles con los que riegan el cielo día y noche. ¿Quién crea entonces las condiciones para que se produzca el supuesto “cambio climático”? ¿Quién mueve los hilos de nuestra sequía?

Señores del gobierno, de las multinacionales, de la televisión y la radio, de los monopolios y monipodios… Déjennos en paz y vayan a “vender la moto” a otro. ¿Ahora intentan ustedes hacernos creer que la mísera bombilla de 40 watios que teníamos hace cincuenta años contaminaba? A otro tonto con ese churro. La realidad es que no pueden demostrarlo en modo alguno. Por ello recurren a subterfugios y mentiras tan gordas que resulta imposible sustraerse a ellas. Sin duda, se lo han montado muy bien. Pero, si en lugar de esto se preocuparan de solucionar DE VERDAD, los graves problemas y desequilibrios de la humanidad, no tendríamos que entrar a valorar lo que contamina el dióxido de carbono, el óxido de azufre, los óxidos de nitrógeno… Esos que arden con fuego y que desprenden gases que luego van a parar al aire que todos respiramos. Eso sí que provoca contaminación y el “supuesto” calentamiento global.

La única verdad que hay en todo este tinglado es esa preocupación por que el terrorismo biológico, ecológico y medioambiental siga su curso. Y de paso, si consiguen que hacernos creer que los culpables somos nosotros mismos, mejor. Pero, a estas alturas resulta algo difícil; pues todos sabemos que, quienes fomentan estas sucias cosas y muchas más son quienes pueden permitirse el “lujo” de hacerlo, no las sencillas y humildes gentes honradas. No. Todo cuanto nos “venden” con ese rollo de la bioingeniería y el calentamiento global, y bla, bla, bla, es, simplemente, el mayor embuste jamás contado. Un embuste que servirá para hacerles aún más asquerosamente ricos. ¡Empáchense de una vez! mientras intentan evitar que conozcamos cómo se ponen “manos a las armas” para reducir la humanidad a su mínima expresión. Nosotros tenemos suficiente con saber de qué forma se puede conseguir luz a bajo coste, miserables bastardos… y que la electricidad no es tan “contaminante” como nos cuentan. Al menos cuando nosotros éramos niños, que ya ha llovido, no contaminaba. Sino, ¿por qué hemos llegado hasta aquí?  Pero hoy parece que todo se ha vuelto del revés. Y ciertamente así ha sido. Lo único que no ha cambiado es la maldad, esa que siempre llevó nombre y apellidos, como los que ustedes tienen; pero más como castigo que como gracia divina. Que a nadie que esté en sus cabales puede producirle satisfacción hacer desgraciados a sus… me gustaría decir a sus “semejantes”; pero prefiero decir sencillamente “los demás” (los que sobramos, según los de su clase), con ese tono peyorativo que suelen manejar para referirse al “resto”. O sea, a los que gracias al Cielo, somos de otra manera.

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