Retazos de Venezuela – Parte 2

by Ivan Morales

Bienaventurados los que ven cosas bellas en lugares humildes donde otros no ven nada.” Camille Pissarro, pintor francés

La «Pequeña Venecia» en la era del Descubrimiento y en la literatura

Venezuela tuvo un papel clave en el proceso de descubrimiento y conquista de América, gracias a su posición estratégica en el norte de Sudamérica. El 2 de agosto de 1498, Cristóbal Colón llegó a estas tierras durante su tercer viaje y desembarcó en la desembocadura del río Orinoco. Fue la primera vez que los europeos pisaban tierra firme en lo que él llamó la “Tierra de Gracia”, un momento que marcó un hito en la exploración mundial. La conquista de Venezuela fue más lenta y fragmentada que en otras regiones, debido a la ausencia de un imperio indígena dominante que centralizara la resistencia. En 1499, Américo Vespucio, a quien se le atribuye el nombre del continente, exploró la costa venezolana y quedó inspirado para bautizar la región como Venezuela o “Pequeña Venecia”, al observar las casas construidas sobre el agua en el lago Maracaibo junto a la ciudad que lleva su nombre.

Es precisamente en esta ciudad donde se ambienta la trama de la novela El Corsario Negro (siglo XVII) de Emilio Salgari, reflejando el espíritu aventurero y los conflictos de aquella época. “El Corsario Negro, oculto entre las sombras del puerto de Maracaibo, observaba con furia el cadalso donde su hermano -el Corsario Rojo- había sido ejecutado. La ciudad dormía bajo el dominio español, pero la venganza contra el gobernador de la ciudad Van Wuld ya navegaba en las velas de Relámpago”.  

Camille Pissarro: una mirada impresionista en Venezuela

El pintor danés Camille Pissarro, uno de los padres del impresionismo, visitó Venezuela a mediados del siglo XIX. De origen judío y español, nació en 1830 en las Antillas, entonces una posesión colonial del Reino de Dinamarca. Estudió en París, donde convivió y se relacionó con otros grandes artistas como Cézanne y Gauguin, con quien tuvo una relación tensa. Impulsado por su mentor Fritz Melbye, Pissarro decidió trasladarse al Caribe para dedicarse plenamente a la pintura. Durante los cinco años que pasó en distintos lugares caribeños, incluyendo la española Caracas y La Guaira, creó numerosas obras con diversas técnicas. En ellas plasmó paisajes exóticos, escenas costumbristas y estudios detallados de plantas y flores, completando así una etapa clave en su formación artística que luego desarrollaría en Europa.

Parque Natural Morrocoy: un paraíso caribeño

El Parque Natural Morrocoy, ubicado en el estado Falcón, se encuentra a unas cinco horas en coche desde Caracas, hacia el oeste. Este espacio natural está compuesto por una gran cantidad de islotes, conocidos localmente como ´cayos´, que ofrecen a sus visitantes playas espectaculares de arenas blancas y aguas cristalinas. Morrocoy destaca por su abundante diversidad de flora y fauna, especialmente aves, y por un clima agradable que invita al descanso y al disfrute en buena compañía. Este extraordinario paisaje natural, lleno de magia y misterio, despierta la imaginación y hace aflorar leyendas vinculadas a la piratería durante la época de la conquista de América. “No he visto una gama tan amplia de azules en mi vida”, me dije para mis adentros al observar, entre algas y corales de un punto de Cayo Muerto, el horizonte.

Osvaldo, guía y alma de Morrocoy

En una ocasión, tras regresar de un día completo en la costa de Morrocoy, nuestras miradas, la de Osvaldo y la mía, se cruzaron. Él me regaló un gesto de serenidad y humildad que siempre acompañaba su manera de trabajar. Osvaldo, junto con su hijo del mismo nombre, se encargaban de guiar a personas tanto pudientes como modestas que deseaban disfrutar de un día en la playa con todo incluido: traslado desde Caracas, desayuno, comida y excursiones por la isla. Con cada gesto, Osvaldo transmitía sencillez y amabilidad, siempre con una mirada profunda que parecía reflejar el alma. Se desvivía en su labor, y a veces, durante sus momentos de descanso en la hamaca de la playa, observaba a sus acompañantes, algunos inquietos y desconfiados. Osvaldo tenía ya más de sesenta años. Su hijo, de nacionalidad argentina, tras varios años en Buenos Aires buscando mejores oportunidades, había regresado para continuar junto a él este esperanzador proyecto. Las arrugas marcadas en su frente revelaban un pasado lleno de dificultades, en el que no quedaba otra opción que trabajar, a menudo realizando varias tareas al mismo tiempo. La camiseta de trabajo que llevaba, con la bandera de Venezuela, simbolizaba su profundo apego a esta tierra herida por las circunstancias. Al despedirse de mí, levantando la mano, Osvaldo mantenía el brillo de sus ojos y una sonrisa sincera, satisfecho por el buen trabajo realizado.

Barrio Mecedores: una mirada a la realidad

– “¡Ésta es la realidad!”, me dijo un venezolano durante una visita al humilde barrio Mecedores, cerca de la Puerta de Caracas, antigua entrada colonial de los españoles a la ciudad, atravesando el Cerro Ávila desde la costa. Desde lejos, el lugar se asemeja a una favela brasileña, con casas de ladrillo apiladas como un castillo de naipes, unas sobre otras, adheridas a la piel vegetal del cerro. Sus intrincadas calles recuerdan a una medina vacía, y poco a poco fueron llegando vecinos a nuestro encuentro silencioso, tras caminar varios minutos desde el barrio colonial de La Pastora. El trayecto solo se interrumpía por el rugir ocasional de una moto acelerada y el griterío espontáneo de un grupo de niños. La dejadez del lugar —paredes desconchadas, suelos agrietados y cables enmarañados—, junto al aspecto sencillo y alterado de niños y adultos, especialmente a la espera del almuerzo —arepa, tequeño y verduras laminadas con salsa—, delatan una condición social pobre, heredada del pasado y que sigue marcando el destino de sus vidas como un mazo de hierro. Sin embargo, en la mirada de los niños surge, inevitablemente, la palabra esperanza.

José Gregorio Hernández: el médico del pueblo

La figura de José Gregorio Hernández inunda Caracas. Aparece en cada esquina del centro, en murales de cualquier calle, en capillas improvisadas y en los altares de templos católicos y no católicos repartidos por toda la ciudad. Su rostro sereno y su bata blanca se han convertido en símbolo de fe, esperanza y servicio desinteresado. Nacido en 1864 en el estado de Trujillo, su infancia estuvo marcada por la temprana pérdida de su madre. Estudió Medicina en la UCV (Universidad Central de Venezuela) en Caracas, donde obtuvo calificaciones sobresalientes hasta su graduación en 1888. Antes de ejercer como médico en la capital, trabajó durante un tiempo en diversas localidades de los Andes. Posteriormente, viajó a Europa para completar su formación en Microbiología, Histología y Bacteriología, entre otras disciplinas. A su regreso a Caracas, inició su carrera docente en la UCV, donde fue nombrado profesor de Anatomía Patológica Práctica. Se le reconoce como uno de los impulsores pioneros de la docencia científica y pedagógica en Venezuela. José Gregorio combinó su brillante trayectoria médica con una profunda vocación religiosa. Dedicó su vida a atender a los más necesitados, siempre con humildad y entrega. Falleció trágicamente el 29 de junio de 1919 en la esquina de Cardones, en el barrio de La Pastora, cuando iba a visitar a una enferma y fue atropellado por uno de los escasos vehículos que entonces circulaban por la ciudad. Hoy, su legado sigue vivo en el corazón de los venezolanos. Su canonización está prevista para el 19 de octubre de 2025, un reconocimiento que honra no solo su santidad personal, sino también su compromiso con la justicia, la salud y la dignidad de los más pobres.

Contrastes cotidianos

Tras una larga pero emotiva jornada en el Ancianato de San José, en Maracay —dirigido con ternura por una comunidad de cinco monjas agustinas recoletas—, no pude evitar pensar cuántos ancianos, hoy abandonados a su suerte, desearían vivir en un lugar así: lleno de atenciones constantes, cuidados médicos y, sobre todo, cariño. Regresé a mi habitación con un café en la mano, mientras una ráfaga de aire fresco me acariciaba el rostro. A través de la ventana, se colaba el ritmo alegre de la salsa, proveniente del sexto piso de un gran edificio de ladrillo austero, construido años atrás para albergar a familias damnificadas por una riada que se cobró varias vidas. Allí, a la distancia, percibí lo que parecía una fiesta: personas de distintas edades, seguramente bebiendo ron en vasos de plástico, conversaban, reían y bailaban al compás de la música. En el piso inferior, una vecina —quizás junto a su hija— realizaba las labores del hogar con esmero, entre escobas y cubos. Al poco rato, la habitación se oscureció por completo. Contrastes.

Galipán: entre historia, ciencia y tradición

            Galipán es un encantador enclave turístico ubicado en el Cerro Ávila, célebre por las impresionantes vistas panorámicas que ofrece a lo largo de sus múltiples miradores. Además de su belleza natural, Galipán acoge una gran variedad de tiendas de productos criollos y restaurantes que ofrecen menús sabrosos y asequibles, atrayendo a visitantes locales y extranjeros por igual. Este poblado fue fundado por inmigrantes provenientes de las Islas Canarias y, durante la época colonial, fue paso obligado para los españoles que cruzaban el Ávila desde la costa —La Guaira— hacia la entonces joven ciudad de Caracas. En uno de los picos del cerro se encuentra el icónico Hotel Humboldt, un moderno y lujoso edificio de varias plantas, concebido como homenaje al naturalista alemán Alexander von Humboldt, considerado uno de los fundadores de la Geografía moderna. Humboldt también fue pionero en campos como la Botánica, la Meteorología y el Geomagnetismo, entre otras disciplinas.

Von Humboldt visitó Venezuela por primera vez el 16 de julio de 1799, a bordo de la corbeta Pizarro, que había zarpado de La Coruña el 5 de junio del mismo año. Así comenzó un periodo de dos años de exploración científica, durante el cual estudió no solo la riqueza natural de distintos puntos del territorio venezolano, sino también las costumbres indígenas que habitaban estas tierras. Sus detallados tratados escritos contribuyeron de forma decisiva al desarrollo de las ciencias, y en particular, a una nueva y más consciente relación del ser humano con el medio ambiente.

Los guacamayos: joyas aladas de la mañana

Todas las mañanas, a primera hora, nos vienen a dar los buenos días con su inconfundible canto -parece que estuvieran charlando entre ellos- una pareja de guacamayos, aves emblemáticas especialmente apreciados en Venezuela, no solo por su belleza, sino por el carisma y la inteligencia que demuestran, ya que son capaces de resolver problemas, aprender por observación e incluso adaptarse a ambientes urbanos, manteniendo siempre su esencia libre y salvaje.

            De apariencia similar a los loros, pero de un tamaño mayor, su plumaje es espectacular, lleno de vivos colores. No presentan dimorfismo sexual —es decir, machos y hembras lucen iguales—, y poseen un pico curvado y potente que les permite alimentarse de semillas, frutas e incluso conchas. Estas aves suelen habitar en zonas con grandes árboles, y no migran a lugares lejanos. Permanecen en territorios donde pueden encontrar alimento y reproducirse. No es raro ver una pareja o un pequeño grupo de guacamayos sobrevolando la cabeza de los transeúntes, y en ese momento la sorpresa es mayúscula: su presencia es majestuosa y su vuelo, hipnótico.

Epílogo desde la ventana

Llegó la hora de la partida. Asomado a la ventana de mi habitación, sintiendo los cálidos rayos de sol sobre mi piel, contemplo el barrio de Mecedores, mientras una gran cantidad de recuerdos pasan por mi mente y se esfuman como el viento que, de repente, se levanta refrescando mi cuerpo por momentos. De entre todos, el más reciente, la visita al Parque del Este, donde tuvimos la oportunidad de explorar las entrañas de la réplica de una goleta del siglo XIX. Paseando por sus alrededores, contemplamos árboles centenarios cubiertos de hojas de formas y tamaños diversos, mientras bandadas de pájaros revoloteaban en las copas en busca de frutos. También pudimos observar de cerca una gran variedad de animales en cautividad, concretamente aves tropicales, que completaron la experiencia natural.

            Sin duda, fue un cierre maravilloso para este viaje, un nuevo destino entre los tantos que un día pisaron los antiguos colonizadores del Nuevo Mundo, y que ahora he podido conocer en persona, sintiendo la cálida acogida del pueblo venezolano, que sigue soñando con el ansiado cambio.

La Pastora (Caracas), julio del 2025.

2 comments

Andreina Gómez 12/08/2025 - 14:36

Gracias por tan bello resumen y por captar la belleza de la historia y de la gente de un país maltratado por sus propios gobernantes. Sin embargo, me quedo con lo bueno que hayas experimentado y vivido la belleza de la naturaleza y la generosidad de su gente

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Ivan Morales 12/08/2025 - 16:58

Gracias, Andreína. Un fuerte abrazo

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