Estimado lector…

by J.A. "GARAÑEDA"

No tengo por costumbre responder a los correos y opiniones que mis lectores hacen de mis artículos. Aunque tampoco las echo en saco roto. Por ello, en esta ocasión y teniendo en cuenta el comedido tono de las opiniones de nuestro convecino lector, Víctor, me decidido a responder. Puntos de vista que, por supuesto, respeto, pero que, al igual que los míos propios, pueden ser compartidos o no, en todo, o en parte.

No sé, estimado joven, si mi lenguaje es excesivamente formal –yo, personalmente, lo calificaría de sencillo y claro, simplemente–, pues nunca me incliné demasiado por aquél estilo gongorino que, si bien resulta elegantísimo y culto, puede resultar demasiado cursi en los tiempos actuales. Lo único que intento es dar mi opinión en relación a las cosas que veo, escucho, o percibo, y siempre desde mi experiencia de vida.

Por otra parte, respecto a la veracidad o no de mis afirmaciones, éstas a las que Vd. se refiere, he procurado constatarlas “in situ”, como suele decirse en lenguaje jurídico, levantándome de la cama a las cinco de la mañana, harto de soportar el estruendoso ruido de los tambores y bombos de la orquesta y de los carromatos peñeros, para comprobar por mí mismo el tipo de personas que, a simple vista, se concentraban en dichos eventos y circunstancias festivas. Los cuales, precisamente por el hecho de serlo, si bien pueden tener una connotación más tolerante, no por ello justifican, bajo ningún concepto, el tipo de molestias que ocasionan, o pueden ocasionar a quienes llevan una vida más o menos ajena a ellos, bien porque son mayores de edad, achacosos ancianos, o gentes que, por diversos motivos, no pueden participar de momentos tan risueños.

En cuanto a mis opiniones respecto de eventos como Motauros, la cabalgata de Reyes, etc., no creo que haya leído nada escrito de mi mano: sencillamente porque jamás las he manifestado. Y eso, independientemente del respeto que me merecen cada una de ellas.

Dice usted, estimado Victor, que le gustaría saber cómo se celebraban las fiestas en mi juventud. Pues –si me permite el trato– le diré, amigo: cuando yo era joven, las fiestas de mi pueblo, como casi todas las que conocí, también estaban rodeadas de cierto ruido. Y digo “cierto”, porque únicamente tenía lugar durante los encierros de toros o en las novilladas. Espectáculos estos que, en aquella época, aunque resultaban un tanto esperpénticos, poseían un tono de sobriedad que hoy día, aunque se mantenga, no deja de estar embadurnado de un mal sabor de boca, debido a la cantidad de blasfemias y faltas de respeto que, gran parte de la gente joven profiere continuamente en sus conversaciones sin justificación alguna. Lo cual, a todas luces, deja entrever que, el nivel de educación y cultura de aquellos tiempos dista mucho de el de ahora, existiendo una gran diferencia en contra, naturalmente, de la de los tiempos actuales, que son los suyos. Y con ello no quiero dar a entender que este sea su caso; sino que la permisividad del sistema de gobierno en el que usted ha nacido y ha sido educado ha generado, de propósito, un concepto y un grado de libertad equivocado y excesivo, provocando con ello que hoy recurran a él muchas personas para intentar justificar gran parte de los comportamientos y excesos que están fuera de lo que puede considerarse aceptable, respetuoso, o normal (entendiendo por normal todo cuanto está de acuerdo con la Naturaleza). Y en este momento, entendería que a usted se le ocurriera echar mano del viejo paradigma de la diferente forma de pensar que siempre existió entre generaciones no coetáneas, como es nuestro caso, pretendiendo así hacer valer la idea de la imposibilidad de ponernos de acuerdo el uno con el otro. Sin embargo, a pesar de ello, la razón no dejaría de estar de parte de aquel cuyo pensamiento se hallara más próximo a lo natural que a lo democrático.

Por otra parte, deseo añadir que coincido con usted en cuanto a que no todos los que se encontraban en la plaza en aquellos momentos eran jóvenes. Yo mismo me di cuenta de ello. Y sin embargo esto no resta veracidad a mi observación, ya que el porcentaje en relación con la gente de menor edad en aquel lugar era mínimo. Sí, algunos despistados y semisolitarios, que se conformaban con zascandilear entre todo aquel barullo con un vaso de alcohol en la mano. Pero, ¿realmente eso puede variar en algo las apreciaciones que figuran en el artículo que usted ha leído? Seamos serios, amigo. Eso, lo único que demuestra es que los gustos siguen existiendo, como siempre fue. Y que sobre ellos nada hay escrito. Uno puede inclinarse por un color o por otro, porque para eso está verdaderamente la libertad del individuo. En cambio, cuando esa libertad se utiliza para fines que no tienen nada que ver con la solidaridad, o el respeto hacia los demás, estamos cayendo en el error más grande de nuestra existencia, además de pretender hacer pasar a los que pensamos de diferente manera por imbéciles.

Y dicho esto, añadiré lo más respetuosamente posible: usted no me da la impresión de ser eso. Considero que se trata de una persona educada, pero cuya formación se halla afectada por la influencia de modelos de pensamiento extraños, que le hacen ver las cosas importantes desde un prisma un tanto irreal, más próximo a ese relativismo que en nuestra sociedad tiende a dominar en todos los ambientes y en todas las mentes. De modo que, romper esa muralla una vez levantada no resulta tan sencillo. Tal vez fuese conveniente que consultase fuentes que hasta este momento le han sido sustraídas u ocultadas. O tal vez negadas, para mantenerle lejos de la realidad natural y espiritual que nos rodea a cada uno de nosotros. Aunque muchos la obvien. Pero créame, amigo, no hay ningún tipo de animosidad en mí, ni en mis comentarios, como tampoco en mis escritos. Mi pensamiento está basado, sencillamente, en la observación de la naturaleza, en la fe cristiana, en el respeto a la vida, y en la aceptación de la libertad auténtica como formas de comprensión que nos lleven a reconocer los valores absolutos de la vida y a aceptarnos a nosotros mismos como una realidad concebida bajo una finalidad. Y esa meta es, sencillamente, la convivencia pacífica y el amor a los demás. Usted puede pensar sobre mí lo que quiera, lo que mejor le convenga. Yo no le odiaré por ello. Antes al contrario, intentaré comprender. Pero en ningún caso compartiré con usted pensamiento alguno que me aleje de esos valores absolutos que recibí de mis antepasados. Porque siempre encontré en ellos el apoyo más firme para consolidarme como persona y como ser humano, alejado de toda trivialidad, de toda mentira, de todo lo que me separa de esa espiritualidad que nos transforma en seres verdaderamente diferentes y únicos. Sea usted también eso, querido amigo. O, al menos, inténtelo.

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