La prole del diablo           

by J.A. "GARAÑEDA"

Una realidad sostenida a través del tiempo es que “el pez grande se come al chico”. Este proverbio de origen flamenco, que data del siglo XVI, se usaba para demostrar que los poderosos utilizaban siempre su fuerza para vencer a los débiles. Por lo que podemos afirmar que, en la actualidad, este refrán continúa teniendo absoluta vigencia.

Las últimas noticias que nos llegan desde aquellas tierras galorrománicas, en relación con este apotegma, hacen referencia a la decidida intención de crear un Euro digital. Algo parecido al tan traído y llevado, desde no hace mucho tiempo, Bitcoin. Una cuestión que, en principio, no debería preocuparnos si el éxito de la moneda lanzada por Satoshi Nakamoto en 2009 hubiese sido rotundo en el 99 por ciento de la población mundial. Lo cual, evidentemente, no ha sucedido, gracias a que aún queda en el mundo una parte importante de sentido común. Y también a que a todo hijo de vecino todavía le gusta ver su dinerito en su cuenta bancaria personal, o en su cartera, en lugar de que se halle en poder de unos cuantos mangantes amigos de lo ajeno –eso conocido en lenguaje vulgar como “ladrones”aunque sean de guante blanco–. A pesar de ello, sabemos que el bitcoin ha acabado dando muchos quebraderos de cabeza a negligentes e incautos inversores, que pensaron que iban a enriquecerse de la noche a la mañana y que los “pájaros” que inventan este tipo de manejos atan los perros con longaniza.

Esta infecta, malintencionada, y envenenada noticia del “Euro digital” –dada a conocer por boca de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde–, parece estar levantando ampollas en algunos medios de comunicación. Sobre todo entre los más independientes. El resto, como es costumbre, continúan entregados ladinamente al apesebramiento que le dispensan los poderes fácticos globalistas y los fácticos “democráticos”.

La idea maniquea que subyace en este nuevo contubernio de la prole del diablo no es otra que la de apoderarse de todo nuestro dinero para, una vez centralizado en el Banco Central Europeo, poder administrarlo a su antojo, limitando así nuestra capacidad de maniobra sobre un bien que es única y exclusivamente nuestro, ya que lo hemos ganado con el esfuerzo y sudor de nuestro trabajo. Un bien material que, además de pertenecer a todos y cada uno de los habitantes de la Comunidad Europea, será fiscalizado decretalmente (sea ello o no legal) tanto por la propia banca europea como por el aparato tributario de la C.E.E., hasta el extremo de que no podremos disponer de él a nuestro antojo, o según nuestras propias necesidades. Así nos acosará y acorralará esta “banda de delincuentes” –no cabe otro calificativo para ellos– utilizando ilegal y demoníacamente, según su conveniencia política e incluso personal, nuestro dinero. Y también invirtiéndolo en aquellas empresas o cuestiones que ellos consideren más oportunas para sus fines. En principio, esta retorcida idea parece tener como primer objetivo invertir nuestro dinero en ese dichoso rearme europeo. Una iniciativa, además de un gasto, disparatados e inútiles destinados, según ellos, a protegernos de una supuesta y peligrosísima amenaza no se sabe de quién. Tal vez de una “mano negra” que pretende invadirnos. O quizá aniquilarnos. Lo cierto es que nadie se atreve a citarla por su nombre. Unos piensan en Rusia. Otros en China. Mientras que los más prudentes –esos que antes de opinar analizan cuidadosamente la situación y “por dónde van los tiros”– guardan silencio a la espera de descubrir la verdad de la tragedia que se nos “vende” y oculta. Un silencio prudente y justificado –para no aparecer ante los poderosos como corrosivos, dignos de ser apartados de la circulación–, pero que apunta directamente hacia cuantos forman parte de este fregado maldito en el que, como si se tratase de un juego inocente, intentan involucrarnos a todos para nuestra desgracia y bien de unos pocos.

Nunca antes habíamos presenciado tamaña perversidad en el ser humano. Sin embargo, vivimos en un mundo en el que las medias tintas sobran. Aquellos que debieran protegernos y alentar nuevas y más eficaces condiciones de vida, sólo miran su propia conveniencia, dedicándose día tras día a despotricar y “vendernos la moto” con sus mentiras contumaces y continuadas, para acallar todas nuestras lícitas inquietudes. Y no satisfechos con esto, todavía pretenden “darnos la puntilla”, como si fuésemos un simple rebaño de animales dispuestos para el matadero. Todo es una trama nefanda en la que esa prole podrida, nauseabunda y maléfica de Satanás, atea y desordenada, ha conseguido inocularnos el virus indeseable de esa forma de gobierno que todo lo permite y todo lo corrompe. Un apaño que nos ha acabado inoculado el virus de la credulidad barata, convirtiéndonos cada día en un poco más imbéciles. Un error del que pocos han escapado, debiendo agradecerles por ello que los pocos ojos y oídos que aún permanecen abiertos, así como las escasas mentes que no comulgan con este repulsivo credo sean lo suficientemente despiertas como para denunciar tales fechorías sin perjuicio de pagar algún día por su honestidad.

Así pues, querido lector, nos encontramos rodeados de ventajistas, tramposos, sabandijas, trileros y engañabobos. Todos ellos forman parte de esa prole de Satanás que nos embauca con cada mirada, con cada frase, con cada subvención. Y nosotros, pobres y desgraciados amigos de la libertad, debemos alejarnos de ellos cuanto más podamos. Y, sobre todo, denunciarlos, pese a quien pese. Pues ellos son los auténticos culpables de todo lo malo y perverso que nos acontece. Nosotros, lo somos por nuestra buena fe. Aunque, en ocasiones, también por nuestro egoísmo. La sola idea de la “amenaza” es una nueva trampa. Nuestra única amenaza real y verdadera son ELLOS, los que pretenden utilizarnos como “carne de cañón”. Y, mientras ellos visten con sedas, montan en caros automóviles y viven en lujosas mansiones a costa del dinero que nos roban, nosotros pagamos sus despropósitos con nuestras vidas y las de nuestros hijos. Es la doctrina de los ácratas, los herejes y los ateos. Y sólo se les descubre por sus obras. O, como suelen decir los andaluces de modo un tanto despectivo: “…señores de córdoba, señoritos de Sevilla, y gente de Málaga”.

Por último añadir que, tenía miedo de expresar lo que realmente creía a este respecto, pensando que pudiera estar fuera de honda. Pero, afortunadamente, he descubierto que no soy el único que opina de esta manera. Ahora me alegro de que mis pensamientos e inquietudes no sean sólo mías. Verdaderamente –como defienden algunos–, a mí, lo de la insumisión frente a tanta barbaridad me sigue pareciendo una postura demasiado suave.

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