Continuamos en la brecha. La alevosa rotura de lo que debiera ser una permanente actitud de oposición a la política del gobierno social-comunista en su manifiesta obra de desmantelamiento y derribo de los cimientos sobre los que nuestra gloriosa nación se asentó secularmente y por encima de cualquier otra nación en el mundo, es un fraude. Una bastarda y saducea picardía urdida desde el presunto deseo de no gobernar nunca, y así disfrutar indefinidamente de las prebendas y beneficios que ofrece la calidad de diputado sin tener que asumir riesgos y responsabilidades de ningún tipo.
Esta es la sensación que a algunos nos da la postura adoptada por Feijóo y su partido. Sobre todo cuando, afirmando que el P.P. no apoyaría el nombramiento como comisaria de Teresa Ribera en el Parlamento Europeo, sus correligionarios en Europa parecen dispuestos claramente a dar la espalda a tales manifestaciones.
Por otra parte, Sánchez, con esos aires de sobrado que suele exhibir, ha confirmado este lunes esto: “… el nombramiento de Sara Aagesen como nueva vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico para continuar el legado de Teresa Ribera.”
Nada tendríamos que decir al respecto si en Bruselas hubiese seguridad de que los populares no fuesen a desmentir a Feifóo. Pero el hecho cierto, según parece, es que lo van a dejar “con el culo al aire”. Lo cual, o es una traidora maniobra por parte de sus socios de partido en Europa, o es un plan premeditado y malintencionado desde la dirección del propio partido, en la seguridad de que no lo tiene nada fácil en el próximo plebiscito electoral. Por lo que le conviene más “nadar y guardar la ropa”. O sea, mantenerse donde está y seguir mamoneando del cargo de presidente de la “oposición”, con todas sus bicocas. Al fin y al cabo, quienes pagamos somos los electores. Un electorado que, en su caso, sigue dormido, anestesiado. O mejor aún, electrocutado por una corriente voltaica que lo convierte en pura carbonilla, ya que su energía, prácticamente agotada, sólo sirve para tiznar y ennegrecer el futuro de sus propias páginas en esta historia loca y descangallada que se han montado unos cuantos sinvergüenzas y mamones.
El idilio democrático del 78 es hoy un fraude elevado a la enésima potencia. Una vomitiva mentira más al puro estilo caifaico, donde una secta de “saduceos” montan su chiringuito particular para arrastrar tras ellos a toda la mezquindad mundana, asquerosamente voluble, que busca denodada y embrutecidamente las migajas de su señor, convirtiéndose así en una mugrienta sanguijuela del resto de sus congéneres; esos que trabajan doce horas al día, o más, para que otros pululen alegremente por los marmóleos patios parlamentarios, presumiendo de conocimiento y virtud falsos. Si Cristo fue crucificado una vez por ese miserable conglomerado sadokita, impío y sin conciencia, sólo por satisfacer sus ansias de poder y venganza, hoy lo es innumerables veces al día por cada uno de nosotros. Pero más aún por esos que se creen salvadores de una patria inexistente, gracias a que ellos la pisotearon hace años con sus sucias pezuñas y sus infames manejos “democráticos”. Un concepto que nos colaron por la puerta de atrás, como suelen hacer los invertidos de todos los tiempos, y que hoy, con el transcurso de los años, nos damos cuenta de que es una sublime argucia que convendría derribar.
Sí. Porque, al igual que se saja un absceso pustulento para sanar la parte corpórea afectada por la infección, del mismo modo deberíamos reaccionar frente a la impostura y postulencia políticas que nos oprimen, socavando sin miramientos nuestra esencia como pueblo y como nación. Una guerra no se hace por el capricho de divertirse, o de sacrificar vidas humanas que nos caen antipáticas. Su intención debe estar siempre apoyada y basada en la búsqueda de la justicia y el triunfo del bien. De lo contrario no puede ser considerada como tal. Pero hoy, inmersos en la podredumbre de un sistema de gobierno que ha acabado con todo lo bueno de nuestra patria, la única postura razonable sería finiquitarlo, a la vista de la experiencia desarrollada desde su implantación, ha resultado ser no ya nefasta, sino abrumadoramente ineficaz. Y lo que es peor, despiadadamente injusta e infecta. Nuestra sociedad se sume, cada día más, en los vicios y en el desenfreno, antes sometido a los dictados del orden natural y divino. Sin embargo, estos términos son considerados ridículos por la mayoría de las gentes, quienes a su vez se ridiculizan a sí mismos cuando lo hacen, más no sin infligir grave daño moral a aquellos que poseen dichas creencias, y sin estar sometidos a reparación alguna.
El fraude, por consiguiente, se ha instalado entre nosotros para quedarse. Y muchos, muchísimos, están encantados de que esto sea así y no de otro modo. Demasiado nos tememos que, no tardando, acabemos, como solía decirse respetuosamente: “como el Rosario de la aurora”. Pero ahora, al revés: adorando a un dios con pezuñas y rabo. Si bien, acordémonos: nada de cuanto hagamos contra la Ley divina quedará impune. Como tampoco quedará el crimen de Caifás, quien, con absoluta seguridad, arderá en los infiernos, como tantos otros.