Los perdonadores

por J.A. "GARAÑEDA"

De todos es conocida la tendencia del PSOE a perdonar a quienes por diferentes causas, generalmente de tipo político, han cometido algún tipo de delito. Una facultad que el Estado (o mejor dicho, el Gobierno de cada momento) puede aplicar excepcionalmente. Sin embargo, tratándose de gobiernos del PSOE, esta fea e indeseable costumbre ha llegado a convertirse en vicio, por parte de algunos de sus militantes tras ostentar el cargo de Presidente de Gobierno. Y digo “vicio” porque si bien es cierto que la ley considera este tipo de medidas como extraordinaria, ellos, aprovechando las ventajas que les ofrecía hacerlo por decreto, las aplicaron sin miramiento alguno; o sea: como los grandes dictadores de la historia.

El perdón, como es lógico y natural, sería en todos los casos bien recibido, sobre todo por aquellos que estaban en deuda con el Estado o con la Ley, en cualquiera de sus capítulos; pero no así entre la ciudadanía, que no dejó de mascullar en sus pequeñas tertulias, reuniones “bareras” y momentos de ocio, criticando por supuesto el sesgo con que el mismo se aplicaba según de quién o quiénes se tratase. De hecho, el tiempo ha demostrado que, pese a las múltiples y altisonantes causas abiertas contra miembros del partido a lo largo de las últimas décadas, y aun existiendo motivos más que suficientes para aplicar severas y ejemplarizantes condenas, nada de esto ha sucedido. Antes al contrario, las papeleras de los diferentes juzgados están harto repletas de causas sobreseídas, cuando no amnistiadas, sin que nadie haya dado la menor explicación razonable al respecto.

Todo esto pone de manifiesto, como en estos momentos ante el intento amnistiador del Gobierno sanchista para con los débitos catalanes y otros etcétera, la intención siempre malsana, perversa y torticera de un partido cuyos gobernantes, en los momentos en que ven peligrar la posibilidad de seguir en el poder, ponen en marcha todos los recursos a su alcance para alejar de sí tal probabilidad, y logrando a toda costa mantener el dominio omnímodo que ellos mismos crearon.

Es, por tanto, indefendible la decisión que en estos momentos trata de aplicar el Gobierno frente a los atropellos que los políticos disidentes catalanes continúan llevando a cabo de modo continuado y afrentoso. Una postura que no respeta a España, ni la Ley, ni los tribunales, ni la igualdad entre CC.AA., como tampoco la equidad y justicia distributiva que ha de existir inequívocamente entre los españoles en general. De modo que, en cuanto se refiere a algunos gobiernos socialistas, es evidente que no sólo invaden el espacio que debe ocupar la auténtica Justicia, en tanto que “principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde”, sino que interpretan y aplican caprichosamente y en beneficio tanto político como personal y propio los términos de la misma, convirtiendo así el país y la propia convivencia entre sus ciudadanos en un lodazal apestoso. Además, en este caso concreto, la amnistía no servirá (como sucedió en algunos casos en los que fue aplicada en términos fiscales) para que aflore el dinero negro de las empresas; tampoco para que el arrepentimiento de los culpables se haga público. Mas bien lo que hará será reforzar las convicciones de las fuerzas segregacionistas, y darles la razón en el más claro y profundo sentido terrorista, en el que la fuerza y la violencia justifican cualquier postura reivindicativa. Pero los “perdonadores” no atienden a razones. Sus almas son inicuas; y un alma inicua nunca reconocerá los motivos que llevan a los justos a oponerse a ellos. Y, mientras esto sucede, los pueblos de las Castillas despoblándose, empobreciéndose… Y los de Cataluña y otros lugares, creciendo en términos de población y dinero. ¿Todo ello, a costa de quién?

Aunque, bien pensado, no toda la culpa es achacable al Gobierno socialista. Ni siquiera a todos los gobiernos que han desfilado por ese “estradillo” más como un espectáculo cómico taurino poniendo en ridículo todas las opciones sin acusar a nadie, y que, de cara al buen hacer, supone tan sólo algo bochornoso y humillante. Sobre todo para los “actores” que intervienen en el “espectáculo”, en donde no hay que olvidar aquellas instancias superiores y no tan inferiores del organigrama estatal. Estados ellos que siempre debieron hallarse tanto por encima de las circunstancias como de los condicionantes, tuviesen o no un calado pseudopolítico, inconstitucional, ilegal, o cuasi ilegal. En este sentido, no podemos afirmar que exista alguna de ellas que pueda quedar exonerada de su crimen o, en cualquier caso, de sospecha.

Por todo ello, discurriendo las cosas por caminos tan torcidos como lo han hecho desde la mismísima implantación de la democracia en nuestro país, resulta de todo punto imposible encontrar a alguien que pueda manifestar abiertamente: ¡yo soy inocente! Ni siquiera bajo la consideración de haber sido engañado, como en realidad así ha sucedido durante tantos años. Por eso la ley no exonera a aquel que, sin conocerla, comete un hecho delictivo y pretende defenderse recurriendo a su ignorancia.

Es, por consiguiente, llamativo que, en el caso que nos ocupa, se pretenda dejar exculpados a unos individuos que han cometido hechos aberrantes, tanto en sentido político como de otros muchos tipos. Lo cual no deja al individuo de la calle exento de culpa. Porque muchos, apoyándose en la libertad ideológica, pretenden agarrarse igualmente a esta argucia, que no justifica, bajo ningún concepto, el hecho de acudir a las urnas para emitir su voto preferente por una u otra opción política. Más aún a sabiendas de todas las fechorías que ha llevado a cabo antes, durante y después.

Deberíamos sentir vergüenza de nosotros mismos cuando recurrimos a este tipo de subterfugios con tal de justificar nuestros derechos democráticos. Sin embargo, llegado el momento de decidir, inundamos las urnas con nuestros votos estúpidamente, amparándonos en una estrategia que nos proporciona la propia Carta Magna. Un documento que, para quienes están más obligados que nadie a respetarla, hacen de ella papel mojado, cuando no (y me van a perdonar la expresión) se limpian el culo con ella. Así no encontraremos nunca la solución a nuestros problemas. Y España será, cada día más, un lodazal en el que sólo los cerdos saldrán siempre ganando.

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