Resulta curioso observar cómo las sociedades en general, independientemente de sus creencias religiosas, muestran respeto de manera muy diferente hacia ellas, según los países de que se trate. En Europa, por ejemplo, países como Austria, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Liechtenstein, Italia, Islandia, Países Bajos y San Marino, entre otros, aún existen leyes vigentes contra la blasfemia. En otros, como Reino Unido, fue abolida la ley contra la blasfemia en 2008.
En Francia, no existen leyes contra la blasfemia, en virtud de la libertad de expresión.
En Irlanda, fue eliminada la Ley en 2018.
Y en España, el delito de blasfemia fue eliminado del Código Penal en el año 1988, si bien continúan manteniéndose otras figuras delictivas referidas al público escarnio de estos elementos cuando existe intención de ofender sentimientos religiosos, pudiendo castigarse con multa.
No obstante, el debate en cuanto a la libertad de expresión y la protección de los sentimientos religiosos permanece, hasta el punto de dar lugar a disturbios y protestas, en lugares como Dinamarca y Suecia, por la quema de textos sagrados y falta de protección de los símbolos religiosos.
En otros países no europeos, como Irán, Afganistán, Pakistán, Mauritania y Arabia Saudita, la blasfemia se castiga con la pena de muerte.
Por lo que se refiere al extremismo religioso en Europa, existe un sector islamista que está generando presión con objeto de lograr la protección de las creencias religiosas y contra la blasfemia.
Esta irreverente, irrespetuosa y fea costumbre hubo un tiempo en nuestro país en que estuvo relativamente erradicada. Me refiero al período de aquella pseudo-dictadura, tan criticada por unos y aceptada de buen grado por otros. Años aquellos en los que la blasfemia estuvo castigada con cierta severidad, debido a la consideración por ley de España como Estado católico. Sin duda, la afinidad que en aquellos momentos existía entre el régimen del General Franco –hombre creyente hasta la médula– y el clero de la Iglesia Católica contribuyó a que se fraguase un sentimiento de fidelidad casi absoluta entre ambas partes. Hasta el punto de trasladar a las escuelas y a la enseñanza en general la idea suprema de que la fe en la Trinidad divina debía ser considerada como el pilar básico de toda existencia humana. De hecho, cualquier tipo de manifestación o expresión ofensiva, irreverente contra Dios, los Santos, o la Iglesia eran, simplemente, un delito y, por consiguiente, castigados por el Código Penal común. En la calle, como en cualesquiera lugares públicos, era muy raro toparse con situaciones de este tipo. Y sólo en algunos casos muy particulares, solía darse esta circunstancia, llevando a los propios adultos a reprender, sin ningún tipo de reparo, a quienes las utilizaban.
No obstante el tiempo, así como la coyuntura política que, desde la instauración del actual sistema de gobierno han supuesto un insólito y también excesivo aperturismo en todos los sentidos, ha provocado comportamientos muy discutidos, que muchos consideran normales y otros poco o nada aceptables. ¿Las causas? Pues, considerando la trayectoria de las políticas tanto educativas como sociales que han venido llevándose a cabo desde el año 78, estamos en situación de aseverar que son debidas a varios factores, pero principalmente a un deseo intrínseco de corromper paulatinamente un país que se había consolidado en posturas firmes e intransigentes en este sentido y contra ciertos planteamientos políticos, económicos, educativos; e igualmente ideológicos, ya que no favorecían en nada los deseos de “progreso”, según el lenguaje utilizado por determinados partidos políticos.
Otro de los factores que ha influido de modo determinante en el deterioro de nuestra sociedad en cuanto a valores positivos ha sido, el aumento del deseo de prosperidad incontrolado, y un ansia de libertad injustificado y sin límites, que ha degenerado en comportamientos mal entendidos del concepto en sí mismo.
Si a todo ello, unimos el incesante y creciente deseo de una casta política que no acepta limitaciones en cuanto a dichos comportamientos y que acepta sin ambages la expresión “todo vale”, tenemos el coctel perfecto para llegar a donde nos encontramos.
Por lo que se refiere al hecho de blasfemar, hemos llegado a un punto en el que resulta difícil decir dónde están los límites. Desde las personas adultas, pasando por los jóvenes, la adolescencia y, me atrevería a afirmar, casi entre algunos infantes, es algo que se practica con demasiada frecuencia y sin justificación alguna. Mientras que, entre personas de edad avanzada, esta infame costumbre parece haberse reducido de manera ostensible.
Haciendo un leve repaso de la situación podemos añadir que, desde un punto de vista general, la educación –tanto en la familia, como por parte del sistema– son imprescindibles para encauzar este absurdo y sórdido comportamiento. Una actitud en la que deben implicarse no sólo familias y personas adultas, sino también aquellos que, como parte integrante de la Iglesia Católica, tienen la responsabilidad de enseñar y corregir. E igualmente las propias instituciones, en orden a sanear –si es que existe alguna intención de hacerse– la imagen que damos frente al mundo entero. Blasfemar contra Dios, la Virgen María, los santos o cualesquiera símbolos de la fe católica no deja de ser un hecho imperdonable y soez, que dice muy poco o nada en favor de quien utiliza ese tipo de expresiones. Y lo que es más, debería implicarse en ello la sociedad entera. Sólo así lograremos ser respetados y considerados personas educadas y correctas. La ofensa no está en faltar al creyente –que también–, sino a Dios mismo, a Jesucristo, a la Santísima Virgen María, a los Santos en general, sino a nuestro Creador, quien lo considera (según los textos bíblicos) un acto imperdonable.
A todos los tordesillanos: tomemos en consideración estas líneas, y reflexionemos acerca de esta actitud, nada loable, que pone en la picota nuestra propia calidad individual de persona, como también el buen nombre de nuestra villa, Tordesillas, y el de sus gentes.
Un saludo muy afectuoso a todos.
¡Felices fiestas de la Peña y de la Guía!