En España, las nuevas formas de producción eléctrica vienen compitiendo entre sí desde hace tiempo por ver quien se lleva “el gato al agua”. Expresión esta conocida desde tiempos romanos como “funis contentiosus”, consistente, como todos sabemos, en un tira y afloja entre dos grupos de hombres que, agarrados a una soga, uno en sentido opuesto al del otro, intentan arrastrar a su oponente hasta hacerlo caer al agua.
Hoy día, esta expresión suele aplicarse a cualquier tipo de competición. Hasta el punto de que, cuando dos o más se conciertan para tratar de lograr algún objetivo determinado, sea del tipo que sea, solemos echar mano de ella para referirnos a él. El más cercano que tenemos en la actualidad es el de las empresas eléctricas que, ansiosas por conseguir imponerse unas sobre otras, intervienen en eso que se suele llamar “licitación”. Aunque, lo que no acabaremos de entender, al menos por el momento, es el motivo que hace que nos veamos obligados a pagar el kilovatio cada vez más caro.


Las noticias más recientes que nos llegan en relación con este controvertido asunto son las que nos anuncian la deforestación de determinadas zonas de Andalucía dedicadas a la industria olivarera. Zonas de especial importancia económica para España, pues de ellas depende un altísimo porcentaje de producción de aceite oliva, tanto para consumo nacional como extranjero. Y todo ello para reconvertirlas en plataformas de producción eléctrica. Lo que conllevaría la desaparición de miles de olivos centenarios para dicha causa. Una cuestión que, sin que haya sido tomada una decisión final al respecto, no sólo preocupa a los consumidores, sino también a los grandes grupos del campesinado olivarero, que no entienden cómo la Administración puede llevar a cabo este tipo de decisiones sin consultar con las partes interesadas, así como a cuantos vemos con escasa confianza la marcha de los asuntos de gobierno, en general.
Por otro lado, nos preocupa aún más el hecho de ver cómo ese otro sector, totalmente politizado por supuesto, en el que se dan cita todos los falsos españoles que aseveran representar a los más necesitados en todos los países del mundo, y cómo, frente a este tipo de ataques al medio ambiente, adoptan una postura inmovilista y silenciosa, cuando lo que deberían hacer –si es que sus intenciones fuesen realmente honestas– es salir a la palestra en defensa de sus postulados. Me refiero concretamente a los Verdes, los Ecologistas, los que dicen luchar en favor de la falta de capacidad del planeta para proporcionar alimentos a la población mundial en un futuro más o menos próximo, a las ONG`s dedicadas a ayudar humanitariamente a sectores de población acosados por el hambre y la falta de medios de subsistencia, etc. Aún no es tarde para que salgan a la calle enarbolando sus respectivas banderías, y denunciando lo que muchos consideramos una auténtica cacicada de esta democracia basura; una tropelía legal y una flagrante violación de las leyes que defienden la biodiversidad. Nos referimos concretamente a la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, en la que se establece el marco general para la conservación y el uso sostenible del patrimonio natural y la biodiversidad. Así como a otras leyes, como: Ley 21/2013, de 9 de diciembre, de evaluación ambiental; la Ley 41/2010, de 29 de diciembre, de protección del medio marino; y muy especialmente en este caso, a la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, para el desarrollo sostenible del medio rural, entre otras. Todas y cada una de estas leyes están siendo violadas sistemáticamente en nuestro país. Sin embargo, ni el Gobierno, ni las instituciones directamente implicadas en orden a que se respeten sus términos parecen hacer absolutamente nada. Más bien al contrario, la impresión que nos da es que están colaborando de alguna forma para transgredirlas, al tiempo que se aparenta estar llevando a cabo resoluciones beneficiosas para los intereses comunes ciudadanos y medioambientales.

En el caso que nos ocupa y teniendo en cuenta las partes interesadas en este programa de transición energética, mucho sospechamos que, como en otras ocasiones, pueda estarse actuando de modo un tanto irregular con tal de obedecer las directrices europeas relativas a la energía y conseguir así las subvenciones pertinentes.
Por otro lado, tampoco resulta inusual que, en este tipo de situaciones, se produzcan dichas irregularidades, aprovechando que un gran contingente poblacional se halla disfrutando del periodo vacacional estival, o a punto de hacer las maletas. De este modo se evita una eclosión mayoritaria de la opinión pública que pueda provocar alarma o pueda dañar la imagen del gobierno.
Tampoco conviene no olvidar las bonificaciones en impuestos y subvenciones que, tanto ayuntamientos como comunidades autónomas y particulares recibirán en el momento de sumarse a este plan de renovación energética. Aunque muchos lo nieguen, lo cierto es que estos fondos, provenientes de la C.E.E. irán a parar las empresas implicadas en este plan de renovación energética, e igualmente a los particulares y autónomos que se sumen al mismo. Algo que, sin ningún tipo de duda, apunta directísimamente tanto al gobierno de la nación como al de la Comunidad Autónoma andaluza, encargados de su distribución. Por tanto, tanto PSOE como PP están directamente implicados en este que, más que agio se nos antoja una cagada universal. Un desbaratador plan para lograr que la economía de nuestro país despegue definitivamente de este agujero en el que se halla sumida. Sin duda, todo apunta a la existencia de un cúmulo de intereses, no ya particulares o empresariales, sino políticos, que nada tienen que ver con favorecer los de los trabajadores del sector olivarero, ni con los del consumidor en general. De hecho, son las Comunidades Autónomas las que gestionarán tanto las convocatorias como las ayudas, según su criterio y presupuesto.

No existe, por consiguiente, ningún compromiso serio en favorecer y proteger el medio ambiente. Como tampoco para mejorar las expectativas laborales del sector laboral olivarero ni del trabajador en general. Y mucho menos la de los consumidores, que vemos con preocupación la intención masónica de políticos, grandes empresarios, y castas de ciertos particulares, deseosos de hacer de todo ello un negocio multimillonario a costa de lo que sea. Si no, ¿qué sentido tendría la expropiación forzosa de grandes extensiones de terreno olivarero, teniendo como tenemos, muy cerca de Jaén, la provincia de Almería; ese gran desierto ansioso de que alguien con integridad suficiente decida invertir en él, aunque sea en plantas fotovoltaicas sin provocar daños a la biodiversidad o a sus semejantes?

Visto con los ojos del castellano viejo, podríamos imaginarnos qué ocurriría en Castilla-León si un día, alguien cargado de ambición sin límites decidiera talar quinientos mil, un millón de pinos albares, de esos que oxigenan nuestra atmósfera y dan vida a nuestra sagrada tierra. Pero no supongamos tanto. De hecho, ya existen, muy próximas a las autovías, grandes fincas dedicadas a esta producción blasfema que se come la tierra de cultivo allá adonde va. Lo cual no es sino un anuncio endemoniado de lo que, antes o después, les espera a nuestras generaciones futuras. Al final, ¿de qué vamos a alimentarnos, de watios? El futuro de las grandes naciones siempre estuvo en el trabajo, la razón pura y el quehacer de los hombres de bien. Cuando el 1948 se dio vía libre para la creación del estado de Israel, lo primero que hicieron sus dirigentes fue establecer un plan para convertir la tierra improductiva en un vergel. Primero los kibutz, luego los grandes proyectos agrarios, tecnológicos, etc. Sin embargo, en España, nuestros dirigentes –por darles un nombre digno– sólo piensan en amasar dinero a cambio de proyectos inútiles o de escaso rendimiento a largo plazo. Planteamientos que, por lo general, fracasan. Como sucederá con estos. De modo que la raza ibera podemos considerarla extinguidísima, dada la fragilidad con que el hombre de hoy acepta decisiones políticas que, en lugar de enriquecernos nos empobrecen cada vez más. En su lugar nos hemos convertido en “troyanos”; gentes necias y osadas que fijan su esperanza en objetivos oscuros y fatuos, faltos de tenacidad para apoyar grandes y esperanzadores proyectos. Y es que la mezquindad se ha apoderado de nuestras almas, abandonándonos a nuestra propia soberbia. Una actitud que se alejó hace bastante tiempo de esa confianza en los más altos valores del hombre, en la rectitud de espíritu y en el peso específico de Dios, creador nuestro. Hemos vuelto a romper el pacto con que fuimos premiados en el Paraíso, entregándonos al veneno de la muerte eterna. Y el que nos dio la vida nos ha abandonado a nuestra suerte. Una caverna que hace que nuestra amada España haya sido convertida en un gran lodazal, en el que las piaras más impuras de cerdos se revuelcan y solazan riéndose de ella y de todos nosotros, que aplaudimos idiotizados sin darnos cuenta del gran error que cometemos.

Así moriremos, como vivimos. Lo que, finalmente, me recuerda la frase de alguien sin nombre, un anciano musulmán lleno de sabiduría: “Hemos dado gracias a Dios por la abundancia que nos dio en el pasado. Ahora debemos seguir dándoselas por lo poco que tenemos. Y rogarle esperanzados, hasta volvernos a hacernos dignos de Él y de su gracia”. Lo cual quiere decir, lisa y llanamente, que si no lo hacemos, no habrá de trascurrir mucho tiempo para que nuestro silencio y pasividad, así como nuestra falta de honestidad y respeto hacia nosotros mismos hagan desaparecer nuestra nación, mientras los españoles dejaremos de ser lo que fuimos: una raza envidiada y respetada. Aunque también odiada por muchos.