Lo más significativo de la actualidad política mundial ya no es Netanyahu, ni Hezbolá… Ni siquiera la cuestión sedevacantista, o la supuesta conspiranoia, inspirada por el mismísimo elitismo globalista para destruir toda oposición a sus fines. No. Lo más actual es Trump: y, sobre todo, su vicepresidente, J. D. Vance.

Su discurso del pasado viernes contra las “democracias” europeas ha sido impactante, al tiempo que un duro golpe contra quienes siguen en su descabellado empeño y continuismo político; ese que está acarreando la ruina, no sólo económica del viejo continente sino, lo más importante, de aquellos inmutables Valores que nos hicieron grandes y que hoy, son echados a la basura, como si presumiblemente hubiese otros nuevos y mejores. Lo cual equivale a destruir totalmente aquella sublime idea del Humanismo cristiano, construida sobre la firme creencia de un Dios Todopoderoso, del que hoy, tristemente, renegamos.

Vance, entre otras cosas, lo que vino a decir es que, sólo nuestra necedad es la causa de nuestros males. Algo que, no sólo él ha sido capaz de ver y comprobar, sino muchos, entre quienes habitamos nuestro continente. Pues, si los principios de los diferentes gobiernos que pretenden conducir nuestros destinos fuesen buenos, ningún mal de cuantos nos aquejan existirían. Únicamente su estupidez y su creencia en unos planteamientos impúdicos es la causa de todos los cambios drásticos y terribles de nuestra sociedad. Un rebaño abocado a destruirse a sí mismo de continuar las cosas como hasta ahora.

Pero el problema añadido de este asunto no es sólo esa élite perniciosa y estafadora, sino el “encantamiento” generalizado en que ha conseguido hacer caer a una población embrutecida por las consignas de libertad mal entendida, de derechos para hacer cualquier cosa que satisfaga los instintos más primarios, y de las obligaciones menos provechosas, menos positivas, menos honestas. De modo que, en estos momentos, nuestra sociedad es algo sucio; no por causa de aquel legado, sino de una ambición negligente, que ha querido descabelladamente hacer suyo, sólo por el ansia de vivir mejor trabajando lo menos posible, ese mensaje endemoniado denominado globalismo.

Tales presupuestos, a todas luces criminales en todos los sentidos, suponen, sin ningún género de duda, el aberrante resultado de un capitalismo mal entendido, pernicioso y destructivo, así como de un liberalismo en el que las practicas abusivas e ilegales se han convertido en el pan de cada día; y sólo por el consentimiento explícito de esa osada y aterradoramente bárbara casta gobernante carente de toda clase de escrúpulos con tal de estar en el machito y granjearse una vida a la bartola que de otro modo jamás hubiera podido alcanzar.

La delincuencia, en todas sus formas, en lugar de ser atajada por las vías legales propias de los estados legítima y justamente constituidos, se ha convertido en un medio de supervivencia a todos los niveles; de modo que las virtudes que siempre alimentaron la vida y la convivencia pacífica entre las gentes han pasado a formar parte de un juego infernal, donde el último –como suele decirse– es el “marica”. O el “imbécil”. O el “tonto de capirote”. O el más “gilipollas”. Ahora, el negocio es dedicarse a la política rastrera, y sobre todo sucia. Y, de eso, el programa globalista sabe mucho. Quizá demasiado. Masones, liberales convencidos, demócratas de pacotilla, filósofos de baja estopa, clérigos sin conciencia, ni fe, ni voto; militares subvertidos y sin bandería, validos de la mayor indecencia, negociantes de hampona oportunidad, papas de dudosa elección, y hasta hijos de puta de la peor ralea se han dado cita en esta cabalística convención, creando una asamblea cuasi invisible, presidida por el maligno, cuyo fin es aparecer siempre ante el público del teatro mundo como el gran benefactor, mientras contempla alborozado su propia ignominia y cómo la ignorancia y la estupidez sonríen chupándose el dedo. De modo que lo que ellos denominan “democracias” europeas se aproximan más a una idea nazi que a cualquier ejemplo de libertad y derechos.

Ahora, tras estos años de pretendida “bonanza democrática”, algo ha sucedido para que unos pocos recobren el aliento y, de la mano de un estricto sentido común, se den cuenta de que este negro relato tiene que acabarse. Porque, las democracias en Europa no son otra cosa que la cueva de Alí Babá; o el lugar en el que, de modo continuado, nos dan por el trasero con nuestro ramplón beneplácito.
Hoy, las voces críticas de Meloni, de Mateo Pianteosi, e Le Pen y de Salvini, etc., y sobre todo de Vance, deben ser escuchadas con atención. Y, al igual que la de hace pocas jornadas hizo Ptocaccini, adoptar un tono campanero para que, definitivamente, desaparezca de entre nosotros la corrección política, los “cinturones sanitarios” injustificados y caprichosos a grupos políticos con ideas simplemente diferentes pero lícitas y justas, para convertirse en un clamor ciudadano que traspase todas las fronteras. Es la única manera de acabar con el corruptor y embaucador mundo de la basura política y la élite globalista, sucia y aberrante prole que nunca debió nacer. Sólo así, estas voces no serán voces que clamen en el desierto. De modo que, si somos perseguidos, al menos, que sea por causa de Justicia.