Mariano «cotilla», un tordesillano al que nada se le ponía por delante

by Jesús López Garañeda

Buscando entre tordesillanos por sus acciones decididas, entregadas o valerosas, que de todo hay, he dado con Mariano Rodríguez González, un hombre al que no se le ponía nada por delante. Y si no, el que le conociera que lo desmienta.

Es un personaje que estuvo en la batalla de Novgorod y en el sitio de Leningrado en el repliegue del río Voljov allá por octubre de 1942, pues Mariano “cotilla” es uno más de aquellos 18.000 soldados españoles que integraron la División azul con el general Muñoz Grandes en Rusia. Una división azul que se dejó en los campos rusos la friolera de 5.000 muertos y 8.000 heridos. Y así hasta el 12 de octubre de 1943 en que se ordenó la retirada de este grupo de ejército del frente.

Luego los enfermos, heridos y prisioneros regresaron en 1954 en el barco “semiramis” de la Cruz Roja a España con sus caras demacradas, espíritus desengañados y cuerpos doloridos y sufridos. Y entre ellos Mariano Rodríguez, un tordesillano, con el corazón enloquecido y desvencijado.

Cuatro años más viviría en Tordesillas, a salto de mata, animado a la bebida, al duro recuerdo  y a la soledad, errante, controvertido, tapado en invierno con un capote de cuero negro que, al decir infantil, se le había quitado a un ruso en el frente de Leningrado.

Este hombre aguardaba siempre impertérrito, inmóvil, el paso del Toro Vega, encajado en la jamba de la puerta del Mesón Viejo en la Calle San Antolín.

Así fue visto por testigos presenciales y un niño que lo recuerda como leyenda debido tal vez al doctorado en bohemia cum laudem que ejercía glorioso en los ojos secos del puente de Tordesillas.

Y el dibujo en acuarela hermosa y significativa de José Ramón Muelas capta a “Cotilla” apoyado inmóvil mientras el Toro Vega galopa hacia el palenque por la calle de San Antolín, visto desde una ventana del bar la Peña por quienes allí estaban contemplando el hecho en un silencio sepulcral.

 Es el año 1956, septiembre para más señas, y el toro “redondo” colorado y ojo de perdiz, de Ángel Martín Ballesteros, ese que está siendo portada preciosa del libro de Eusebio González “El famoso Toro de la Vega”, pasó sin mirar tan siquiera a “Cotilla”.

Mariano, el hijo de Crescencia y Mariano, murió cuando contaba 48 años “en una era de las afueras” el 13 de abril de 1958 y cuya inscripción en el Registro tordesillano fue realizada por Carta Orden del Juzgado de Instrucción de esta Villa según sumario 8 de 1958 sobre muerte.

Arrojado, duro, personaje más que conocido en Tordesillas al que nada ni nadie se le ponía por delante, sin embargo encontró en su Toro de la Vega el engarce con la bravura, embestida y decisión de una vida corta pero intensa, emocional y controvertida.

(Dedicado a mi amigo Luis Miguel Rodríguez González y a todos los “cotillas”)

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