Año nuevo, vida nueva

by J.A. "GARAÑEDA"

Se acabó el año, y afrontamos una nueva incertidumbre. El que durante doce meses fuese 2024, nació como siempre, soso, desabrido y con una cuesta por delante, la de Enero. Un repecho que, sin que nadie se asombre, llega cada nuevo año congelándonos el bolsillo y con una subida de precios por encima del aumento de las pensiones, siempre cortas para atajar cuantos gastos hemos de afrontar. Y, además, con la sospecha de qué es lo que nos depararán sus trescientos sesenta y cinco días. Después, como siempre, suele cumplirse el dicho aquél de: “otro vendrá que a mí bueno me hará”.

 Aun así, muchos nos lo deseamos feliz, asumiendo ese grado de candidez sin el cual nos sería imposible soportar las trapisondadas de ese conglomerado indecente que conforma la política de nuestro país. Nos deseamos unos a otros un año dichoso. También una vida nueva. Lo cual no deja de ser, cuando menos, una inocentada que nos llega con retraso, pero que finalmente se nos acaba atragantando, dado el cúmulo de pesadillas que se urden permanentemente sobre nuestras cabezas. Aun así, continuamos viviendo como si no pasase nada, sin darle importancia a nada, y cerrando los ojos a cuanto acontece a nuestro alrededor. Por aquello de “el que no ve no sufre”. Algo igualmente absurdo, pues el que es ciego, bastante desgracia tiene con su ceguera. Pero los españoles somos así: a veces absurdos, a veces incompresiblemente sagaces, y en ocasiones, las más, ciegos, sordos y mudos ante aquello a lo que no queremos (o no nos interesa) dar crédito.

Con todo, y a pesar de no saberse muy bien cuál es el origen del dicho: “año nuevo, vida nueva” –hay quienes piensan que tiene su origen en una excelente cosecha que tuvieron los viticultores de Elche a principios del siglo XX–, no deja de ser llamativo el hecho de seguir escuchándolo cada principio de año entre nuestros convecinos. Sin duda, por ese deseo insatisfecho en tantas ocasiones de que el nuevo supere en expectativas a las del anterior, e incluso no sea tan nefasto como aquél.

En mi opinión personal, creo que esto último es lo más acertado en nuestro caso. No en vano, docena tras docena de meses venimos comprobando cómo se sucede locura tras locura, gracias a quienes gobiernan este maravilloso pero siempre trasnochado e incauto país. Un pueblo que vive más inmerso en la ilusión que en la realidad. Véanse, si no, todos y cada uno de los acontecimientos que nos suceden a menudo y de los cuales no cabe culpar a nadie más que a nosotros mismos y a nuestra insaciable y contumaz casta política, encastada ya en lo “democrático”, como si ese concepto supusiese el árnica para cometer toda clase de atropellos.

Para ello, una muestra de botón es la película titulada Caballero sin espada, de 1939, interpretada magistralmente por James Stewart. Su argumento –todo una obra de arte en la que se presentan ante el espectador, las supuestas “bondades” de los también supuestos gobiernos democráticos–, me dio la idea de escribir este artículo, a través del cual intento animar al lector a disfrutar de ella y descubrir, por su cuenta y riesgo, la realidad de este concepto. Algo que, en origen, supuso todo un avance social y político dentro del mundo antiguo, pero que con el tiempo ha sido convertido en la forma más ladina y sucia de hacer política.

Su trama presenta los problemas de un hombre honesto que, tras ser captado para ocupar el puesto de un senador ya fallecido, intenta llevar a cabo sus honestos proyectos. Atraído por las primeras impresiones, acepta el cargo. Pero poco a poco va descubriendo cómo el ambiente político que le rodea no es más que un nido en el que se esconden toda clase de avariciosos y delincuentes sin moralidad alguna. A pesar de todo, intenta llevar a cabo su programa, siendo entonces cuando la máscara de sus más íntimos amigos acaba cayéndosele del rostro. Defraudado al ver tanta falsedad decide desquitarse dando todo un discurso interminable en el que pretende justificar sus deseos de hacer realidad su proyecto e intentar convencer a la Cámara. Sin embargo, nada de esto consigue en principio. Caen sobre él toda clase de calumnias y denuncias falsas, que se desmoronan finalmente gracias a la reacción de la gente, que descubre la trama contra él. Una lección más de honestidades truncadas, al enfrentarse con la hipocresía y avaricia de una ralea de la más baja estopa, que vive acomodadamente a costa del engaño permanente de una sociedad ciega, sorda, muda y considerada con aquellos que la machacan sin ningún tipo de miramiento.

Desgraciadamente, en este año nuevo 2025, no me siento demasiado animado a felicitar a mis conciudadanos españoles. No obstante, lo haré. Y muy efusivamente, con el corazón en la mano; deseándoles a todos y cada uno de ellos que sus ansias de felicidad y progreso se satisfagan plenamente. Si bien quiero añadir en estas líneas que, difícilmente, ello será posible sin un cambio de actitud por parte de todos nosotros. Ojalá en nuestra querida España hubiese un “caballero sin espada” por cada uno sus habitantes. Y cada uno con su propio nombre y apellidos. Entonces las cosas lucirían mejor y con más brillantez. Pero, hasta ese momento, pongámonos en guardia. Las ilusiones sólo se cumplen cuando se pone el alma en ellas.

¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!, a todos.

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