Retazos de Venezuela – Parte 1

by Ivan Morales

“Levanta ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás.”
Génesis 13:14

Caracas: primera toma de contacto en Venezuela

Situada en el barrio La Pastora, muy cerca del paso Camino de los Españoles —vía que une el norte de Caracas con La Guaira, abrazando el mar—, se encuentra la parroquia de San Judas Tadeo. Es un espacioso edificio de varias plantas que se asoma, casi con osadía, entre las casas de este barrio popular, plagado de construcciones de diversos tamaños, en su mayoría de ladrillo, muchas de ellas desafiando la loma del cerro El Ávila. Este cerro, coronado en su parte superior por una vegetación densa y salvaje, vigila silencioso la vida que transcurre a sus pies.

Los hermanos de la Orden de los Agustinos Recoletos y los trabajadores lugareños que colaboran con ellos nos ofrecieron —en otro voluntariado más— una cálida bienvenida. Con palabras cargadas de cariño lograron disipar los miedos que traíamos desde el viejo continente, formados a partir de opiniones lejanas y noticias desconcertantes sobre una nación herida casi de muerte. Una Venezuela sometida a una situación sociopolítica implacable y cruel con el pueblo llano, conducida por la senda de la desconfianza y la resignación bajo el lema de antiimperialismo y libertad. El silencio aquí, en Venezuela, habla por sí solo.

Caracas, entre cerros y contrastes

En el número 34 de la revista de viajes Altaïr, la periodista venezolana Tal Levy escribió: “Persiguiendo riquezas, el campo se mudó a la urbe, pero esta no tenía riquezas para todos. Encerrada entre montañas, Caracas vio nacer un cinturón de miseria que sorprende a más de un viajero que llega de noche. Las lucecitas de los cerros recuerdan enormes y preciosos árboles de Navidad, aunque esconden la precariedad de sus ranchos y chabolas.

Y añade: “Despejando tras un chaparrón y con abundante agua en sus cascadas, el guardián Ávila contempla la ciudad, silencioso. Todo lo ha visto: desde la Caracas colonial, que se desvaneció en el olvido, hasta la moderna, de elevados edificios e imponentes centros comerciales en medio de un tráfico infernal, pasando además por aquella que mereció el apodo de ‘la sucursal del cielo’. Los caraqueños, por su parte, siguen destilando buen humor, ese que les llevó a repetir chévere hasta lograr que la Real Academia Española lo aceptara como sinónimo de excelente.”

Eso mismo debieron pensar los primeros colonizadores al contemplar por primera vez tan hermoso valle.

El chocolate: una delicatessen venezolana

Uno de los productos de mayor prestigio en Venezuela es, sin duda, el chocolate. La palabra proviene del náhuatl quetzalcóātl, que significa “agua amarga”, y su protagonista es la semilla del cacao. Durante la conquista, este tesoro vegetal dio origen a múltiples confrontaciones entre hacendados venezolanos y la corona española, pues su valor en Europa era altísimo. El árbol del cacao prospera en ambientes cálidos y húmedos, y se expandió con rapidez por el territorio venezolano, generando prosperidad local y llevando sus frutos hasta las cortes europeas a comienzos y mediados del siglo XVII. Sin embargo, en paralelo surgió el conflicto por el monopolio: los plantadores americanos chocaron con los intereses españoles, desatándose contrabandos a través del litoral caribeño y las Antillas neerlandesas. Con el tiempo, Venezuela cedió su posición dominante en favor de un cultivo más rentable: el café. La innovación no tardó en llegar: a comienzos del siglo XX, Theodor Tobler creó en Suiza la emblemática barra Toblerone, marcando un hito en la industria chocolatera. Hoy, sin embargo, gran parte de las ganancias tanto del cacao como del café queda en manos de corporaciones extranjeras, mientras que los pequeños productores reciben apenas una ínfima parte de los beneficios. Capitalismo lo llaman.

Bolívar: el sueño de una América libre y unida

De entre todos los libertadores de Venezuela, destaca con fuerza la figura de Simón Bolívar, líder carismático y artífice de uno de los idearios más atrevidos y visionarios del continente americano. En una ocasión, reflexionó sobre la identidad de su pueblo con estas palabras: “¿Qué somos? No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles; americanos por nacimiento y europeos por derechos.

Bolívar fue más que un militar: fue un reformador social que, tras lograr la independencia de Venezuela, intentó establecer un nuevo orden basado en la igualdad, la educación y la justicia. Sin embargo, su proyecto se convertiría más en una declaración de intenciones que en una realidad consolidada. Hombre letrado, con formación en filosofía, geografía y matemáticas, Bolívar absorbió en Europa una educación humanista que alimentó su pensamiento revolucionario. De ese bagaje germinaron las ideas que lo llevarían a convertirse en líder de la emancipación latinoamericana. Pese a sus hazañas, Bolívar murió frustrado, sin ver cumplido su gran sueño: una América unida. “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, sentenció con lucidez y amargura.

Plaza Simón Bolívar: un oasis con alma

Uno de los momentos más agradables del primer paseo por Caracas fue, sin duda, la visita a la Plaza Simón Bolívar. Se trata de un amplio espacio ajardinado que rodea la imponente estatua ecuestre del Libertador. El lugar destila reflexión y sosiego, un aire de recogimiento que impregna todo cuanto lo rodea.

Allí, mientras se contempla el ir y venir cotidiano, es fácil perderse en las escenas que el lugar ofrece: algún vendedor con la mirada triste, niños que corren tras un papel llevado por el viento, o ancianos sentados a la sombra de un árbol, dejando que el tiempo pase sin prisa. La plaza no es solo un espacio urbano: es un fragmento vivo de la ciudad que respira historia y humanidad.

Testimonios inesperados: voces que dejan huella

Los momentos en los que se entabla conversación con personas locales son, sin duda, una de las partes más enriquecedoras de cualquier voluntariado. Un joven venezolano me compartió su historia: “Estando en Chile, empecé trabajando en limpieza. Nadie me saludaba. Un día me ofrecieron dar misa, y lo hice bien. Poco a poco acabé en una oficina. Allí todos me saludaban. Y yo seguía siendo la misma persona: un inmigrante tratando de alcanzar un sueño. Eso me marcó.

Y añadió: “No queremos que nos traten con pena, sino como a los demás. Anhelamos el cambio, pensar y actuar con libertad. Que se respeten los derechos de la mayoría y se acabe la brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco.” Son palabras que no se olvidan.

Barrio Las Mercedes: lujo y desigualdad

Con motivo de la visita al Colegio Agustiniano Santo Tomás de Villanueva, regentado por una amable comunidad de frailes procedentes de diversos países —entre ellos España—, tuve la oportunidad de conocer el barrio de Las Mercedes, al suroeste de Caracas. Este barrio encarna, de forma casi provocadora, el contraste extremo entre riqueza y pobreza que define muchas ciudades latinoamericanas.

Allí, en la planta baja de un moderno edificio de oficinas, me encontré con un Ferrari amarillo expuesto tras una gran cristalera. Aquella imagen —el coche de lujo como símbolo de poder, brillante y silencioso— me dejó una impresión profunda. Reflejaba con crudeza la tremenda injusticia económica que atraviesa no solo Venezuela, sino gran parte de América Latina. Ya lo había percibido en otras ciudades como Ciudad de Panamá, pero en Caracas la escena parecía aún más desconectada del entorno general. Era el retrato de un país fracturado.

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