No se trata de un examen de aritmética. Tampoco de un modo de hacerles creer que este artículo va de una cosa y luego contarles otra diferente. No. Es un modo de hacer comprender al lector el modo en que es imprescindible echar las cuentas cuando se trata de hacer justicia.
En España, desde que vivimos en “democracia”, o mejor dicho, en una forma de gobierno escasamente parecida a lo que es una auténtica democracia, las cuentas ya no salen tal y como desearíamos. Ahora, salen más bien al revés. Es decir: a unos les salen cada vez peor; a otros, cada vez mejor, pero con la particularidad de que siempre salen beneficiados quienes, en términos de Justicia, no debieran serlo.
La noticia –por supuesto triste y lastimosamente aberrante–, del beneficio penitenciario que va a serle aplicado a más de una cuarentena de sangrientos terroristas etarras como consecuencia del apaño que el gobierno socialista llevó a cabo en su día con Bildu, ha hecho saltar nuevamente las alarmas en el seno de las conciencias puras; esas que, consideran que la vida es sagrada y que el asesinato debe ser castigado, ineludiblemente, como merece. Hay países, estados en el mundo en los que la condena por asesinar a un semejante es la muerte. Y, dejando claro en estas líneas que no somos partidarios de hacer justicia quitando una vida por otra como satisfacción por la ofensa recibida, lo que sí nos parece razonable y justo es que, una vez juzgado el crimen y condenado el malhechor que privó de la vida a un semejante, pueda recibir, bajo ningún concepto, beneficio alguno que suponga la merma de aquella. Ello únicamente puede suponer una rebaja en el valor de la vida humana. Y quienes toman ese atajo para satisfacer los deseos o ambiciones de cualesquiera posturas políticas, no merecen llamarse hombres justos, sino más bien necios criminales.
Por otro lado, se insulta y ofende gravísimamente, de manera ladina y deliberada, no sólo a los muertos, sino a sus familiares y a todos aquellos que, de una forma u otra, formaron parte de su círculo de amistades más profundo. Y tanto en conjunto como individualmente, a cada una de esas asociaciones de víctimas del terror que claman cada día y desde hace tantos años, porque la sangre inocente de sus seres queridos, asesinados vilmente, sea lo más pronta y justamente reparada.
Desde mi punto de vista personal he de aclarar que, si existe alguien –persona, colectivo, grupo político, institución, etc.– que está sembrando odio en este país nuestro son, precisamente, aquellos que, de un modo u otro, colaboran con la injusticia y el deshonor. Da igual cómo se llamen, qué oficio tengan, o cuál sea la calidad social en la que se hallen instalados o hayan sido reconocidos. Y así no se hace ESPAÑA. tan sólo se genera división, falta de entendimiento, rencor y desprecio hacia aquellos que debieran dar ejemplo de vida y únicamente lo dan de muerte. Muerte, en cuanto a valores. Muerte, en cuanto a sentimientos auténticos de sinceridad y humanidad. Muerte, del alma; pues, desafortunadamente, no hay nada en ellos que nos asegure que la tienen. Y, desde luego, si la tuvieren, ha de ser, necesariamente negra; y no merecen ningún tipo de respeto.
En estos tristes momentos y desde estas humildes páginas, nuestro más sincero reconocimiento hacia todas las familias que lloran desconsoladas por los seres queridos que perdieron víctimas de manos asesinas en España. Pero, sobre todo, nuestro mayor desprecio hacia los que ríen, pensando que de esta manera hacen una España mejor y más justa. Se equivocan.