Como aficionado a los toros y por encima de todo, defensor de nuestra cultura y tradiciones, me veo en la obligación, a título personal, de hacerme eco y reproducir este magnífico artículo de MUNDO TORO
Usando el castellano genuino, un perro mascota equivale a un voto. Un toro es una mierda. El perro del negocio del mascotismo (término acuñado por Mundotoro en 2009) vota. No acude a las urnas, pero vota. Ya se encargó este negocio, el más fructífero de todos los existentes, de crear un estado de opinión que iguala mascota a animal y a ser humano. De hecho, ya lo sustituye: en España hay más perros en los hogares que humanos menores de quince años. Juanma Moreno ha vuelto a bajarle los impuestos en Andalucía y lo anuncia con la fea elegancia de hacer coincidir su medida ‘social’ con la presentación en la Mesa del Congreso de la ILP que va a sacar al toreo del catálogo de Patrimonio Cultural.
Es un hecho. Un perro, un voto. Y es un hecho, un toro, un mojón. Un perro inútil en lo absoluto, es superior en política a un toro, útil en lo absoluto. El valor añadido de una mascota no es productivo, sino emocional. Por el contrario, el valor añadido del toro es, muy productivo (epicentro ecológico y generador de riqueza). Y, además, el valor emocional de la mascota es por sustitución (sustituye al humano en el hogar y adquiere una humanidad emocional). Sensiblería frente a la carga cultural/tradicional histórica y humana del toro bravo.
La carga emocional sustitutiva de lo humano que ha adquirido la mascota, se ha basado en el mensaje de nuestra responsabilidad para con los animales (bienestar). El mensaje es que somos mejores humanos si tenemos más y cuidamos más de los animales. Usando el término ‘animal’ como genérico, cuando en realidad el término exacto es ‘mascota’. Porque vivimos en un engaño. Los animales salvajes o en libertad no importan porque no votan. Ni son negocio ni estañan en las casas. Un elefante no sustituye a un humano en una casa de ciudad.
En esta perversión intencionada, el toro jugó y juega un papel mediático sustancial. El toreo es maltrato. Maltrato animal. Si diéramos como cierta esta afirmación, estaríamos ante el maltrato a un animal semisalvaje, creador de su propio ecosistema. Pero la habilidad comunicativa del negocio de las mascotas ha reseteado la inteligencia humana, de tal forma que todo ‘maltrato animal’ se encauza y se dirige al bienestar de un pseudo animal, la mascota de la casa.
Dicho de otra forma, hemos admitido que un ser vivo al que se le roba y quita su animalidad (las mascotas castradas o vaciadas y condenadas a una vida humanizada de ciudad en la que cagan y mean a la hora que se les indica) es un animal con las mismas connotaciones animales que un gotilla, un leopardo o una gacela. Y las mismas connotaciones que un toro de lidia.
Una perversión de lo natural y de la animalidad, una contra cultura humanística. Muy posiblemente ya, irreversible. Una vez que la mascota (ser vivo sin animalidad) se apropia del concepto ‘animal’, toda imagen o acción en contra de un animal real (el toro) es maltrato. Y el maltrato real, brutal, de castrar, domesticar, quitar animalidad, secuestrar instintos, adocenar y acomodar al ritmo urbano a un animal, programando de forma antinatural su descendencia (inexistente), su maternidad (inexistente) su instinto de procrear (inexistente) se convierte en bienestar. Osea, te corto tus huevos por tu bien.
Por tanto y por todo esto: un perro, un voto, una mascota, un voto. La mascota ya tiene, de facto derechos iguales a un español humano. Posiblemente porque la diferencia entre un español y su mascota se estrecha cada vez más. Un toro, un mojón. Pero, un mojón el león, la cebra, la pantera y el armadillo. De los que quedan pocos. Los que son expuestos en los programas de animales en una sabana que parece un mundo y que, en muchos casos, tiene la extensión de media finca de toros de lidia.
(Editorial de Mundo toro del miércoles 24 de septiembre de 2025)


