“El día dos de Mayo, de 1808, el pueblo de Madrid, capitaneado por Daoíz, Velarde y Ruíz, se levantó contra las tropas invasoras de Napoleón Bonaparte, dando comienzo la Guerra de la Independencia”.
Así, con retahílas similares, aprendíamos en la escuela los hechos históricos de nuestra patria, España. También las grandes gestas de nuestros héroes, impresas en aquella famosa Enciclopedia de Tercer Grado, para que jamás fuesen olvidados. No obstante, el tiempo y el sectarismo ideológico y político de algunos historiadores consiguieron hacer desaparecer de las páginas de los libros al último de los personajes de este singular terceto, sin que comprendamos cómo pudo ser consentida semejante obviedad.

Dicho esto, y en honor a tan memorable fecha, un año más hemos remozado nuestra memoria celebrando el dos de Mayo. Una proeza protagonizada no sólo por del pueblo madrileño, también por muchos otros lugares del territorio español (incluso anticipándose a esa fecha), donde las gentes se echaron a la calle para hacer frente al ejército invasor y decir ¡basta!. No había otra manera. El ejército se hallaba literalmente descompuesto y fraccionado por intereses varios; no cabía esperar de él una reacción conjunta contra el enemigo. Sin embargo, el arrojo de las gentes sencillas, llenas de ese sentimiento de unidad, logró mover los cimientos de un alzamiento que conseguiría, con muchos sacrificios y esfuerzo, que el ejército más poderoso del mundo abandonase definitivamente nuestro territorio.


No hay, pues, desde el reinado de los Reyes Católicos hasta esa fecha, un movimiento tan integrador como decidido en pos de una idea: sentirse ESPAÑOL y dueño del suelo en el que habitas. A pesar de lo desordenado en principio del mismo, la coordinación final de nuestras tropas por parte de algunos generales, así como la coalición llevada a cabo entre nuestro país, Portugal e Inglaterra, sería decisiva. Pero, lo que deseamos resaltar en este día glorioso que conmemoramos cada año es el espíritu que hace que los pueblos y las gentes de bien decidan, en un momento de terminado de sus vidas, poner por encima de cualquier otro interés el patriotismo. Un concepto que sólo puede lograrse generando confianza en nosotros mismos, al tiempo que imbuyéndonos día a día de él, a través del conocimiento histórico y aprendizaje de cuanto conlleva a la creación de un territorio llamado “patria”, en el que todos y cada uno de sus habitantes se considere parte de él y unido a su destino.

Lamentablemente, hoy no podemos sentirnos orgullosos de la existencia generalizada de ese sentimiento en nuestro país. La inacción reiterada y egoísta, alimentados además por la codicia, la necedad y el narcisismo de nuestros gobernantes desde la implantación de nuestra joven democracia ha generado, progresivamente, un estado de descomposición y ruina indefinido. Situación que, de continuar así durante más tiempo, acabará socavando los cimientos de antaño y haciendo que el nombre de España desaparezca de los mapas y de la Historia. Aunque año tras año sigamos celebrando este día con fiestas y alborozo, no será más que una mera fanfarria; un modo más de mantenernos engañados a nosotros mismos y, a la vez, de dar pábulo a esa diarrea mental que enfanga los cerebros de una casta política que no da para regenerar nada. De las aulas de nuestras escuelas han desaparecido los símbolos más emblemáticos que daban cobertura a esa vocación de ser españoles por encima de todo, incluso por encima de nuestro catolicismo (lo cual, ya es igualmente bastante lastimoso). Y, a falta de esos símbolos que durante tanto tiempo nos enorgullecieron e hicieron que nos sintiéramos felices, se nos imponen sutilmente aberrantes ideas que nos convierten en individuos cada vez menos capacitados para discernir, y más débiles e incapacitados para la acción. Y eso es lo que persiguen con denodado ahínco, pero sin que nos demos cuenta de ello, quienes empujan a nuestro país a la ruina moral y económica.

Es tiempo pues, querido lector, de que ese Dos de Mayo que tanto nos recuerda aquella acción heroica de nuestros compatriotas sea celebrado como merece, honrando su memoria; pero también honrándonos a nosotros mismos, españolitos de a pie que tanto protestamos por dentro sin decidirnos a exteriorizar nuestros más profundos sentimientos. En realidad, no cabría otra cosa que, en las circunstancias que vivimos, convirtiéramos cada día en un DOS DE MAYO. Al fin y al cabo, todo está perdido, ¿nos hemos planteado en algún momento qué perdemos y qué podemos ganar? Cada uno de nosotros, hombres y mujeres sencillos que trabajamos cada día para ganar el pan que comemos, somos ese “Ruíz” que un día fue borrado, sin ningún tipo de escrúpulo, de las páginas de los libros de Historia, y aún hoy lo sigue siendo. No dejemos que nos pisoteen. Nuestros pequeños corazoncitos también laten.
