Hubo un tiempo en el que compartió su destino con los propios césares, cuando comenzó a llamarse por algunos Segisama Tulia; más tarde sería Turris Silana (como la denominó su fundador, Lucio Silo), y por último Turris Silae, debido a Claudio Metelo. Desde el pequeño altozano sobre el que se asienta dominó el mundo, repartió las tierras y los mares de un imperio, y fue lugar de habitación de reyes, príncipes, nobles caballeros, clérigos de renombre y hombres buenos. Tal vez por ello despierte tantos recelos a los ojos de quienes hoy, con escaso esfuerzo (tan sólo apuntándose en una lista), ocupan puestos de relevancia. Lo cual no es obstáculo para que esta villa castellana y vallisoletana siga siendo la admiración del mundo. Por ella transitó lo más grande del reino, desde el rey Juan I de Castilla hasta la reina Juana, a quien tacharon indebidamente de “loca” y que fue baluarte de amor por encima incluso de sus obligaciones políticas. Y hasta la propia Isabel I de Castilla, la católica, se asentó en ella viniendo de viaje desde Zaragoza a principios del año 1494. Y todo ello sin pasar por alto el legado cultural que, en todos los sentidos, dejaron los tiempos en que los musulmanes ocuparon la península.

Villa donde la religiosidad caló tan profundamente que no hubo una, ni dos sino cinco iglesias (San Pedro, Santa María, San Juan, Santiago, San Antolín), cuatro conventos (Real monasterio de Santa Clara, el Carmelo, Dominicos, San Francisco), dos hospitales (Mater Dei y Peregrinos –a la vez camino de Santiago), dos palacios (Casas del Tratado y palacio de Pedro I), y varias ermitas (Cristo de las batallas, San Vicente, Santa Marina, Virgen de las Angustias, y Virgen de La Peña), es además muestra inequívoca de nuestra condición, la cual reza en el escudo de la propia villa, en el que se puede leer claramente: muy antigua, ilustre, nobilísima, coronada leal. Y siendo esta leyenda otro de los motivos que nos obligan a no callar.


Es en esta última, la de La Peña precisamente, donde se dan cita cada año todos los valores espirituales y más tradicionales de la villa. Sus fiestas en honor de la Virgen que lleva su nombre y de la Guía, tienen como denominador común el de ser también patrona de la villa y tierra, lo que hace que la suntuosidad de dicha celebración se lleve a cabo, desde tiempo inmemorial, con gran fervor y entusiasmo. Y hasta allí acuden los tordesillanos para dar fe de la confianza que incondicionalmente depositan en su excelsa patrona, a la que cada día ruegan por sus cuitas.
Una de estas cuitas es la que desde hace un septenio vienen padeciendo como consecuencia de lo que los tordesillanos han dado en llamar el DECRETAZO. Un acto de tamaña afrenta que jamás, en la historia de la villa y desde los tiempos comuneros, tuviera igual. Sólo falta que el final de esta triste historia sea igualmente el patíbulo. Porque en todo acto injusto, con el transcurso del tiempo (como es el asunto que nos ocupa), puede dar la impresión de que la causa que lo provocó acabe convirtiéndose en justa. Y no es así, nada hay en ello de verdadero, pues el tiempo que duró la injusticia también forma parte del daño causado, a veces impagable, que sufriera quien o quienes fueron objeto de ella.

Desde el año 2015, el entusiasmo y la alegría de este pueblo ha decaído de manera clarísima, al igual que la de los pueblos colindantes y otros no tanto, que cada mes de septiembre se daban cita en tan acogedora ciudad para disfrutar de una de las conmemoraciones más genuinas de la historia taurina de nuestro país, el singular Torneo del TORO DE LA VEGA. Con sus orígenes en acontecimientos del pasado, la historia se halla plagada de ejemplos didácticos en los que se narran las justas entre caballeros y toros bravos con el más diverso motivo. Uno de estos ejemplos es el del Toro de Vega, una rememoración que se hace más auténtica si cabe a raíz de lo acontecido a la reina católica a su regreso desde Zaragoza a Valladolid acompañada entre otros de su palafrenero. Así lo cuenta B. Barorrey Martín en su libro Otra historia de la tauromaquia: toros, derecho y sociedad, página 36, en la que, según describe “…la reina se llevó un buen susto con un toro en Tordesillas, a comienzos del año 1494 (…) yendo acompañada por el corregidor Hernando de Vega, por la puerta desta villa se soltó un toro y un caballero que llebaba la rienda del palafrén la soltó y huyó y el dicho Hernando de Vega se puso delante de la Reyna y mató al toro”. Por lo que, desde ese momento y en honor a su matador, lleva dicho toro por disposición real el nombre “DE VEGA”.


Existen asimismo infinidad de ejemplos de alanceamiento de toros desde tiempos más anteriores. De hecho, existen documentos tan originales como el que hace alusión a la participación del propio Cid Campeador, el de Vivar, en este tipo de justas. Lo cual corrobora todavía más el derecho del pueblo tordesillano a celebrar esta tradición en toda su pureza, (y con mayor motivo en sus fiestas patronales), ya que no sólo fue un derecho concedido por los reyes en su momento “…y de allí en adelante…”, sino que expresa tácitamente la exclusiva pertenencia del mismo al pueblo llano y a nadie más, e independientemente de la calidad política o social de quien intente prohibirlo. Por tanto, el hecho de aceptar el DECRETAZO supone un acto de sumisión por parte del pueblo tordesillano a una injusticia manifiesta dictada y continuada en el tiempo por un gobierno que carece de legitimidad para llevar a cabo tal prohibición, y que, según parece, no siente respeto alguno por los acontecimientos históricos. No así en cuanto se refiere al comportamiento de los vecinos de la villa, que les honra sin duda. No obstante, NO debería ser entendido como una obligación inexcusable hacia un gobierno que ignora abierta y dolosamente, haciendo uso indebido de sus atribuciones, aquella circunstancia, que las tradiciones son patrimonio exclusivo del pueblo y nadie puede inmiscuirse en las mismas, a no ser por motivos antinaturales o inhumanos. No hay nada de inhumano en dar muerte a un toro “rostro a rostro”. Pero no entraremos ahora en este debate, que será motivo de discusión en su momento.

En cuanto se refiere al desfile de Faroles, supone otro de los acontecimientos que hacen que la fiesta de La Peña sea diferente y más original. Todos conocen sobradamente el origen de este desfile: la ronda de la guardia que se llevaba a cabo alrededor de la antigua muralla para apagar las farolas que lucían durante la noche. Otro acontecimiento histórico documentado contra el que, de momento, nadie ha osado alzar la voz. Esperemos que todo continúe como hasta ahora y no le dé a algún ladino por sacarse de la manga un planteamiento obsceno que impida u obstaculice la realización del mismo. Lo cual ya sería el colmo. Y más si el pueblo tordesillano consintiese. Únicamente añadir que, si hay algo que hace que el desfile tenga rigor y luzca como merece ha de llevarse a cabo con orden, impidiendo en lo posible que queden espacios demasiado grandes entre los grupos, y tratando igualmente de que el gamberrismo no sea el denominador común de los participantes. Es así como gana la fiesta y no al contrario.

Por último, hacer mención a un aspecto que me parece especialmente relevante dentro del contexto de la fiesta de La Peña: aclarar una vez más cuál es el significado auténtico que debiera darse al hecho no tanto de portar cayada sino de lucirla agarrada por su pie, como suele hacerse durante el Desfile de Faroles. Su origen histórico, a todas luces se halla en un acontecimiento de gran importancia. Tras la muerte de Enrique IV, hermano de Isabel, esta acudió a la ceremonia de coronación a lomos de un caballo ricamente engalanado, bajo palio y rodeada por los nobles que se encontraban en Segovia, haciéndose preceder (como era costumbre en Castilla que lo hicieran los reyes) por un caballero que portaba la espada desnuda alzada y sostenida por su punta, símbolo inequívoco del poder personal de aquella que cabalgaba detrás de él. De modo que, dado que algunos parecen dar más importancia a una leyenda, creo lo más conveniente insistir en el aspecto de especial relevancia que tiene la Historia y los hechos históricos que, en el caso de Tordesillas, son no sólo numerosos sino singularísimos. Cualquier persona que se precie de pertenecer a una localidad tan emblemática como la villa tordesillana ha de entender que, para ser respetado, como ocurre en el caso de las personas (como se suele decir), no sólo hay que serlo sino parecerlo. El ejemplo adjunto convendría, a ser posible, que aquellos responsables de honrar y mejorar el buen nombre de la villa, tomasen buena nota de ello, para impedir que el ridículo, en lugar de lo magnífico, impere en las mentes de las gentes, así como de todo visitante que se acerque hasta nosotros. Si la historia nos hizo grandes fue por algo, y nosotros tenemos el deber y la obligación no sólo de hacer una labor de continuidad de aquello que recibimos como legado, también de aumentarlo. Y siempre para beneficio de la propia villa y sus habitantes.

Sigamos, por tanto, animosamente y con decisión los pasos de nuestra Historia y nuestros héroes. Empapémonos de ella con lecturas atrevidas y continuadas, para que nadie nos engañe con milongas o falsos argumentos. Seamos animosos y apasionados, en lugar de desidiosos. Apartemos de nosotros la desilusión, o el miedo, ellos no contribuirán a que recuperemos lo que nos han quitado injustamente. Luchemos con generosidad por cuanto es nuestro; y no permitamos que quienes dicen ser nuestros legítimos representantes se mofen de nosotros. Por encima de ellos está nuestro derecho, nuestras tradiciones, nuestros valores humanos y cristianos; y nada debe hacer que nos rindamos. Por todo ello y para que estas Fiestas de la Peña vuelvan a ser como aquellas que antaño, vibremos con ellas, y rebelémonos contra toda injusticia. Ello, en casos como el nuestro, también es un derecho. Y recemos para que la Virgen de la Guía nos lleve de la mano en todo lo que decidamos emprender a partir de ahora y por siempre.

POST DATA: añadir que, tras haber tenido acceso a través de internet al programa de fiestas de la localidad y haberlo leído con detenimiento, hemos podido comprobar, como no podía ser de otro modo, que el trato que se da a las corridas de toros y rejones es, textualmente de “FESTEJOS SERIOS”. Por ello, sólo nos queda agradecer al consistorio que este calificativo no se haya hecho extensivo a la celebración del Torneo del Toro de la Vega, pues tal vez merezca serlo de un modo más ostentoso y formal. A pesar de ello, continuamos con la duda. Lo que nos hace suponer que, aunque su raigambre histórica es grande, para el consistorio carece de entidad suficiente como para considerarlo SERIO, un dato que, de manera definitiva e inequívoca, nos confirma cuál es su verdadera posición al respecto.
¡¡¡VIVA LA VIRGEN DE LA GUÍA!!!
¡¡¡VIVA LA FIESTA DE LA PEÑA!!!
¡¡¡VIVA EL TORO DE LA VEGA!!!
¡¡¡VIVA TORDESILLAS!!!