Sindicalismo y Solidaridad

por J.A. "GARAÑEDA"

Durante la Revolución Industrial, aparecen en Inglaterra las primeras asociaciones de trabajadores. Son las denominadas Domestic System (industria doméstica), y su objetivo era conseguir mejoras laborales y salariales operando como “cajas de resistencia” frente a despidos y enfermedades.

A finales del siglo XVIII, las Combination Laws (1799-1800), eran leyes represivas que prohibieron el asociacionismo obrero, por considerar que no se trataba sino de bandas sediciosas que actuaban contra los intereses del gobierno.

Surge entonces un tipo de asociacionismo de oficio, las llamadas Trade Unions, y el cooperativismo. Son asociaciones carentes de todo tipo de interés reivindicativo político (estas no aparecerán hasta el Cartismo), y su objetivo es idéntico a las anteriores: prestar auxilio a sus miembros en casos de grave necesidad. Su financiación corría exclusivamente a cargo de los propios afiliados.

En el año 1829, aparece el que está considerado como primer sindicato del mundo, creado por  del irlandés Doherty. Un sindicato que intentaba proteger los intereses laborales de los trabajadores de sector algodonero.

De entonces a hoy, ya ha llovido. El sindicalismo ha dejado de ser lo que era originariamente, y los intereses de los trabajadores son expoliados cuando no ignorados de modo continuado, dejando paso a una casta social que vive a costa de “los que dan el callo” verdaderamente. Y no sólo eso, sus dirigentes se han convertido en auténticos privilegiados del sector laboral; pues, amparándose en el “sacrificio” que supone su dedicación en defensa de los “compañeros”, son liberados de la obligación de “fichar” y campan por sus respetos, codeándose a diario con los que manejan los hilos del poder y compartiendo con ellos una parte importante del pastel que no se ve. De ese que suponen los ingresos fiscales de los españoles que trabajan cada día y pagan sus impuestos.

Puede que haya todavía algunos que defienden su causa pensando que, si no fuese por ellos, sus derechos laborales no serían respetados, quedando así expuestos a una dependencia aún mayor de los caprichos del sector empresarial. Pero se equivocan, este sector también está sometido a las presiones de los gobiernos de turno, sin posibilidad de sobrevivir a no ser que ceda a ellas. Sobre todo si son gobiernos de izquierda. Con lo cual, la cuestión es una pescadilla que se muerde la cola.

Hace muchas décadas que el sindicalismo originario dejó de ser independiente. El pancismo político, siempre urdidor de las tramas más sórdidas y deshonestas, acabó “tendiéndoles la mano” y pronto quedó convertido en una especie de franquicia indefinida de sus gobiernos. Pues siempre es más fácil corromper a unos pocos que a toda una masa descontenta que reclama lo que considera que, en justicia, le corresponde. Y así, sus dirigentes fueron plegándose a los intereses y conveniencias del poder, olvidándose, también permanentemente, de que ellos siempre fueron trabajadores.

De esta manera, el dirigente sindical deja de ser un simple empleado de una empresa para convertirse en un gestor de los intereses de su “señor”. Si no haces esto, volverás a la cadena. Si no haces lo otro, dejarás de disfrutar de las prebendas que ahora tienes. Y, en esta tesitura, ¿quién es el guapo que le planta cara al sistema? Ustedes dirán: ¡Es que ni son honestos ni tienen dignidad! Y no les falta razón. Pero quienes se avienen a los sucios dictados y manejos de los que interpretan la sinfonía de la desdicha no pueden quedar incólumes y no ser acreedores a la parte de culpa que les corresponde. Y me contestarán: “Es que, si no me afilio, nadie me ofrece la seguridad de que mis derechos profesionales sean respetados”.  Entonces, yo le responderé: “El sindicato, tampoco. ¿O es que considera que con las migajas que caen de su mesa está suficientemente pagado?”.

Toda esta problemática, como no puede ser de otra manera, deriva únicamente del subvencionismo. Una práctica cruel y abusiva, sin escrúpulos, inventada por el socialismo de baja estopa, e impuesta de modo sistemático en sentido piramidal. Una práctica a la que una gran mayoría se ha sumado por aquello de: “Si no, no sales en la foto”. Cuando la “foto” debiera ser la del registro de penados.

Al final todo se ha convertido en una especie de mafia, pero sin lo de “especie”. Y además sin ningún tipo de normas. Y aquellas palabras célebres de Groucho Mars: “Señor, tengo estos principios. Pero, si no le gustan, tengo estos otros.”, se han convertido en un referente de lo que es la indignidad humana. Una indignidad cuya representación más viva ha quedado patente recientemente en los dos sindicatos más representativos de nuestro país: UGT y COMISIONES OBRERAS. Dos asociaciones cuyos dirigentes podríamos catalogar de auténticos delincuentes; ya que, a la sombra del gobierno que preside ese personaje tan pérfido como deleznable que todos hemos tenido la desgracia de conocer y que aún soportamos estoicamente, se aprovechan de los dineros que, con sudor y lágrimas, sale de las espaldas de los hombres esforzados de esta España nuestra. Los que algunos aún les consideren personas luchadoras por la solidaridad, no parecen haberse enterado de que son esos mismos líderes a quienes siguen los que se niegan a que los impuestos sean rebajados. ¿Por qué?  Muy sencillo: porque saben que es de esa caja de donde se nutren sus asquerosos bolsillos a fin de mes. Lo cual significa, ni más ni menos, que los trabajadores, aquellos a quienes ellos mismos denominan sus “compañeros” cuando promueven una huelga, no son tal, sino sus esclavos. ¿Quedará todavía alguien que se apunte a seguir a esa calaña para la que no es posible encontrar calificativo? SOLIDARIDAD no es sólo una palabra.

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