Ribadelago, tragedia y muerte por una gran negligencia.

por Jesús López Garañeda

Se cumplen hoy 63 años de aquella desgracia que no se debe olvidar.

Era la 1 y cuarto de la madrugada del 9 de enero de 1959 cuando la presa de Vega de Tera, que se había llenado al máximo de capacidad por primera vez, cedió y provocó que ocho millones de metros cúbicos de agua bajaran por el desnivel de 490 metros que tiene el cañón del río Tera y arrasaran la localidad de Ribadelago antes de desembocar en el Lago de Sanabria. Entre los 144 fallecidos en la tragedia se encontraban catorce familias que perecieron al completo y que ni siquiera pudieron recibir sepultura, ya que tan sólo se recuperaron 28 cadáveres. El resto de víctimas mortales descansan en el fondo del lago de origen glaciar más grande de la Península Ibérica. La sensación de que nunca se llegó a hacer justicia por esta tragedia pervive 60 años después de la catástrofe en tierras de Zamora.

Hoy hace 63 años. 144 hermanos sanabreses morían víctimas de la excesiva ambición y el criminal progreso. Unos señores quisieron hacer una presa para producir luz con pocas medidas de seguridad y mucha ignorancia, y ahogaron la ilusión de un pueblo que quería vivir. Los intereses de las zonas urbanas asesinaron, una vez más, al medio rural. Y el progreso, cuando lleva las manos manchadas de muerte, no es progreso. Nuestros hermanos quedaron sepultados bajo ocho millones de litros de agua y los que produjeron la catástrofe han ido muriendo tranquilamente en sus camas. Como el dictador que comandó aquel loco sueño que se despertó convertido en muerte. Sobre aquella cuchillada, sobre aquella herida, ya se ha dicho casi todo. Y de lo dicho no queda nada. Promesas en el aire, y más promesas. Promesas de políticos que iban a hacer un Museo de la Memoria, promesas de banqueros que iban a empujar, promesas de instituciones… Todo se murió cuando se cerraron los discursos y se hicieron las fotos del cincuentenario. Sólo algo permanece en pie. Algo queda con vida. La Memoria de los sanabreses, que desnuda de intereses siempre recuerda a sus víctimas. Mientras uno solo de ellos viva, sé que existirá un Museo Vivo latiendo en un corazón. Hoy hace 63 años y un empresario, Simón Taboada, ha querido unirse a los sanabreses en el Recuerdo. Su padre amaba nuestra tierra y ayudó a muchos de los nuestros que se “mancaron” en las obras. En su hotel Valbusenda realiza una exposición de fotografías, vídeos y documentos periodísticos de la época que permanecerá abierta al público durante todo el mes. Ojalá estas iniciativas se perpetúen para que los nuestros nunca mueran”.

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