Un sentimiento de profunda tristeza y nostalgia me embargó de forma repentina al comprobar in situ la desaparición de uno de los bares con más solera de Valladolid víctima de las fauces del negocio inmobiliario: el histórico Penicilino.

Y es que había una vez un bar donde te sentías como en casa, lugar de encuentro, charlas y confidencias de fauna diurna y nocturna de cuyo nombre no quiero acordarme: ocasionales jubilados con ganas de un buen chato a la hora del vermú, vecinos habituales del barrio sedientos de una rica caña a cualquier hora del día, estudiantes universitarios tomando café solo para combatir el sueño durante las tediosas tardes en la facultad, frecuentes hippies “jubilados” fumando tabaco de liar y heavies renegados sedientos de calimocho los fines de semana, esporádicos hombres y mujeres de negocios en busca de una copa barata, etc. En pocas palabras, gente de buena calaña de edades dispares y con ideologías diversas.

Fundado en 1872 en los bajos de un edificio de la Plaza de la Libertad, su forma de U te recibía con los brazos abiertos en cualquier estación del año. Tras la amplia barra de madera, verdadera columna vertebral de la vida del bar, las baldas verdes de madera soportaban las botellas con etiquetado antiguo manchadas de polvo y, entre medias en un espacio reducido, la parte exclusiva para el grupo de dueños que lo reabrieron en el año 2006 pertenecientes a la misma cooperativa, éstos de trato agradable y con un don especial para la conversación.

De entre todos los licores que se ofrecían a los clientes, la mayoría recordamos el famoso “Penicilino” – bautizado así por un estudiante a principio de la década de los años cuarenta – un vino dulce servido en un grifo de la pared acompañado con su correspondiente ´zapatilla´, un riquísimo mantecado de Portillo.

Frente a la barra, mesas y sillas colocadas indistintamente sobre el entarimado de madera ocupando gran parte del espacio restante ante los ojos de los carteles publicitarios pegados a la puerta que sobrevivían con el paso del tiempo y los cuadros pertenecientes a alguna exposición temporal de algún artista local colgados en las paredes. La terraza la describiría como un magnífico espacio compartido para charlar a partir de la llegada del buen tiempo, y de los servicios…mejor no hablar de ellos – los mensajes reivindicativos y de temática sexual entretenían por breves momentos la micción –.

Y es que las más de cinco mil firmas recogidas en la plataforma change.org pocos meses antes de su cierre no fueron suficientes para declararlo Bien de Interés Cultural y, de este modo, evitar su desaparición tras 150 años de vida sirviendo vinos y zapatillas a varias generaciones. La nostalgia no fue suficiente para mantenerlo.



