Miedo a creer

por J.A. "GARAÑEDA"

Ha pasado la Semana Santa. Hemos vuelto a la rutina de nuestro trabajo, del paro, de la misa dominical, del Santo Rosario… Y seguimos rezando al levantarnos y, sobre todo, antes de acostarnos, para pedir: “Señor, si muero esta noche, no tengas cuenta de mis faltas y pecados, sino de la fe que te profeso, porque mi alma no sea pasto de las llamas del infierno”. Porque la oración, que es hablar con Dios, nuestro Creador, supone tanto como poner en manos de Él todos y cada uno de nuestros propósitos, miedos y esperanzas.

Durante dos años hemos vivido la pesadilla de una supuesta y controvertida pandemia, de la falta de información y las noticias contradictorias, y siempre bajo el temor lógico de convertirnos en víctimas de un “terrible” y desconocido “virus” letal. Consiguieron primero, mantenernos en alerta permanente; luego, alejarnos de nuestros propios familiares; y, más tarde, privarnos de nuestra libertad. Pero lo más curioso de todo esto es que no lo hemos vivido (al menos algunos) con desagrado y protestas, sino con agradecimiento.  Un agradecimiento que, como no puede ser de otra manera, se origina en el amor desmedido que nos tenemos a nosotros mismos y hacia nuestra propia vida. ¡Qué fatalidad!

Los cristianos solemos “presumir” de tener fe. Un concepto que es llevado con rigor por unos, y no con tanto por otros. Refrenda esta opinión el hecho de que, con frecuencia, los cristianos nos comportamos con fariseísmo, pues nos mostramos al mundo orgullosos de serlo, pero ocultando nuestra desconfianza hacia ese Dios que decimos adorar. Y es que, a lo largo de generaciones, hemos desarrollado un instinto de supervivencia anodino, sedante e ineficaz, como si se tratase de un elixir que nos calma y nos hace soñar con una realidad ficticia e ilusoria, simplemente porque nos conviene, aunque no nos proteja en ninguna forma. A menudo, caemos en el error de pensar que nuestra vida será larga y duradera, y olvidamos las enseñanzas del Evangelio, donde claramente se nos previene acerca del peligro de la llegada del “ladrón”. O, cuando se nos asegura “…ni uno solo de vuestros cabellos caerá sin permiso de mi Padre, que está en los cielos”. Deseamos ser felices, pero olvidándonos de las palabras de Jesucristo. Y, cuando las circunstancias se tornan adversas, recurrimos al Todopoderoso, aunque, en demasiadas ocasiones, “con la boca pequeña”.

Han finalizado los días en los que la imposibilidad de desplazarnos libremente nos mantenía semi-aislados. O aislados completamente (conocí más de un caso). La mascarilla nos agobiaba, pues era obligatorio su uso en prácticamente todos los lugares. Y la obligatoriedad de vacunarnos suponía una amenaza constante que se cernía sobre nuestras cabezas, temiendo que fuese utilizada como una espada de Damocles. Pero, cuando ha llegado el momento de disfrutar de la libertad; cuando ha sido decretada la norma por la que ya no se hacía necesario llevar la mascarilla encajada sobre nuestra cara, impidiéndonos respirar normalmente y haciéndonos tragar continuamente nuestras propias miasmas, muchos, por “precaución” –dicen– continúan haciendo uso de ella, incluso al aire libre. Y se llaman a sí mismos cristianos.

Queridos amigos, la coherencia es la cualidad que toda persona muestra al actuar en consecuencia con sus ideas o con lo que expresa. Por lo tanto, y en cuanto se refiere específicamente al cristiano común, la realidad cotidiana nos viene a demostrar que, entre ellos, hay muchos cuyas creencias religiosas suponen una fe de pacotilla. Acuden a la iglesia, sí, pero no son conscientes de que, si la norma lo permite, celebrar el rito en toda su profundidad significa, sencillamente, hacer demostración de fe hasta el extremo. Jesucristo vino al mundo a salvar no nuestros cuerpos, sino nuestras almas. No podemos, pues, aunque sólo sea en atención a ese inconmensurable gesto de amor, depositar más confianza en una simple mascarilla que en sus palabras; por muy tupido que sea tal objeto. Para este tipo de cristianos, las palabras del Señor: “No tengáis miedo…” tienen el significado de un salivazo.

Si la felicidad del cristiano consiste en ser fiel a Dios y cumplir sus mandamientos, ¿a qué viene vivir tan amedrentados? ¿por qué tenemos miedo a creer? Una mascarilla no va a protegernos más que la fe; sobre todo si creemos verdaderamente y de todo corazón. Confiemos, amigos, en el Señor; porque escrito está que cada uno de nosotros tenemos un día y una hora, y nada sucederá ni antes ni después del momento en el que haya de suceder. No obstante, cada cual es libre de hacer lo que considere conveniente. Nosotros, fuera y dentro de estas líneas, respetaremos siempre la decisión y la opinión de todos, menos las que consideremos ofensivas.

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