En Tordesillas se celebra San Vicente, un día en el que se agolpa el recuerdo de una fiesta de primeros de año inolvidable que prácticamente ha quedado tristemente desaparecida en su simbología y en su tiempo, salvo una actividad que hace buena su Cofradía.

El 22 de enero era el día en que se sacrificaban cinco gallos en honor del santo a las puertas de su ermita extramuros de la población junto a la carretera que va hacia Torrecilla de la Abadesa. Y quien lo hacía era una muchacha joven, a la que se vendaban los ojos y la entregaban una espada para que diera tajos al viento hasta alcanzar al ave que pendía, atada por las patas, de una cuerda sujeta a un varal y fijada a una de las columnas de la ermita.
El griterío de la chiquillada, mientras rechupeteaba un «mono de san Vicente», y la música y la alegría componían un cuadro de otro tiempo.
Ese sacrificio ritual también desapareció de Tordesillas debido a la denuncia de los «defensores de los animales» a los que hay que reconocer sus desvelos y dedicación por acabar con tantas tradiciones tenidas por el pueblo liso y llano, al que nadie defiende y que muchos utilizan a su conveniencia.
De todos modos, del día de San Vicente lo que nunca podrá arrebatarnos nadie es el recuerdo y la memoria.
En su honor hoy yo me comeré un mono que me da Feliciano Brezo tal y como se elaboraba en la confitería de Deogracias Brezo o en el obrador de Fermín Galicia o en el de Mariano «decente». Cualquiera es bueno y apetecible.
Una de las confiterías antiguas de Tordesillas estaba situada en la calle de San Pedro de Tordesillas. En ella se estableció allá por 1809 Feliciano BREZO, el creador de la dulcería. Deogracias BREZO y Maria BREZO, matrimonio, siguieron con el negocio hasta su desaparición. El hijo de ambos, Feliciano el carpintero, que aparece en la foto con los monos de san Vicente hechos por él en los antiguos moldes de estaño, luce sus creaciones de burros, palomas, liras, arpas, perros y otros animales de caramelo. La honra por San Vicente en Tordesillas estaba tan arraigada que supera en tiempos a la actual de la Confitería que fue de Fermín Galicia.
Y en mi oído resuena el guirigay y el cacareo del gallo revoloteando a las puertas de la ermita y aquella emoción contenida junto a mis compañeros, chicos y chicas, niños de la escuela, triscando por las laderas de la ermita de San Vicente y mirando atentos a la joven que, con espada en la mano y los ojos vendados, cumple con un rito singular, genuino, único, inolvidable del ayer de nuestro pueblo que tenía por fecha el 22 de Enero.