Los “gallos” deben salir del gallinero

por J.A. "GARAÑEDA"

El 10 de noviembre de 2023 es la fecha límite para la celebración de elecciones generales en España. Pero antes se llevarán a cabo las autonómicas y las municipales, que servirán de barómetro (nunca exacto) para darnos una idea aproximada de lo que ocurrirá en las del “coso grande”, como a mí me gusta denominar a esta España nuestra. Sí, porque en esto, como en el arte del toreo, o en las banderías de tiempos de nuestro emperador, Carlos I, siempre hay quien está al caldo y a las tajadas: comienzan por tomar posiciones unos; otros, los más avezados, llevan haciéndolo desde hace mucho tiempo; y por último, están aquellos otros cuya bandera ondea según caiga el moco (como rezaba el chiste del niño y la vieja cocinando gachas). Aunque en realidad, todo depende de cómo sea el “toro” que hay que lidiar y las artes y mañas que se permitan utilizar para hacerlo.

Ha comenzado el año y los líderes de los respectivos partidos, pese a encontrarnos a muchos meses del evento, comienzan ya hacer acopio de sus trastos y a mover sus culitos de señorías, sin desperdiciar la oportunidad de salir a la palestra, cada uno con su catecismo particular. Tratan de atraerse hacia sí las simpatías de unos y otros, aunque nunca hayan sido ni siquiera simpatizantes de la bandera que dicen representar; aunque jamás hayan dado bien un “pase” ni con capote ni con muleta. En sus respectivos discursos, los hay que quieren decir, pero no dicen. También los hay que, no por ser mayoría se cortan en hacer y decir mejor que los demás, sino al revés: dicen lo contrario de lo que piensan y viceversa. Tampoco podían faltar los que ni siquiera saben lo que dicen, lo cual suele ser no un inconveniente, sino una ventaja que juega, casi siempre, a su favor, dada la desvergonzada inclinación de la mayoría por los más “débiles”, electoralmente hablando naturalmente. Sin embargo, entre todo este batiburrillo (en el que suelen hacer peña los bati y los burrillo), siempre hay alguno que sobresale, afortunadamente. No porque tenga más razón que sus oponentes (que también), sino porque le gusta llamar al pan, pan; y al vino, vino. Algo a lo que casi ninguno de los necios que aspiran a ocupar un sillón en el hemiciclo nacional está acostumbrado a hacer, ni hará nunca, por mucho que el cielo pretenda inspirarlo. Porque su capacidad de charlatanería se limita a eso y a vivir de las cuatro mentiras que aprendieron desde una ideología inventada para engañar a las gentes humildes, trabajadoras y honestas.

Es en medio de todo este “gallinero” en donde destaca una chamberilera de 44 años llamada Isabel Natividad. Una mujer que, sobresale principalmente por no tener “pelos en la lengua”. Motivo por el cual resulta tan molesta, no sólo para aquellos “gallos” de su propio partido (aunque no den esa impresión), también para quienes, por hallarse ubicados en el seno de ideologías completamente aberrantes y opuestas a la suya, la odian hasta la saciedad. Pero, frente a tanta calamidad, ella al menos es lo suficientemente valiente como para despacharse a menudo defendiendo los valores de nuestra Constitución, harto escupida por casi todos los partidos de izquierda, y otros que, como las moscas cojoneras y otros insectos similares, eclosionan de entre los muladares más putrefactos.

Desde hace tiempo, esta mujer de armas tomar defiende una postura que, independientemente de su militancia política, tiene más que ver con el liderazgo y la verdad que con el silencio cómplice o la ambigüedad, a los que otros, de mayor rango dentro del partido, se someten. Una mujer que, sin dejar de ser femenina, defiende a sus congéneres como nadie, al mismo tiempo que es capaz de comprender lo que ser hombre supone en una sociedad desbocada, como esta, en la que nos ha tocado vivir. Alguien que demuestra repetidamente poseer unas entrañas dignas del gallo más alfa del gallinero. Sus palabras, no dejan dudas a nadie. Y quienes las oyen, aunque sea desde la acera contraria, se ponen nerviosos al escucharla, quedándoles  solamente la capacidad para aumentar en ellas el odio del que siempre se alimentaron.

Desde esta perspectiva, uno no puede sino pensar ¿por qué, una mujer así ha de conformarse con las “migajas” que caen de la mesa de su señor, un líder de medio pelo que aún no ha demostrado nada que no nos impida dudar? Dudar, principalmente, de su capacidad de gobernar una nación como la española; pero también de liderar un país en el que se dan de coscorrones los que claman por que renazca aquel espíritu diestro de otros tiempos, con quienes se conforman con ser los lameculos de un socialismo radical cuyo mayor y único interés es destruir España por sus cuatro costados.

En una palabra, amigos: los “gallos” de este gallinero han de salir a cacarear alto y claro. No basta con aparecer en la tribuna de vez en cuando para soltar un par de perogrulladas con apariencia de ciceronadas. O aparentar que se está de un lado, cuando la realidad lo que les falta es fuelle para arremeter contra el perverso. Hay que alzar la voz y ponerse en pie. Clamar a los cuatro vientos la necesidad de buscar el renacimiento de esta España, que un día fue grande y universal. Clamar por la VERDAD y destruir el mal que la acorrala impíamente cada día. Y echarse a la calle, si fuera necesario, sin complejos, apoyados por toda esa masa ingente de hombres y mujeres que, hartos de tanta majadería política, de tanta falsa igualdad, de tanto buenismo cenagoso e hipócrita, de tanta tolerancia en exceso y de tanta impostura y oportunismo secuaces, provocan que campe a sus anchas por los hemiciclos de toda nuestra geografía política la más calamitosa inmundicia, las degeneraciones más enfermizas, las peores desgracias e imperfecciones del ser humano, etc., en donde los cuatro jinetes del Apocalipsis encontraron siempre y seguirán haciéndolo su morada.

La calle (lo he dicho en diversas ocasiones y lo seguiré diciendo hasta la saciedad), es de todos. También de los “gallos”. Utilícenla, señorías, si es que desde sus escaños no son capaces de defender los valores que un día nos enseñaron nuestros antepasados. Sean sus señorías quienes nos abanderen. Y encabecen así ese movimiento de repulsa contra el tirano del que nos hablan, no sólo con bonitas palabras, sino con hechos. Sólo así ganarán nuestro respeto y el de toda la sociedad. Y hagan piña para que sean castigados como merecen quienes intentan acabar con nuestras libertades y derechos. Hagan valer, con la mayor dignidad, elegancia y respeto, su calidad de elegidos; para que, quienes un día depositamos nuestra confianza en cuanto representan, dejemos de perseguir vanamente una realidad que nunca se cumple, y el hecho que nos ilusiona no acabe convirtiéndose en un desecho. Cierren filas, aunque sea por un día, ante la vorágine de despropósitos que vivimos y lamentamos, y conviértanse, por encima de su vanidad personal, en ciudadanos de a pie de una democracia que agoniza, mas no por falta de alimento, sino por un puñado de traidores y asesinos que la apuñalan vilmente y con saña desde todos lados.

Así murió Julio Cesar, apuñalado por una sarta de traidores, entre los que se encontraba su propio hijo, Bruto. Todos y cada uno de ellos aparentaron durante años ser sus más fieles seguidores. Sin embargo, la cara de la moneda no era auténtica. Aun así, la memoria de Cesar permanecería en el tiempo, y Roma tomaría venganza del fatídico hecho en la batalla de Filipos, en la que, curiosamente, la Justicia, tomándose su tiempo, obró con seguridad y firmeza.

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