La Casa Escuela Santiago I – centro de menores en riesgo de exclusión social situado en la ciudad de Salamanca fundado por los hermanos escolapios hace más de cincuenta años – continúa realizando durante los meses de julio y agosto de cada año en la región de Sidi Ifni en el sur de Marruecos el proyecto de cooperación “Llenando escuelas”, una experiencia que va más allá de un horario de trabajo y de breves momentos de intercambio cultural.


Este año tuve la suerte de participar durante la última quincena del mes de agosto en esta preciosa iniciativa humanitaria junto con el resto de voluntarios y educadores pertenecientes a Santiago I. Nuestra tarea consistió en finalizar la pista deportiva y la zona recreativa adyacente de la localidad de Addar (comunidad Tioughza) para una posterior inauguración con las autoridades locales y la reparación de la casa de una familia necesitada de Id Bakka (comunidad Ait Abdullah), uno de cuyos miembros tenía la enfermedad del SIDA y era rechazado tanto social como profesionalmente.




– La vela que va delante es la que alumbra. Todos tenemos un pasado, una mochila que cargar…pero si os centráis en el presente tenéis una gran oportunidad de encauzar vuestras vidas de manos de todos los buenos profesionales y compañeros que forman parte de Santiago I. ¡Y esta experiencia es única! – le comento en la furgoneta a una ´santiaguera´ durante el trayecto hacia los baños árabes.



Y es que, con el paso de los días, nuestras miradas adquieren con este tipo de vivencias un tinte especial; la del niño, que se esfuerza por entenderte en una lengua que desconoce pero que sonríe al conseguirlo; la mirada envuelta en finas telas de colores de una madre bereber, que siente la atención y las muestras de cariño hacia sus hijos; la mirada de complicidad de los trabajadores locales, que responden con una leve sonrisa un simple gesto de ayuda. Por no hablar de la mirada de los nuestros; la del joven santiaguero, que descubre en el adulto otra forma de pensar y de actuar que desconocía en un momento dado haciéndole mejorar como persona; la mirada humedecida por las lágrimas del voluntario, que tras abandonar la casa de acogida de una familia pobre o al despedirse de todos no consigue evitar llorar delante de los demás; o la mirada cansada del educador, que finalmente ve recompensado su trabajo cuando olvida por momentos las circunstancias que rodean a los chicos y les observa cargados de una fresca y renovada vitalidad.



Parafraseando al novelista francés Marcel Proust, el verdadero viaje no consiste en buscar otros paisajes, sino en verlos con nuevos ojos.
Iván Morales, 31 de agosto del 2022




