Muchos hemos conocido la trayectoria democrática de las fuerzas políticas, desde la instauración de la democracia. Fue hermoso en su momento. Pero, con el transcurso de los años, se me asemeja a la botadura de un barco que, corroído por el salitre y la corrosión, ha ido desmoronándose hasta acabar en el fondo del mar.
Así es como miro hoy al Partido Popular. Una formación que nació al amparo de las luces del humanismo cristiano y que, paulatinamente, ha ido sucumbiendo a los deleites de la carne y de todos y cada uno de los vicios capitales. Se me antoja que, para llegar a esto no habríamos necesitado de su existencia; ya teníamos bastante con el resto de los partidos que, imbuidos de otras ideologías menos ortodoxas – que no ideas– ya presumíamos hacia donde nos iban a llevar. El triste espectáculo que se nos brinda desde hace años es descorazonador. El primer traspiés vino con la desaparición de don Manuel de la escena política. El cual, aunque ya muy metido en años, parecía marcar la línea recta por la que debían discurrir sus dirigentes. Su paso a mejor vida supuso la debacle definitiva. Y todos aquellos que en aquellos momentos poseían un mínimo de representatividad en el partido (salvo alguna que otra excepción) se desmarcaron y comenzaron a interpretar lo democrático de una forma un tanto sui géneris, donde todo era como la ley para los jueces de nuevo cuño: interpretable.
Así las cosas, llegamos a la más terrible actualidad, en la que las luchas de unos contra otros se hacen más patentes que nunca, y el patético teatro del mundo se queda corto comparado con las escenas “populares” que se nos regalan. Se definen a sí mismos como un partido de “centro derecha moderado”. Pero la realidad nos muestra que, de “centro derecha”, nada. Y de “moderado”, también nada. Lo suyo es el “escándalo” político y social, el ridículo, la parodia de unos principios inexistentes. Y, porqué no decirlo, el suicidio servido por quienes cocinan en su interior con materias primas envenenadas con apariencia de manjares irresistibles.

El afiliado y los seguidores y simpatizantes tienen que estar contentos. Y los que un día fueron oposición, frotándose las manos hasta más no poder. No hay mejor modo de ponerle la victoria en las elecciones al partido de gobierno. Si no se hubiesen ustedes apartado de la línea recta, otro gallo les cantaría. Y otro gallo le cantaría también a esta España, hoy desquiciada y absorta ante tanta mugre política como mamonea en su interior. Si al menos no hubiesen renegado de considerarse un partido de “derechas”. Pero, como les daba vergüenza hacerlo… no siendo que los que no renegaban de denominarse “de izquierdas”, “comunistas”, y otras cosas, se rieran. O les criticasen. ¡Ay, Dios!. Si es que, de donde no hay no se puede sacar. Llamar “ultraderecha” a quienes han abandonado el partido por considerar que no estaban haciéndose las cosas como don Manuel decía que había que hacerlas. Aunque hubiese estado equivocado (que no lo estaba. El tiempo ha venido a darle la razón una vez más), deberían haberse mantenido en la línea, al menos por respeto a su memoria. Pero no, ustedes prefieren la “memoria histórica” de otros. Y así nos va. Y les va. Y les irá peor. Algunos se atreven a decir: “VOX es el enemigo, de todos”. Y ustedes, callan como putas. Sin atreverse a llamar a las cosas por su nombre. Y no será porque los afiliados y simpatizantes no se lo demandan. No, ustedes por la linde.

Por favor, señores, aprendan a ser verdaderamente demócratas, lo primero. Después, ejerzan de verdaderos demócratas, si es que tienen reales y dignidad para ello. Y, sobre todo, no se avergüencen de defender a España y a los españoles. Al fin y al cabo, en eso consiste ser de “derechas”. Los del otro lado, no sienten vergüenza de autodenominarse “de izquierdas”. Incluso, ”radicales de izquierda”. ¿De qué tienen miedo ustedes? Y, si no, digan abiertamente que son como los otros, y dilúyanse, pasando a engrosar las filas del “enemigo”. Porque una vez dado ese paso, si alguien les tacha de “traidores”, les resbalará; y hasta puede que les reporte pingües beneficios.
Con lo fácil que habría sido, en el supuesto de que hubiese habido actos de corrupción por parte de alguien dentro del partido, dejar que fuesen otros quienes “tirasen de la manta”, querido Pablo, como hacen otros. ¡Tonto, tonto, tonto!