La extorsión de PACMA

por J.A. "GARAÑEDA"

No se puede consentir que un grupo político, sea del signo que sea, por el hecho de estar magníficamente subvencionado, pueda extorsionar de manera continuada a un pueblo. Si no recibieran estas oscuras cantidades de dinero, la mayoría de ellos tendrían que ganarse la vida limpiando mierda en las alcantarillas.

Me rebela el hecho de ver cómo una banda de “delincuentes” actúa permanente con total y absoluta impunidad, exigiendo a las personas honestas y trabajadoras que hagan dejación de sus derechos constitucionales, simplemente, porque a ellos no les gusta, o no les agrada, o están en contra de lo que piensan o hacen. Además, me indigna contemplar cómo muchos de sus miembros okupan una parte del arco parlamentario de nuestro país, aprovechando la sucia dignidad de un electorado que vive a costa de una inversión de valores que ha logrado calar en una masa de conciencias a todas luces necias e incultas, que medran por aquello de ser muy válidos para quienes buscan vivir de los “tontos útiles”.

Y, sobre todo, me enciende contemplar el fácil modo con que manejan los hilos del poder, para llevarlos en cada ocasión hacia el redil que a ellos les conviene.

Todas y cada una de estas ideas me llevan a pensar sólo una cosa: todos forman parte de la misma orquesta. De lo contrario, cómo podría consentirse que un grupo de “terroristas políticos” acosaran de modo tan feroz y continuado a un pueblo que sólo intenta mantener viva una tradición centenaria que, además, forma parte de la idiosincrasia del pueblo español, por mucho que pretendan negarlo quienes apoyan a esta aberrante formación.

Me ha costado lo mío intentar hacer ver a través de WhatsApp que lo que defendemos no puede hacerse de manera individualizada. Y, ni siquiera sé si con algunos lo habré conseguido. Lo de “cada palo que aguante su vela” queda para otras cosas más simples, menos relevantes. Esta lucha sólo puede ganarse peleando codo con codo. Y, en ese sentido, lo de “cada palo…” no parece tener demasiado sentido.

El centenario y genuino (como muy bien calificó en su día nuestro querido amigo y convecino Jesús), es cosa de todos. Aquí los palos sueltos no sirven. Lo que necesitamos es formar todos un vasto haz alrededor de un mástil más alto y más fuerte, para poder resistir los embates de la “tempestad” animalista, esa que no admite que celebremos nuestro TORNEO del TORO DE LA VEGA, pero sí que sean asesinados miles de niños cada día en las clínicas abortistas de todo el mundo. Y ese mástil se llama ALCALDE. Un título que hoy recae sobre nuestro querido amigo Miguel Ángel, pero que mañana puede recaer sobre cualquiera de nosotros. Las batallas y las guerras se ganan con estrategia, pero también con líderes que sepan hasta dónde llega su poder y cómo han de administrarlo en cada ocasión. En estos momentos, continuamos en una situación delicada. Pero ello no quiere decir que tenga necesariamente que seguir siendo adversa. Solos, carecemos del poder suficiente para enfrentarnos a esa jauría de perros que nos acosan e intentan hacernos desaparecer. En cambio, unidos a nuestro alcalde podríamos hacer mucho daño a nuestro común enemigo. El compromiso de un líder en esta lucha ha de ser total. Sin él no lograremos nada. Pero, al mismo tiempo, nuestro compromiso con él, una vez tomada la decisión de ir hacia adelante, debe ser firme y total. Quien se atreva a tomar ese testigo habrá de enfrentarse no sólo a PACMA, también a la propia casta política que constituye la Junta. Y, más que ninguna otra cosa, deberá tener sus reales bien puestos para no desfallecer frente a las tentaciones que le lloverán por doquier.

Así que, señor alcalde, amigo Miguel Ángel, anímese y formemos un solo cuerpo con un único espíritu. Tal vez se sorprenda de lo lejos que se puede llegar aun enfrentándose a los dragones. Si llegase el momento y, por casualidad, pudiésemos celebrar nuestro TORO, aunque fuese sin muerte, con el acoso de los animalistas, no sería poco lograr que la Fuerza pública, en lugar de ponerse de frente al pueblo lo hiciera frente a los manifestantes. Entonces, tal vez, comenzaríamos a creer que podríamos vencer.

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