Hemos finalizado el 2022 y todos nos felicitamos por ello. No sólo por haber tenido la suerte de superar una etapa más de nuestras vidas, sino en cuanto a la oportunidad que el nuevo año nos ofrece para conocer hasta dónde llega el poder desguazador de este gobierno que, como todos sabemos, destroza las bases sobre las que ha de asentarse la estabilidad del país, así como la convivencia pacífica entre todos los españoles.

Hace escasos días, contactaba vía whatsapp con algunos amigos íntimos con quienes tuve la oportunidad y el honor de vivir y compartir otros tiempos, sin duda, absolutamente mejores y más sensatos que los actuales. La mayoría de ellos, gentes de orden de alta graduación (hoy en la reserva), a quienes felicitaba con motivo de la Pascua militar. El texto que les enviaba rezaba así: “Para todos mis amigos y compañeros, y para ti especialmente, en ese día de la Pascua militar: MUCHAS FELICIDADES. Con el deseo de que siempre permanezca vivo en vosotros y en nosotros el juramento que un día hiciéramos todos a la bandera y a nuestra patria, España. Un fuerte abrazo.” Un mensaje que tuvo como respuesta (no podía ser de otra manera), otro whatsapp remitido a mi número de teléfono y que era, ni más ni menos, un artículo de Alfredo Semprún titulado “Habrá que hilar muy fino, doña María luisa”, publicado en Diario La Razón, 6 de enero de 2023.

En él, aunque había todas las respuestas que yo imaginaba, ninguna coincidía con la que yo imaginé que me daría mi amigo tomando unas cañas en una recóndita cervecería de un barrio periférico de Madrid. Más que nada porque, ningún hombre de su categoría podía ser tan necio como para responder a una soterrada “provocación”, como la mía, con cualquier gesto, dicho, expresión o corazonada, por muy patrióticos que fuesen.
Yo, entendí perfectamente cuanto intentaba decirme a través de aquellas líneas, sobradas de sabiduría, que Semprún había recogido en el periódico de boca de doña María Luisa. Y así se quedó la cosa, sin respuesta, sólo con el silencio que ambas partes cabían esperar una de otra. Los “tiros” que yo le había mandado fueron comprendidos, y con eso bastaba.


Ahora bien, ustedes se preguntarán a qué viene tal “introito” teniendo en España tantas cosas que nos preocupan y otras tantas que nos producen estupor y vergüenza. Pues, ¡ahí le han dado! Ya que tenemos un presidente que no sabemos cómo, pero se la arregla para estar siempre en el candelero. Un ser casi proveniente de otro planeta y al que, por ser justos, Aristóteles acabaría cortándole las manos, Demócrito la lengua, y San Pablo de Tarso condenaría a pasar hambre. En su agenda no existe otra cosa que no sea protagonismo, charlatanería, hedonismo… Y, más que hedonismo, diría yo, epicureísmo, pues, busca el placer por el mero deseo de disfrutar con y en todo cuanto hace. No llega a ser un epicúreo puro por ese temor a la muerte que nos dejó patente en aquella escena en la que se retiró corriendo de los micrófonos en una base militar por temor a un ruido extraño que escuchó a su alrededor. ¿recuerdan ustedes? Fue penoso. Pero lo es en cuanto que no teme a los dioses. Ni a los dioses ni al rey. Oportunidad que tiene para hacerle de menos y ridiculizarle, ¡allá que te va! Ciertamente, no se sabe si es que los protocolos son demasiado complejos para ser asimilados por sus meninges, o es que (como algún periodista ha señalado) “en su cerebro, el rey es él”.

Otros arguyen que es un auténtico “cateto”. Pero esto se me antoja demasiado condescendiente. No puede ser que alguien tan altivo como Pedro Sánchez sea, además de “un ser superior”, un cateto. Su modestia no se lo permitiría. Y su esposa, tampoco. El caso es que, adonde quiera que va, da la nota. Sus mentiras, hasta se las cree él mismo; por eso miente tan bien. Y se comporta con tanta altanería porque es un engreidillo. Y más desde aquello de la tesis doctoral, hecha a base de glosar y parafrasear; algo que da muy buen resultado en el insti, pero no en cualquier universidad de prestigio.

Y es que la vena antiespañola se le nota demasiado a este desabrido de gesto “falsimpático” que recorre las ciudades y pueblos de nuestra España en falcon y coche blindado, sin saber lo que es España en realidad. Y haciéndole desprecios continuos y malos gestos a la Corona, sólo por ese fanatismo enclenque que le lleva a considerarse a sí mismo el rey del universo. Pues, amigo, te has caído de un guindo si piensas que los españoles vamos a tragar con todo. No eres Dios, ni San Pablo, ni Aristóteles, ni Demócrito… Tampoco serás nunca rey; y menos Pedro, “el divino”. Antes tendrías que evitar ese ridículo mechón de cabello blanco que luce sobre tu frente y que, por cierto, te sienta fatal. Céntrate, muchacho, gobernar una nación como España es otra cosa, otra tesis, otra categoría humana… Algo que no se puede alcanzar con la mediocridad, con la soberbia, con la falsía o con la mentira… Ni con la siniestralidad de millones de manos. Tu imagen es la evidencia del desastre, y eso, jamás te lo podremos pagar. Políticamente, eres y serás siempre el más grande “malhechor” de la historia de esta gran nación en la que todos habitamos. Aun así, que Dios te bendiga. Cuando todo esto pase, que pasará, tu nombre no será ni siquiera maldito, únicamente será un triste borrón, algo que nadie deseará recordar. Y vendrán otros, con aires nuevos de libertad y de progreso, pero de otra forma más normal y más conforme a la naturaleza. Ahora sólo me resta decirte ¡adiós!, nadie, y darte las gracias por habernos hecho tanto mal. El tiempo nos lo pagará a ambos, y acabará diciendo quién tiene razón.
