No llueve. Desde hace más de seis meses el agua de las capas superiores no cae a la tierra (al menos en España), nuestros pantanos están en un punto crítico y algunos ayuntamientos racionan ya el líquido elemento e imponen sanciones al consumo desmedido. Y es que, lo creamos o no, la desacralización de nuestro país es un hecho, una realidad que hunde sus raíces en la climatología, al igual que en la cuestión democrática.

Desde la implantación de nuestro nuevo sistema de gobierno en 1978 la descomposición y degeneración ha avanzado en nuestro país a pasos agigantados, pisoteando cuanto habíamos levantado entre todos y convirtiéndolo en flor de un día. La orgullosa memoria de lo que fuimos ha sido defenestrada por quienes no participaban de la idea de gobierno del “dictador”, y muchos de aquellos que antaño se echaron a sus pies buscando el pan acabaron escupiendo en su recuerdo. Señal esta que, como no puede ser de otra manera, forma de las señas de identidad de quienes siempre fueron sanguijuelas y traidores a todo principio.
Hoy, cuarenta y cuatro años después del cambio de régimen, el balance que podemos hacer de nuestro camino en relación con aquel tiempo pasado y tratando de ser lo más objetivo posible es (aunque muchos no participen de esta idea) claramente negativo:


- Con la implantación de la democracia, el sentido de la responsabilidad de nuestros políticos frente a los problemas internos y externos, en general, se ha perdido; y ha decaído hasta el cero más absoluto el sentido de estado, antes primicia de todo el que se considerase amante de la patria. En su lugar, hemos ido cayendo paulatinamente en las garras de una Europa caduca, incapaz de sobreponerse a las viejas pasiones y en la exabrupta perfidia de quienes desean cambiarlo todo para después dejarlo todo como estaba, haciéndose además dependiente de intereses y conveniencias externas.
- La economía, desestabilizados los grandes sectores industriales de nuestra nación (Astilleros españoles, Pegaso, Barreiros, Sava, Seat, Altos hornos de Vizcaya, pesquerías, etc), ha sido el caballo de batalla de los descamisados, ansiosos por progresar rápidamente y sin tener que rendir cuentas a nadie. Y, en ocasiones, con el apoyo de una mal llamada oposición.
- La balanza de pagos, cada año, más deficitaria, amenaza con acorralarnos definitivamente y hacernos padecer las penurias de países que hace tiempo pasaron ya por ese calvario.
- El sindicalismo (falsa estrategia de los trabajadores, que inocentemente se ponen en manos de los avezados buitres que viven de la carroña de los que caen), se ha entregado en manos del subvencionismo gubernamental (hoy de un color, mañana de otro), permitiendo que los trabajadores reciban siempre las migajas de lo que sus líderes despreciaron.
- Las instituciones, antes modelo de equidad aunque lentas en su funcionamiento, se han convertido igualmente en enanos del poder, cediendo repetidamente a sus requerimientos a cambio de prebendas personales; viviendo de las rentas de la honra de otras décadas y renunciando voluntariamente a la función que les corresponde: proteger los intereses de la ciudadanía.
- La sodogomorrización ha pasado a ser enseñanza de obligado cumplimiento en las escuelas primarias, y el adoctrinamiento en las universidades han calado desde lo más profundo de sus cimientos y hasta lo más alto de sus cúpulas. Además de pasar a ser lugares de devaluación del saber y de perversión humana, en lugar de sitios en los que se albergan y cultivan el conocimiento y el pensamiento profundos.
- La autonomía estatal ha pasado a depender de la bailarina de turno de las autonomías regionales (socios y sobornadores de la auténtica política de estado y plataformas a la medida en las que la corrupción y los paños calientes constituyen el negociocidio de cada día.
- La criminalidad ha aumentado considerablemente. Por doquier pululan a su capricho gran cantidad de bandas callejeras, procedentes mayormente de países extranjeros, que hacen imposible disfrutar de la tranquilidad ciudadana, siendo en infinidad de ocasiones cómplices de este extravío los responsables de gobierno, quienes en lugar de sembrar el orden muestran descaradamente su anuencia para con ellos.
- La libertad se ha convertido en un dislate, en medio del cual aparece continuamente la sospecha acerca de cuáles son o no los verdaderos intereses de las fuerzas políticas y económicas que dirigen el país.
- Por último, la religiosidad de la nación ha decaído grandemente, en pos de la idea judaizante, siempre aviesa y encontrada con el cristianismo, enemigo de una idea ecuménica que defiende el apesebramiento, la hipocresía y la deshonestidad, en cuyo espejo suelen mirarse con agrado los príncipes de la Iglesia y la mayoría de los clérigos, fuentes de irresponsabilidad frente a una feligresía confundida, que busca sin encontrar un predicador capaz de defender abiertamente la doctrina de Cristo. En su lugar ceden al chantaje diario que la mundanidad les ofrece con todos sus placeres, además de contemporizar visible y cobardemente con esa labor de zapa que el comunismo radical y sedicioso desarrolla de forma continuada en todos los países del mundo.


La lectura que, por tanto, podemos extraer de todo esto es que, si la lluvia no cae en nuestros campos y lo hace con profusión y abundancia, no será debido al hecho de que la corrupción surgiera espontaneamente de la propia democracia que nos complace y engaña continuamente, sino a la corrupción que se esconde en los recónditos y oscuros rincones del alma humana que la componen. Hombres y mujeres indulgentes para con la maldad, que no escatiman esfuerzos para lograr mejorar su status zahiriendo a sus semejantes más humildes y sinceros. Hombres y mujeres sin un ápice de moralidad, que reniegan de todo lo justo, humano, o natural. Hombres y mujeres que, carentes de toda fe, se aproximan como sierpes en celo a ese panteísmo sin creación ni Providencia, sin personalidad humana ni esencia inmortal; esa gran herejía de la Edad Media que incluso perduró en la escuela de Padua hasta finales del siglo XVII, encarnando así la maldad más aviesa y negando la verdad de la creación, esa que hace al ser humano semejante a Dios, aunque también, a veces, siervo del diablo.



Es pues, en honor a esa consustancialidad divina, a la que toda universalidad se halla vinculada, lo que nos hace en cierto modo acreedores a beneficios tales como el agua, que mana de las nubes; o la salud, que misteriosamente mana de nuestros cuerpos; y tantas cosas más. Algo de lo que las generaciones anteriores a la nuestra tenían sobrada constancia, pues en demasiadas ocasiones habían pedido y se les había concedido aquello que pedían sacrificando algo de sus propias vidas. No sabían muy bien por qué, pero sus súplicas eran satisfechas cumplidamente. Ahora en cambio, ya no pedimos. Ya no rezamos ni sacamos a los santos para hacer rogativas cuando necesitamos algún tipo de socorro. Lo dejamos todo en manos no se sabe de quién, o de qué, esperando que se produzca graciosamente ese milagro por el que no hemos realizado el menor sacrificio para merecerlo. España se ha convertido en un país desacralizado. Sin embargo, cuando muchos de nosotros tenemos un grave problema, recurrimos, siquiera inconscientemente, a ese Dios cristiano que tantos aborrecen. Y me pregunto: ¿por qué habremos de ser tan miserablemente necios?

Lloverá, sin duda, pues el Hacedor siempre cumple sus promesas, aunque sólo sea por satisfacer los ruegos de ese justo que queda en el mundo. Lo que no sabemos es si será suficiente como para dejar satisfechos a cuantos viven inmersos en la necedad. La lluvia siempre será para el desierto lo que para el avaro es el oro. Para el que cree en lo divino de las cosas, en cambio, constituirá siempre ese tesoro que viene de los ríos del cielo, sin mirar sobre quiénes se reparte. Lo cual podría ser considerado por algunos como un acto injusto. Sin embargo, de lo que no debemos dudar es de que, la Justicia, para que sea auténtica, jamás debe ser impartida sin magnanimidad.

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No puedo estar más de acuerdo