La «Deriva Continental» y Órban

por J.A. "GARAÑEDA"

El movimiento de los continentes es un hecho. Que las masas continentales se separan o se unen entre sí fue demostrado primero por el alemán Alfred Wegener (1912), y más tarde, a través de la Teoría Tectónica de Placas en la década de 1960, por Robert Dietz y otros. No obstante, la experiencia y la Historia nos indican que este proceso de deriva no sólo afecta a la diversidad de los continentes y a su geomorfología, también a los estados que los conforman, e incluso al propio género humano. La única diferencia existente entre ellos es la causa que los provoca.

los continentes, será el conjunto de las propias fuerzas naturales. En los otros dos casos, los aciertos y torpezas del hombre serán los que den lugar a ese proceso de ruptura, separación y/o unión. Y son estos aciertos y torpezas los que, en la mayor parte de los casos, llevan a entrar en litigio  intereses contrapuestos, diferentes puntos de vista, opiniones encontradas y, cómo no, egoísmos de muy diverso calado. Así, partiendo por tanto de este planteamiento, se podría explicar perfectamente cualquier clase de deriva, ya sea referida a las claves del desarrollo económico, a la cultura en general, a la interrelación grupal y familiar, a las creencias religiosas, e incluso al correcto funcionamiento de las instituciones.

Alfred Wegner 1912

Actualmente y por lo que se refiere a Europa, la evidencia de que atravesamos un momento histórico clave para nuestro futuro y el de nuestros hijos es innegable. La estabilidad de los pueblos se ve amenazada por el cambio de actitud de los hombres de gobierno, como consecuencia de esa nueva mentalidad que intenta imponérsenos a través de un modelo económico y cultural llamado “globalización”. Sin embargo, y a pesar de que quienes se inclinan ante las “bondades” de lo que muchos han dado en denominar “nuevo orden” (ese que debe dominar sobre todos nosotros mediante el “pensamiento único”), aún quedan bastiones que no se doblegan ante la locura luciferina. Uno de esos bastiones se llama Hungría.

Robert Dietz 1960

Hace sólo unas horas los medios de todo el mundo anunciaban el triunfo de Viktor Órban sobre lo que él llama cuando habla “la izquierda”, “los burócratas de Bruselas” y “el presidente de Ucrania”. Y se refiere en estos términos a ellos porque, después de que su país y sus gentes vivieran la terrible tortura que supuso soportar el yugo comunista tras la caída de Hitler y la ocupación por las tropas soviéticas en el año 1947, no hay nada que pueda convencerle de que el comunismo sea algo bueno. De modo que, a pesar de que, tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, Hungría estrechó sus lazos con Europa y entró a formar parte de la OTAN, algo ha visto en “la izquierda”, en Bruselas, y en Volodimir Zelenski que no le satisface.

Tal vez sea ese cambio repentino de rumbo que desde hace tiempo está tomando este “tripartito”. Tal vez sea que no ve en Bruselas esa gracia democrática que vio en un principio, cuando todo eran brazos abiertos y facilidades para entrar a formar parte de la C.E.E. O acaso se trate de algún raro tufo que percibe en el ucraniano, del que las “malas lenguas” suelen hablar, afirmando que desciende de una familia judía. Aunque, también pudiera ser que no le guste ni como actor ni como persona. Sus razones tendrá.

El caso es que, las cosas entre Bruselas y Órban no van bien. Entre otros motivos, porque la comparsa europea globalista se niega a concederle la subvención millonaria que habían acordado hace tiempo, “probablemente” porque ahora ven claramente en él un líder que va por libre (como debe ser en estos momentos en los que la mierda rebosa por todas partes en Europa). O tal vez porque perciben que un hombre como él pueda hacerles la vida imposible, sobre todo si acaba teniendo eco electoral en otros estados de la Unión la mal llamada “ultra derecha”.

La adivinanza, por tanto, está servida. Y, el pensamiento aristotélico acerca de lo que debe ser la democracia, más vigente que nunca. Como igualmente el de Thomas Hobbes. Si la democracia es la forma de gobierno por excelencia, no lo será mientras sigamos echando al cubo de la basura las grandes ideas de los clásicos. Porque “un hombre no puede ser reducido a la esclavitud y permanecer en ella por ley”. Como tampoco nadie tiene el derecho de alimentar la idea de que un hombre debe ser un lobo para un semejante. Estas perversidades son sencillamente fruto de un poder mal entendido. Un poder que, en el caso de Europa (a la cual pertenecemos), ya ha quedado meridianamente claro cuál es la “senda” por la que desea encarrilarnos a toda costa. Por otro lado, cabe pensar que Aristóteles, Hobbes, y otros estuvieran gravemente equivocados. O fuesen, sencillamente, unos locos. Pero poner en duda la sabiduría de sus filosofías dejaría a cualquiera a la altura del manicomio. Y, si hay algo que necesitamos hoy más que nunca no es precisamente perversión y desorden, sino autoridad y obediencia. Dos conceptos tan simples como eficaces, pero que deben emanar de la mano de la cordura y de la justicia del hombre virtuoso. Para evitar que los continentes, al igual que las naciones, se separen aún más y acaben desintegrándose.

Que autoridad y obediencia son características necesarias y útiles en toda sociedad es evidente. Pero únicamente adquirirán verdadero sentido cuando las leyes emanen de la voluntad de hombres justos y honestos. Sólo de esa manera podrá evitarse que la corrupción domine sobre las almas de los hombres e impere en el mundo. Y todo ello, a pesar de la certeza de que “ciertos hombres serían esclavos en todas partes, y de que otros no podrían serlo en ninguna”. (Aristóteles).

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