No se habla de otra cosa en estos últimos días. La entrevista Trump-Zelenski, con todo lo que ha significado, ha pasado a un segundo plano. Lo mismo ha sucedido con otros gravísimos problemas internacionales de relevancia, como el conflicto israelí-palestino. Pero no porque se nos hayan olvidado, sino porque los medios también tienen su preferencia, aunque sea impuesta. Y ello, a pesar de que nosotros, los ciudadanos de a pie –la plebe, para los romanos; o, la masa, según Gasset–, víctimas impotentes contra el usurpador, el tirano, e incluso para la democracia mal entendida y practicada, también solemos tener opinión. Ya sabemos que, para los de arriba, carecemos de importancia. Pero eso suele ocurrir porque olvidan quién los puso ahí. Ellos, prefieren considerarse dioses. Pero se equivocan. Sólo son marionetas de usar y tirar.
Una vez más, comprobamos cómo los “diputats” de esa autonomía del noreste peninsular, tan antagónica cono nociva y tóxica para nuestro conjunto patrio, han conseguido “llevarse al huerto” al “ínclito” Sánchez, su “mentor” favorito –que ahí está precisamente lo gracioso. El mejor “equilibrista” de todos los tiempos. Diestro fabricante de enjuagues y pócimas agradables para todos aquellos que puedan mantenerlo en el sillón. Ése que miente más que habla; que, cuando habla, nunca dice lo que piensa realmente. Y que, cuando parece decir lo que verdaderamente piensa, es porque está tramando perjudicar a alguien.

Pero vayamos a lo que nos interesa. Todo el mundo ya sabe lo de la condonación a Cataluña de esos 17.000 millones de Euros –se dice pronto– que se ha gastado demás sin saber en qué. Parece broma, pero de eso nada. Y todos sabemos igualmente que, aunque la intención deba pasar por la aprobación de un proyecto de ley, ello no supondrá ningún inconveniente para el “equilibrista”. Ya se las arreglará él de alguna manera. Lo realmente preocupante es que tendremos que afrontar esa deuda todos los españolitos. ¡Pobres de nosotros! Como no tenemos suficiente con la subida continua de los carburantes, de la electricidad, de la cesta de la compra, las subvenciones a ONG`s y otros colectivos, las maletas que se van a Venezuela, las farras y los pisitos con putitas de algunos exministros, etc., etc., etc.,… Pero da igual, ¿verdad, señor “equilibrista”? Como el dinero sale del bolsillo del contribuyente…

Pues mire vd., el contribuyente ya se está cansando. Sí. Porque eso de la condonación –o como el Gobierno lo llame, o quiera llamarlo–, es, ni más ni menos, un robo. Un robo con alevosía y sin nocturnidad, a plena luz del día, que hace que, el pobrecito español que se acerca a las urnas cada vez que se convocan elecciones, ni siquiera se acuerde, desgraciadamente, de las fechorías que ustedes, los que gobiernan y desgobiernan España, hacen a lo largo de los 365 días del año. Unas veces por delante, y otras por detrás, lo de “condonar”, así, por las buenas, es más bien encondonar. Porque, sí, los catalanes estarán contentísimos, pero lo que es el resto del conglomerado español, está que bufa. Porque todos pensamos que eso de condonar una deuda, así como así, es como consentir que cualquiera nos la meta por el culo con un condón. La eyaculación queda en el condón, pero debe doler lo mismo. Ahora creemos que los catalanes que antes decían “¡España nos roba!”, ya no lo dirán. Por lo menos tendrán la vergüenza de callar la boca. En cambio, los españoles en general, podremos decir bien alto: “¡Cataluña nos roba!”. Sí, con el consentimiento del “equilibrista” y su pandilla. Pero, aun así, nos roba. Del mismo modo que lo hace cuando nos aplica el IRPF a una parte de los jubilados. Algo que, pese a que Bruselas ya le ha advertido por activa y pasiva que es una ilegalidad, el señor “equilibrista” se lo pasa por el Arco del Triunfo. Y sigue “encondonándonos”, por sus bebes.

No sé si España aguantará mucho tiempo más sometida a este continuado asalto de guante blanco. Que ya no es tan blanco. Sólo falta que lo hagan a mano armada. Sería el no va más. El caso es que España, ésta preciosa y sagrada España, ya no parece ser aquella gloriosa y apasionada idea. Aquella “Unidad de destino en lo universal”, con la que se henchía el corazón de nuestro, tristemente olvidado, José Antonio Primo de Rivera, miserablemente fusilado en la cárcel de Tarragona, para recuerdo de Cataluña. Podía haberlo sido en cualquier otra parte. Sin embargo, fue allí.
La consecuencia que debemos extraer de todo ello es sólo una: como españoles, se nos maltrata, de palabra y de obra. Se nos obliga a pasar vergüenza cuando alguien nos pregunta de dónde somos. Se nos hurtan nuestros derechos y se nos obliga a soportar cómo se pisotean nuestros símbolos y nuestra bandera. Se nos impide poseer una vivienda digna. Un trabajo fijo y consolidado. Ir de vacaciones cada verano, con nuestra familia, o solos, porque el sueldo ya no nos llega ni para tabaco. Se nos encarcela, si defendemos la inviolabilidad de nuestro domicilio, que es sagrado. Y, poco a poco, se nos acorrala, cada vez que cumplimos con nuestras patrias obligaciones. Y, por si todo esto fuese poco, se nos impide, cada día con mayor claridad, practicar abiertamente nuestra fe católica.

Hasta cuándo vamos a soportar impasibles tanta humillación. ¿Acaso hemos echado en el olvido lo que fuimos y claudicado ante la indignidad, que se nos obliga a aceptar como algo normal, simplemente porque es lo que se lleva?
A mí también me entran ganas, como en cierta ocasión escribió P. Revete: “…de ciscarme en su puta madre.”
Ahora entiendo por qué los catalanes son tan reacios a votar a otros partidos políticos que no sean los de costumbre. Temen que pueda venir algún “dictador” y vuelva a ponerlos en el lugar que les corresponde, pero olvidan que, en otro tiempo, fue un general apellidado Franco quien les colmó la tierra de industria cuyo resultado fue tan floreciente que muchos españoles emigraron de la tierra en la que nacieron para intentar integrarse en otras en las que siempre les trataron con desprecio, llamándoles charnegos. Para ellos jamás fueron de los suyos, sino extraños. Y ahora, nosotros que somos tan quijotes, les regalamos nuestro dinero para que puedan vivir con la andorga llena y el estómago bien satisfecho, sin que por ello sientan el menor rubor.

¡Qué se vayan! ¡Que se vayan! Decían los vascos a los foráneos de quienes sospechaban que fuesen policías. Resultaba triste y humillante a la vez. Algo así acabará sucediendo en Cataluña, si este cometa envenenado continúa sobrevolando nuestra nación. Y algunos, quizá muchos, la mayoría, si ello llegase a suceder, dirían probablemente entonces: ¡Que se vayan! Sí ¡Que se vayan! Pero para siempre, de verdad. La tierra es nuestra. Y España, también.