La Colección de cuentos de un amigo tordesillano

por Jesús López Garañeda

Hoy día que se habla tanto de cuentos, de historias, de relatos unas veces mentirosos, otras verdaderos,  estos de aquí falsos e interesados, los de más allá provechosos y dignos, algo así como sucede con las noticias donde grandes empresas de comunicación nos hacen ver lo que quieren que veamos, voy a escribir cuatro letras  con las historias que me animaron y aficionaron al relato, a contar cosas y a dárselas a los demás.

Y para esta ocasión he ido a casa de un amigo tordesillano que guarda y colecciona celosa y cuidadosamente estampas, librillos, tebeos, revistas, papeles… y un sinfín de objetos, fotografías, montones de memoria acumulada que merecían un resultado abierto, mostrándose a todos para que el conocimiento engrandezca la actividad de las personas y las genere el deseo de aprender y desarrollar su magín, ingenio e inteligencia.

Los cuentos del maestro  Calleja, el burgalés Saturnino Calleja Fernández,  aunque han pasado de moda en su uso por los niños se leen de tirón pero ellos mismos  además siguen siendo divertidos, graciosos y aleccionan dando pautas de vida, cuestión que ahora no se sostiene por esas globalizaciones casi perversas que quieren inundar la existencia de todos.

Pasar por la casa de Juan Rodríguez, un tordesillano al que yo tildé en una ocasión de coleccionista de huesos, arqueólogo y conservador señero de las cosillas del ayer, supone para mí uno de los momentos gratificantes al encontrarme con ese ayer vivo en los objetos coleccionados.

Y este primer domingo de Cuaresma, incardinado en la fe y religión cristiana accedí de nuevo a ver esta historia que ahora os intento contar con palabras deslavazadas pero sentidas en lo más profundo de mi propio sentimiento tordesillano, por la emoción de volver a tocar esos papeluchos insignificantes pero atrayentes y recordatorios como no digan dueñas.

La mañana se pasó volando como las horas de recoger y ver y palpar y tocar y hojear los librillos de cuentos cuya colección es más importante que la guardada en el Museo del chocolate de Astorga, pues estos librillos se regalaban hasta no hace tantos años en las tabletas del chocolate y allí pueden verse algunos de los ejemplares. Sin embargo Juan también ha coleccionado los de Eudosio López de Valladolid y los de otras casas comerciales que obsequiaban en su producto el cuentecillo infantil.

Con esta colección de cuentos, algunos de ellos me removió el recuerdo de cuando una monja severa del colegio del Amor de Dios me tuvo castigado en el salón del Asilo de Ancianos Nuestra Señora del Carmen, acompañando a los viejos que entre toses, flemas y atragantos miraban la vega de Tordesillas con nostalgia y emoción, hasta que vinieron a rescatarme cuando ya la noche albergaba el pueblo. Y allí, sentado en una silla, me leí y releí nueve de aquellos cuentos que llevaba en mi cabás. Tal vez surgiera en ese momento la afición por contar, por escribir y relatar el ayer y el hoy de nuestro pueblo.

Juan Rodríguez me ha hecho recordar, que es volver a vivir, con estos dibujos que veis en las ilustraciones un tiempo de infancia cuando en nuestro pueblo no todo el monte era orégano. Gracias Juan.

Cuentos de Calleja

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