Ingeniería sociológica

por J.A. "GARAÑEDA"

Desde siempre, constituyeron pilares básicos de toda sociedad: la familia, la economía, la cultura y la religión. Sin embargo, las democracias modernas y sus seguidores se empeñan en propugnar otros nuevos. Pilares menos entroncados con la idea conservadora, siempre presente en el mundo humanista, comprometido con los valores perennes e inmutables de nuestra existencia. No parecían adaptarse a los deseos y ambiciones de esa nueva realidad e intereses que es la gobernanza en libertad y derechos ficticios, concebidos más bien para ser aplicados e incluso impuestos en la medida adecuada a un conglomerado social llevado sutil e impúdicamente hacia un entendimiento cada vez más limitado, para acabar convirtiéndolo en dúctil y apesebrado.

En la actualidad y como si ello fuese algo normal en el desarrollo de nuestra humana existencia, vivimos inmersos en una problemática social inventada. Ella nos seduce y nos engaña, induciéndonos a percibir tanto las realidades absolutas como las generales de manera ilusoria. Una táctica generada para ser aplicada no tanto sobre mecanismos o tecnologías, y sí directa o indirectamente sobre nuestra naturaleza humana. Una naturaleza hoy desgasificada por causa de las falsas informaciones, de la idealización de todo lo irrelevante, banales o anodinas, ubicándonos en un escenario de vida supuestamente basado en la comodidad, el consumo compulsivo, y en la no existencia de límites para alcanzar nuestros propios deseos. Lo cual, inevitablemente, nos llevará, sin darnos apenas cuenta, a caer en la depresión, en el vacío, o en el suicidio debido a la impotencia para lograrlo. Una impotencia que, en términos personales e individuales, no depende tanto de nosotros como de las cortapisas y trabas del sistema, siempre ajeno, aunque no nos lo parezca, a los intereses y bienestar de una sociedad a la que hemos sido inducidos, y no precisamente porque la hayamos elegido voluntariamente, sino que hemos sido llevados a ella de la mano de la subversiva intención ajena.

Así, adulterados a base de “misiles” publicitarios con los que es bombardeado nuestro cerebro permanentemente, siempre por debajo del umbral de nuestra consciencia, acabamos convertidos en marionetas vivas de una colectividad obsolescente, pasiva e inofensiva. Una nación que, tal como expone el propio Günther Anders en su obra La obsolescencia del hombre, retrata, con la mayor frialdad y fidelidad posibles, un comportamiento grupal que, observado con detenimiento, supone el más triste ejemplo de una perfecta pero indignante domesticación.

En sus planteamientos sociológicos, Anders recurre a la crítica de los métodos utilizados por Hitler para conseguir sofocar cualquier revuelta. Su método le parece, simplemente, arcaico, anticuado, dando por sentada la existencia de métodos más sutiles e ingeniosos para ello. Así pues, según él, para crear un condicionamiento colectivo basta simplemente con “reducir drásticamente los niveles educativos”. Un remedio con el que se logra no sólo limitar los horizontes de pensamiento del individuo, sino “reducirlo a preocupaciones materiales y mediocres”, evitando así su capacidad para rebelarse. Para él, limitar cada vez más el acceso al conocimiento, haciéndolo más difícil y elitista, supone una necesidad: “cavar una brecha entre la gente y la ciencia”. De este modo se consigue anestesiarla de cualquier deseo subversivo. Pero debe hacerse utilizando la persuasión en lugar de la violencia. Lo cual es, si cabe, un método más perverso.

Otro de los puntos que Günther Anders propone es: “…transmitir masivamente, vía TV, estúpidos entretenimientos (…), halagar el instinto emocional (…) con lo que es inútil y juguetón, (…) con chismes y música, para que la gente no piense”.

Entre las propuestas de este filósofo alemán de origen judío se halla la idea de “…poner a la vanguardia los intereses de los humanos, para que estén ocupados en la sexualidad”.Y así, de manera general, asegurarse de desterrar la seriedad de la existencia humana, ridiculizando todo lo que constituyen valores perennes, a fin de que la publicidad y el consumo se conviertan en estándares de la felicidad humana y del modelo de libertad.

Todas y cada una de estas ideas, ¿no le suenan a algo? Sin duda que sí. Resulta evidente que, para muchos, estas estrategias no son nada novedoso; pero sí un modo más que maquiavélico de manipulación social a la que todos y cada uno de nosotros hemos contribuido de un modo u otro en algún momento. De lo contrario, probablemente no nos encontrásemos en la situación que vivimos. De manera categórica, hemos de afirmar con toda rotundidad que éste es nuestro modelo de sociedad actual. Masivamente, un enorme porcentaje de nuestros compatriotas ha caído en esta trampa miserable. Y lo han hecho, precisamente, de la mano de esa baja y nada deseable formación que han recibido; de la crianza en el seno de familias con ausencia total en valores transcendentales, así como de religiosidad; y, sobre todo, de ese bochornoso y anestesiante medio de comunicación que es la televisión, a través del cual y durante muchos años se nos ha ensuciado la mente con programas supuestamente entretenidos, pero carentes de todo tipo de moralidad y enseñanza. Y todo ello supone, sencillamente, una forma repugnante de educación social; en la que el sexo y la pornografía han acabado convirtiéndose no sólo en algo normal y básico de nuestra educación sexual, sino en lo más destructivo de nuestras conciencias y de nuestra dignidad. De hecho, para cualquier mente inteligente, se trata de ese consumo desordenado de imágenes y mensajes sexistas que nos inducen paulatinamente a convertirnos en simples animales, regidos por el mero instinto. De modo que, a base de intoxicarnos día tras día con semejante ponzoña acabamos siendo víctimas de nosotros mismos.

No es difícil, por tanto, comprender la aterradora realidad de comprobar con qué facilidad se corrompen personas e instituciones enteras, sin ningún tipo de escrúpulo. Tampoco el hecho de que la delincuencia, en todas sus variantes, se haya disparado en pocos años. Ni que la degeneración moral en todos los niveles educativos haya progresado atrozmente, dando al traste con una sociedad que, alambicada en los más altos niveles de costumbrismo, moralidad, honestidad y religiosidad, se haya entregado sin miramiento alguno a ese monstruoso fenómeno llamado lascivia.

Toda esta inmundicia únicamente puede entenderse conociendo el programa que, desde hace décadas, siguen tantos países inmersos en las dichosas “agendas” europeas y mundiales. Unos programas cuyos fines son absolutamente perversos, y que continuamente propugnan el acceso a la “democracia” como el único camino para adentrarse en el “progreso”. Sin embargo, quienes pertenecemos a otros momentos de nuestra historia nos damos perfectamente cuenta del fraude. Una artimaña para llevarnos hacia la destrucción más absoluta, con la única finalidad de atrincherarse en el poder fáctica y solapadamente, para alcanzar sus fines por los medios que sea necesario.

Llegados a este punto, debemos interpelarnos y pensar: ¿por qué personas de la talla de Anders, o del mundo contemporáneo en todas las facetas culturales, siendo hombres y mujeres apartados de toda creencia de fe, así como de todo principio de moralidad básica, relativistas cognitivos, leninistas y marxistas profundos, etc. fueron social y políticamente idolatrados y convertidos en ejemplos vivos de la sociedad?

    La respuesta a esta cuestión se halla presente hoy en el seno del pueblo español. Un pueblo que ha descendido en la escalera del conocimiento a los más bajos niveles de su historia desde el siglo XIX, manejado y vapuleado políticamente por detractores de esa misma historia, tanto reciente como moderna, que han demostrado no amar a España ni ser útiles para su servicio. Un pueblo donde podemos presumir de tener en nuestros grandes anales personajes de la más alta talla, desde Viriato, pasando por Séneca, Trajano y Adriano, Teodosio I el Grande, los reyes godos, don Pelayo, Fernán González, el Cid campeador, Averroes, Antonio de Nebrija, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, Juana I de Castilla… Y otros muchos, que convertirían esta lista en interminable.

De este género y talla ya no quedan piezas (que diría un artesano).  Y es que, aunque Günther Anders hiciese bien su trabajo, el hecho más evidente es que, ciertas teorías y ensayos están bien para hacerlos dentro de tu propia casa, esa donde vives a diario con tu familia, a los que, con toda seguridad, no debes tener en demasiada estima. Ello se justifica por la sencilla razón de que uno ha de plantearse adónde pueden ir a parar sus ideas y pensamientos el día de mañana. Lo de A. Einstein fue, científicamente, un acierto y un descubrimiento magnífico. Pero en manos de necios y locos… el resultado puede ser aterrador.

De esta guisa, la ingeniería social o sociológica, como quiera que se denomine, no es un experimento dentro de una cocina casera; en ocasiones puede ser una bomba de relojería en manos de un desaprensivo o de un tonto. Y esto es lo que presumimos que ha sucedido al caer en manos de nuestros políticos, que presumen de tolerantes, de demócratas, de liberales, de solidarios y humanitarios, etc, pero luego se encuentran con un “tesoro”, como este, lo hacen suyo y toman posesión de esos conocimientos en lugar de para lo bueno para lo malo. Del demócrata al dictador sólo hay un pequeño pasito. Diríamos que el ancho de un zapato. Un zapato que, calzado por quien no debiera, únicamente puede ser utilizado para machacar nuestros pies, llenos de “callos” y “sabañones”, impidiendo así que podamos seguir caminando como antaño, rectamente y como Dios manda.

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