Hoy me cambio

por J.A. "GARAÑEDA"

Es sabido que el ser humano, aun siendo un “animal de costumbres”, tiene el culo de mal asiento. Cada vez es menor el número de personas que están conformes con su profesión, su vida amorosa, el lugar en el que habitan… E incluso con su sexo, eso que desde antiguo se denominó, tal vez por pudor, género, sin que nadie se espantara.

Hoy en cambio, las modas han cambiado, y la sociedad en general y los seres humanos en particular llevan a cabo toda clase de cambios caprichosamente y por los más diversos motivos. Sin embargo, no deja de llamar la atención que sea la política, y más concretamente la cuestión electoralista, lo que anima a las personas (mujeres y hombres) a llevar a cabo estos cambios en sus vidas sin que –y ello es lo más preocupante–, en algunos casos, ni siquiera se percaten de ello, o sean realmente conscientes de lo que ello supone, o puede suponer.

Ahora mismo, sin ir más allá, la Ley Trans, aprobada el pasado jueves en el Congreso, posibilita ya la “autodeterminación” de género, o sea el cambio de sexo legal sin ningún tipo de requisito. Y eso, ¿por qué y para qué? Por puro electoralismo. Y porque el partido de Sánchez sabe que, entre el sector de edad de quienes aún no pueden ejercer su derecho al voto pero están próximos a hacerlo, existe un gran porcentaje de menores que, animado por el continuo desguace de nuestros valores más tradicionales y de nuestras instituciones más sagradas, la única posibilidad que existe de parar semejante desmadre es “echarse un órdago”. Muchos de estos jóvenes, conocedores de la transgresión continuada que las impúdicas leyes de este gobierno radical hacen, en perjuicio de los derechos de las personas hetero y de las mujeres no feministas, ya no se puede soportar. Los grupos LGTBI, y otros similares, apoyados por trust y lobbys, se hacen fuertes en los estados del mundo y, en connivencia con los partidos de gobierno, dictan leyes absurdas, asociales e injustas, favorecedoras única y exclusivamente de aquellos sectores de población que a ellos les conviene.

En función de esto, numerosas personas que podríamos considerar normales se plantean rescatar esa parte ilegalmente sustraída de sus derechos, con la esperanza de contrarrestar el poder fáctico que les constriñe paulatinamente. Para ello, e independientemente de la edad, muchas de ellas están dispuestas a acogerse a esta nueva ley con el fin de intentar evitar que siga ejerciéndose sobre ellas ese abusivo uso que se hace de los diferentes “apaños” que la casta política hace con sus socios más negligentes y sórdidos. Sin embargo, en nuestra opinión, sólo es una manera irreal de luchar contra ese enemigo locuaz y repugnante, que superpone todo cuanto es sucio y deshonesto sobre la auténtica dignidad humana.

No es un contrasentido que el hombre auténtico es ese que se distingue por su honestidad y valentía, por su nobleza; en ello siempre se distinguirá por luchar contra sus enemigos de manera justa y limpia, sin felonía ni vileza. Pero el hombre de hoy parece temeroso de llevar a cabo empresa tan noble por derecho. Probablemente porque el camino recto en nuestros días no existe, y lo sabe. No obstante, nada hay de cobardía en mostrarnos al oponente como somos. Es cierto que, a veces, se puede vencer con la verdad. La Historia de nuestro pueblo está repleta de estos hechos probados. Pero hay momentos en los que debemos considerar hasta dónde conviene ceder ante el chantaje de quien nos ofrece algo que parece bueno cuando desde el punto de vista de nuestra propia estima no lo es. Algo que puede suponer ciertamente caer en lo vano e incauto. Tal vez por esto haya muchos que, en este trance, decidan utilizar esta ley transgresora como arma arrojadiza contra quienes la “parieron” indebidamente, en lugar de abortarla. Lo cual, no se halla exento de riesgos, por supuesto. Aun así, hay ocasiones en que puede ser mejor arriesgar no toda, sino una parte de nuestra propia integridad, para conseguir aquello que nos fue robado arteramente. Después, quizá no estemos nunca seguros de ello, pero merece la pena intentarlo. Más vale perder un ojo y conservar el otro que estar ciego para siempre, o muerto tras haber perdido todo lo que daba sentido a nuestra existencia.

De modo que “hoy me cambio” para poder sobrevivir mañana se convierte en nuestros días en una especie de regla a seguir por todos. Por unos, para alcanzar esos “derechos” que siempre tuvieron pero que nunca le fueron reconocidos por encima de quienes eran diferentes a ellos. Por otros, porque sólo poseen una alternativa: arrastrarse, o imitar a Sócrates en el mundo de los locos.

2 comentarios

Héctor 31/03/2023 - 08:18

Esta es la mierda más homofóba, transfoba y patriarcal que ni un falangista se atrevería a decir.

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Trono 01/04/2023 - 18:34

Estupendo y lúcido análisis de esta realidad esperpéntica que se quiere vender como «ley» y «progreso», y sobresaliente llamada a incentivar las neuronas aún vivas en aquellos que no quieren vender su dignidad por un plato de legumbres… y la basura del comentario anterior que la siga oliendo en su propia casa de putrefacta mentira el susodicho, y todos aquellos que piensan como él, cuando al escuchar la VERDAD expuesta por los hechos con mayúsculas y sin filtro, sigan prostituyéndose en este gran teatro de la progresía totalitaria y enajenada!

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