El hecho de que el sol salga para todos cada día no significa que sepamos apreciar sus bondades ni distinguir sus peligros. El Astro Rey tiene un rostro amable, pero también posee otro desabrido, rudo, y hasta cruel. Debemos tomar las debidas precauciones al acercarnos a él, pues sus caricias pueden tener resultados amargos. Claro que para eso están las cremas y los ungüentos, para pieles delicadas. Las rudas lo soportan todo, o casi todo.
En lo social, ocurre algo parecido; un día aparece un “astro”, de rostro sonriente y amable, y las multitudes se lanzan en pos de él, buscando, quizá, ese “nihil obstat” que le niegan en su trabajo, en su casa, en sus relaciones de amistad… Hasta llegar a convertirse en un auténtico ídolo (por no decir un dios) adorado por una mayoría de extraviada voluntad. Y así, atendiendo únicamente a lo que su propio “ego” demanda, el astro, convencido del poder que le procura esa idolatría pagana, estulta y negligente que se postra ente él incondicionalmente, adopta un comportamiento impropio de su condición humana, revistiéndose paulatinamente: primero, con los atributos de una supuesta bondad; luego, con los de la insolencia nihilista y tiránica más peyorativa.


Es, sin duda alguna, este tipo de tirano de rostro amable la más peligrosa de cuantas formas de gobierno haya. Pues es en su desmedido encanto donde radican todas las fatídicas e infelices capacidades que posee. Su finalidad última, en todos los asuntos y empresas que acomete, siempre será hacer de su capa un sayo, lograr su objetivo a cualquier precio, satisfacer su deseo a costa de las desgracias de otros, y aun del beneficio ilícito o punible de cuantos le apoyan. Y todo esto, por ese llamémosle complejo de superioridad heredado de la excesiva estima hacia sí mismo, que le lleva a despreciar el hecho de que siempre debemos tener por más dignos a los demás (San Pablo, Romanos 12 – 3 y 10).

Es por ello que, el tirano, siempre intentará gobernar controlando todos los terrenos, y acusando a los que no son como él de cometer los delitos y fechorías que él mismo y los suyos cometen. Lo cual, en un mundo de Libertad y de derechos individuales y colectivos, resulta, desde todo punto de vista, inadmisible.
Tal vez este tipo de comportamiento venga determinado por algún otro factor desconocido, bien de personalidad, bien de educación, o incluso de formación. Acaso por alguna otra forma de inspiración superior. Pero lo que es innegable es que ese “soplo”, en cualquier caso, carece de todo halo de lo que es bueno, agradable o perfecto.

También podría tratarse de una variedad de osadía ignorante, de prepotencia innata, o de despotismo adquirido por cualquier causa. Sin embargo, sea como fuere, lo cierto es que la Real Academia de la Lengua define sin ambages a este tipo de individuos: “… persona que obtiene contra derecho el gobierno de un Estado (…) lo rige sin justicia y a medida de su voluntad (…) abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia, o, simplemente, impone ese poder o superioridad en grado extraordinario”.
Por tanto, teniendo en cuenta esta definición, cualquier ciudadano español debería preguntarse bajo qué tipo de gobierno se encuentra. Sin embargo, la vida cotidiana nos presenta una realidad muye diferente: aquí, nadie parece interpelarse en este sentido. O si lo hace, será a la chita callando y cuidándose mucho de que nadie conozca cuál es su opinión personal, por temor de ser acusado de instigador, o de ultra… lo que sea. Y, así, podríamos seguir vegetando, hasta que una mañana, el sol nos extinga para siempre con su sonrisa amable.
1 comment
Extraordinario artículo.