
Situado en la zona oeste de la Ciudad Autónoma de Melilla, prácticamente junto a la valla fronteriza que separa Marruecos de España – paradójicamente rodeado de campos de golf -, se encuentra el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, un oasis de esperanza para los numerosos inmigrantes subsaharianos que consiguen saltar la valla tras una dura odisea desde sus hogares hasta Europa atravesando gran parte del continente africano – que NO el espacio Schengen que controla la libre circulación de la población del continente europeo y que no incluye, entre otros lugares, la ciudad de Melilla- .

Un recibimiento frío por parte del personal de la empresa encargada de la seguridad del recinto -que anota los datos de cada visitante por cada una de las visitas concertadas diariamente- te da la bienvenida a una ´pequeña ciudad´ en la que conviven generalmente muchachos de distintas nacionalidades con los numerosos profesionales que trabajan en el recinto: trabajadores sociales, educadores, traductores, personal de limpieza, representantes de las distintas organizaciones no gubernamentales que actúan periódicamente en dicho lugar, etc.
Una calle bien asfaltada que da directamente a una rotonda y más allá al precioso mural de color azul que decora la fachada principal del edificio que alberga el colegio –y donde se encuentran también espacios como el gimnasio, las clases de alfabetización, la sala con distintos talleres (peluquería, confección…) y salas recreativas y los despachos del personal del centro – es la arteria principal de este maravilloso lugar custodiado por una preciosa zona verde en la que destacan las imponentes palmeras plantadas a ambos lados y las buganvillas de distintos colores que dan un toque de alegría al espacio. Junto a ella, una concurrida pista deportiva a uno de los lados y los numerosos módulos compartidos preciosamente decorados con azulejos multicolores situados a ambos lados que sirven de refugio por unos meses a estos bienaventurados hasta el día de la despedida -con su correspondente fiesta- antes de partir en ferry hacia la península ibérica cumpliendo un sueño al alcance de unos pocos.

Algunos de ellos, magullados tras el salto y que permanecen solitarios en la sombra del patio como testigos privilegiados del momento -, observan el día a día de esta ´pequeña urbe´ poblada por sus verdaderos protagonistas ; el chaval que deambula con los auriculares escuchando y tatareando su música favorita; los más atrevidos que se han hecho dueños de la pista de baloncesto bajo el sol del mediodía a mediados de julio; aquellos que tratan de pasar el tiempo haciendo malabares con un balón de fútbol desinflado rescatado del olvido; o los aprendices de determinados instrumentos musicales que amenizan el momento con sus torpes pero enérgicas melodías.
-Es una pena que no vengan a las clases ni un 15 por ciento de la población total del centro. Debería ser obligatoria la asistencia. – Me comenta en un momento dado uno de los profesores encargados de la alfabetización de los muchachos.

Podría contar muchos versos -la mayoría tristes- acerca de sus vidas, pero me quedo con su mirada inocente cuando no entienden el castellano escrito en la pizarra, o con sus algo torpes movimientos a la hora de botar el balón – cargados de mucha energía, eso sí -, o con la explosión de risas que surge cuando un imprevisto – una broma, una caída graciosa o un malentendido inesperado – irrumpe la existencia de los presentes parando el tiempo por momentos para convertirse en un recuerdo.
Melilla, 21 de julio del 2022